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Escuchó la puerta cerrarse tras ella. El portazo resonó por toda la casa. Cuando se giro observo que ya no estaba allí. Oía como bajaba las escaleras tras la puerta. Por cada escalón que escuchaba más culpable se sentía. “Jodeeeeeer” Sus ganas de llorar aumentaban en exceso por cada escalón que bajaban hacia el rellano del edificio. Sus ojos se humedecían. Su pecho se encogía. Otro escalón más oyó que bajaba. Su mente no le permitía dar un paso hacia adelante y correr hacia la persona que acababa de salir de su casa. Su mente estaba enfadada, cansada. Otro escalón más. Su piel se erizaba, su pecho volvía a hundirse. Sus ojos humedecían todavía más. Su ira se esfumaba en decimas de segundo mientras escuchaba el eco que resonaba por todo el rellano del edificio cada escalón que bajaba él “Mierda. ¿Por que soy tan imbécil?” Dio un paso apresurado para alcanzar las llaves del piso. Abrió la puerta de la casa casi al mismo tiempo que la cerraba. Escuchaba de fondo como el chico bajaba los últimos escalones. Ella todavía bajaba más rápido. Los ojos se le humedecían con la misma rapidez que bajaba los escalones de dos en dos. Por fin vio el jersey granate que vestía el chico saliendo del edificio. Al mismo tiempo que ella acababa los escalones el cerraba la puerta del portal.

-¡Lucas!

El chico se dio la vuelta al escuchar la voz de la chica. Pero la puerta del portal se había cerrado ya.

-¡Lucas!

La puerta de cristal se abrió. El joven contemplo a la chica que lo llamaba. Ella tenía los ojos hinchados, le faltaba el aire a causa de lo rápido que había bajado las escaleras. Estaba sofocada, muy sofocada.

-Lucas, lo siento- Dijo entrecortada, con un nudo en la garganta.

El chico dio un paso al frente. Cogió de la mano a la joven mientras la puerta de cristal, por donde entraba todo la luz del medio día, se cerraba y la condujo a las escaleras donde ambos se sentaron uno en frente del otro.

El acarició suavemente sus mejillas borrando de su rostro las lágrimas que caían una tras otra. Sintió los nervios que sentían aquellos ojos verdes. Sintió su aliento agitado, su angustia. Sintió su tristeza. Acaricio su pelo lacio y largo. Acaricio sus hombros. Acaricio sus labios, esos labios de los que él estaba tremendamente enganchado. Esos labios a rosados y carnosos que ahora temblaban de temor. Ella se calmo un poco más. Era increíble como el simple tacto de él la calmaba a ella. El chico volvió a fijar su mirada en sus ojos. Esos ojos que tanto le gustaban y que ahora exigían desesperadamente una respuesta por parte de él.

-No pasa nada, Claudia. No pasa nada- Le susurro mientras le acariciaba la mejilla. Ella vio a través de sus ojos como a él se le derrumbaba el mundo.

A continuación se acerco a ella y besó su frente. Dulcemente y muy despacio. Cerró los ojos ya que sabía que no iba a ser capaz de besarla en los labios. A ambos les desgarro aquel beso que con toda la ternura del mundo significaba lo que siempre habían temido. Aquel beso significaba el final. Y Lucas y Claudia lo sabían.

Dime que me quieres.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora