Revelaciones

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En el castillo del reino de Veneaceur, la princesa Marianne, una joven de inigualable belleza, esperaba una carta.

Una carta informando sobre los acontecimientos de los últimos días y lo que pasaría a partir de entonces.

Esperaba aquella carta con ansias, y a la vez, le preocupaba lo que pudiera decir.

Mientras miraba por la ventana, ensimismada, alguien llamó a la puerta.

—Pase—dijo la princesa.

La puerta se abrió y uno de los sirvientes del castillo entró a la habitación.

—Alteza—llamó el sirviente.—Disculpe la interrupción. Le traigo una carta.

Marianne se puso en pie de inmediato al oír esas palabras.

—¿Una carta?—preguntó—.¿Quien la envía?

—Su hermano, Alteza—respondió el joven.

—Gracias—dijo la princesa mientras tomaba la carta.—Puedes irte.

El joven salió de la habitación y la princesa tomó asiento mientras leía la carta.

Querida hermana.

Nuestro plan salió a la perfección.

El reino de Birum ahora es nuestro.

Sin embargo, el príncipe Adrien sigue con vida.

Ambos sabemos que ahora él es el único que puede interferir en nuestros planes.

Por esa razón, debo destruirlo. Y para eso, necesitaré tu ayuda.

Necesito que vengas a Birum cuanto antes. Mañana mismo si es posible.

Juntos destruiremos a nuestro enemigo y cobraremos nuestra venganza.

                                                                                                     Te espera,

                                                                                                                  Aumary.

La princesa suspiró aliviada y a la vez angustiada.

—Así que lo consiguió—susurró para si.

Marianne salió de su habitación y avisó a todos en el castillo que, al día siguiente partiría rumbo al reino de Birum.

Si su querido hermano la quería en aquel reino, entonces ahí estaría.

Y pretendía hacer todo cuanto Aumary le pidiera.

Al menos por ahora.

El príncipe Adrien esperaba noticias mientras continuaba encerrado.

Necesitaba saber que estaba pasando en su reino.

Necesitaba saber que le esperaba a su familia.

A través de la puerta, escuchó a dos de sus guardias discutir.

—No podemos decirle—decía una voz.

—Tiene que saberlo—replicó una segunda voz.

—Si se entera querrá volver. No es seguro—insistió la primera voz—. El príncipe no se puede enterar.

Adrien abrió la puerta de la cabaña y enfrentó a los dos hombres.

—¿De qué no me puedo enterar?—quiso saber.

—Alteza—saludó el primer guardia.

—¿De qué no me puedo enterar?—repitió el príncipe.

—Tenemos que decírselo—le dijo el segundo guardia a su compañero.—No podemos seguir ocultándoselo.

—Díganme—pidió el príncipe.

—Alteza...Se trata de su madre...La van a ejecutar.









La muerte de los reinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora