El gran baile navideño se acercaba. Y ella, la única boba sin pareja. No porque no tuviera pretendientes, si no por esperar a alguien que quizás nunca volvería. Pero se lo prometió y Ludmila aun creía en aquella promesa, aun creía en él.
Violetta buscaba un vestido adecuado para la ocasión entre los percheros. Ludmila tecleaba con su teléfono, totalmente desinteresada. Si no iría, no tendría que gastar en vestidos ni zapatos. Así que no se preocupaba.
- ¿Y este? - era el décimo que ya se probaba, el segundo le quedaba perfecto, pero a no ser de que el vestido no fuera rojo o blanco. No le quedaban. Y ese, era azul.
- Bien Vilu, ¿cuantas veces tengo que decirlo? - pregunto ladeando la cabeza. - te he dicho que me ha gustado el segundo.
- Pero a mi no. - contradijo. - es estilo más para ti. Va, ve a probártelo. - tomo el vestido azul y la obligo a entrar al vestidor.
- Que no quiero, ya te lo he dicho Vilu. Si no voy, no tengo para que probarme un vestido.
- Pues que tú eres tonta. Si Felipe te ha invitado y no has aceptado. ¿Sabes cuantas chicas matarían por qué él las invitará? Y tú le has contestado con un no.
- Pues yo no mataría. Ni siquiera lo encuentro atractivo. - mintió. Como no encontrarlo atractivo. Rubio, ojos azules y cuerpo de modelo australiano. Era apuesto, pero un total mujeriego y egocéntrico.
- ¿Te escuchas? - Violetta negó con la cabeza y tomo el vestido blanco entre sus manos. - me llevó este. ¿Te probarás ese? - apunto al que tenía Ludmila en las manos, ella lo inspecciono y tomo la pequeña tarjetita con el precio: quinientos dólares. Que no poseía.
- No. - sonrió. Era un hermoso vestido. Fuera de su alcance. - yo paso. - lo dejo en aparador. Espero a que Vilu pagará el costoso vestido color blanco y se marcharon.
Hacía tres años que se había ido. Le había prometido volver en la navidad del año dos, pero no había vuelto. Al primer año las llamadas se habían acabado. Ni siquiera se acordaba de su voz. Las llamadas "siempre te llamaré, todos los días. A cada hora" otra promesa de Federico sin cumplir. Y ella como tonta aun creyendo en la última y la más difícil de todas. Que volvería.
¿Cómo ha de volver a la vieja ciudad donde no había podido triunfar? Si en Roma tenía ya una vida hecha, con lujos. Dinero, trabajo y un hogar. Se había ido a estudiar derecho a Italia. Solo los dos últimos años que le faltaban. Le había hecho caso a su padre quién vivía hacía ya diez años allá.
Dejando acá, en Buenos Aires a su novia. A la chica que ha amado por siempre. A la chica, que le prometió mil cosas y ninguna la llegó a cumplir.
- ¿Volver? - pregunto desinteresado tomando un sorbo de vino. - ¿Para qué?
- Para ir a visitar a mi madre y a la familia. - escuso. - hace tres años que no los veo. Los extraño. - eso era verdad. Extrañaba a su madre. Mucho. Con su padre jamás había tenido una buena relación. Era indiferente y empalagosa. Jamás tenían una conversación sin pelear o discutir.
- Debo pensarlo.
- ¿Qué hay que pensar? Te lo estoy comunicando, no preguntando. - dijo el sr Pasquarelli dio media vuelta en la silla giratoria y miro a su hijo.
- Así que me lo estás comunicando ¿Cómo se supone que irás? ¿con qué dinero?
- Por favor padre. - rió sin humor. - tengo dinero, eso no hace falta. Tengo un trabajo y una carrera terminada. Puedo ya volver a Argentina.
- Te irás, no volverás. - masculló el papá de Fede, Jeremy (el padre de Rugge no se llama Jeremy, pero cm en Violetta son todos personajes, no se pueden llamar x sus nombres, ok, sigan leyendo). -
- No lo sé, me quedaré hasta luego de año nuevo. Si encuentro algún trabajo. Me quedaré allá.
- Está bien. - contestó con indiferencia. - ve. Mándale saludos a tu madre. - volvió a girar la silla para mirar por la ventana. Federico frunció el ceño. ¿Qué había pasado? ¿por qué había aceptado sin ninguna objeción? Quizás ya se había cansado de él. Pero eso ya no importaba. Volvería a Buenos Aires.
Ludmila estaba sentada. Al lado del árbol y al frente de la chimenea. Hacía frío. Estaba nevando. Las luces del pequeño árbol se apagaban y encendían cada dos segundos. La estrella que había en la punta brillaba más de lo normal.
La cara de Fede apareció en sus pensamientos. Cómo quisiera que estuviera aquí. Que viniera y le dijera cuanto la amaba aun. Que volviera para quedarse y no irse más.
Ese era su deseo. No quería nada más esa noche de navidad. Sólo quería que su Federico, su estrellita binaria, su deseo de navidad. Estuviera allí con ella.
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