Juramentos de Pólvora

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Me coloqué al lado de la última puerta y puse una mano sobre el llavín mientras mantenía mi arma lista con la otra.

— Cúbreme— le susurré al lobo antes de abrir la puerta y rápidamente tomar mi arma con ambas manos.

La habitación tenía varios escritorios y unas cuantas computadoras dañadas y cables por todo el lugar llenos de polvo. Vacío.

Habían dos puertas al fondo, así que sin abandonar la cautela, ambos avanzamos dentro, yo le di una señal para que tomara la puerta de la derecha y yo tomé la de la izquierda. Igual que con la puerta anterior, me recosté en ella de lado y puse la mano en el llavín, alcé la mirada para ver al lobo en la misma posición que yo, al menos dos metros al frente de mí. Yo le asentí y ambos abrimos las puertas.

Suspiré. Solo era un pequeño baño vacío. Bajé el arma y me adelanté para abrir el botiquín que estaba sobre el lavatorio. Habían unas cuantas medicinas y un par de paquetes de pastillas. Las tomé todas y las eché en mi bolso.

— ¡Despejado!

— Libre— contesté sin mucho ánimo.

Lo escuché venir hacia mí y cuando me volteé el estaba allí en el marco de la puerta.

— Ven a ver esto— indicó ladeando la cabeza.

Lo seguí curiosa a la habitación de al lado y cuando entré era una bodega con varios muebles de metal llenos de cajas.

— No parece que tengan armas aquí, solo hay partes de computadoras, pero tal vez si revisamos encontremos algo útil.

Suspiré de nuevo. Parecía como mucho trabajo, pero sí había algo aquí que pudiera servir tal vez valdría la pena.

— Okay, empecemos por bajar las cajas, iré a cerrar la puerta.

Él asintió y se puso manos a la obra.

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De mi lado de la bodega ya solo hacían falta dos cajas. Estaba aburrida y al mismo tiempo inquieta. El lobo no era de hablar mucho y estaba harta del silencio, que por cierto, no me daba buena espina, así que decidí que si él no hablaba lo haría yo.

Solté un poco de aire y tiré un pedazo de metal a la caja que había revisado antes.

— ¿Cómo te llamas?

El chico lobo mi miró a través de la cortina de cabello castaño-beige que caía a cada lado de su rostro.

— Aiden

— ¿De dónde eres?

Él suspiró y tomó otra caja antes de sentarse de nuevo.

— Crecí en Manchester. Cuando cumplí once mi hermana me trajo a vivir con ella a Washington.

Eso explicaba su acento.

— ¿Y tus padres?

Él alzó sus ojos grises hacia mí. Noté que cada vez que hacía eso una de sus cejas se alzaba más que la otra.

— En Manchester, supongo— encogió sus hombros— muertos tal vez.

— Tal vez no.

Él entrecerró sus ojos.

— Tal vez.

Tomé la siguiente caja y medio revisé por encima. Nada, como todas las demás. Esto es una verdadera pérdida de tiempo...

De repente se me ocurrió otra pregunta.

— ¿Por qué Derek te tenía como mano derecha?

— Lo conocí cuando empezó todo, él salvó a mi hermana. Varias veces, aun que no las suficientes...

Lo miré por cinco segundos.

— Lo siento.

— No lo sientas. Mi hermana era el tipo de mujer que prefería cuidar a su hermano menor que aprender a usar un arma, creo que ese fue su único error... depender demasiado de él— Aiden dejó su cabeza descansar en el mueble detrás suyo, mirando el techo pensativo— le debía mucho a Derek, le seguiré debiendo. Es por eso que cuando Derek se convirtió en el líder de los lobos le juré que estaría lealmente a su lado sin importar qué— luego de unos segundos sonrió y me miró— luego cuando llegaste con los lobos, Derek dijo que esa era la impresión que le diste, independiente y fuerte, dijo que si muriera le gustaría dejar al mando a alguien como tú. Para ser honesto me molestó un poco que no viera eso en mí, pero juré ser leal a Derek, y el me pidió estar a tu lado cuando llegara el momento, así que eso es lo que estoy haciendo.

Lo miré muy sorprendida. Me parecía un poco triste que el mando de los Lobos no hubiera recaído en Aiden a pesar de todo.

— ¿Crees que Derek le habría dejado el mando a tu hermana?

— Lo hubiera hecho sí se hubiera convertido en alguien como tú. Y si ella lo hubiera logrado tal vez ahora estaría viva.

Me reí.

— Creo que exageras.

— No lo hago. Yo también veo en tí lo que él vio— de nuevo me dedicó esa mirada que me incomodaba.

Sentí mis mejillas sonrojarse.

— Sí, definitivamente estas loco— quité la mirada y moví la caja y fue cuando vi algo en el suelo.

Él se rió.

— Aiden— recogí un poco de polvo de encima de la alfombra que recubría el suelo de la habitación— pólvora.

— ¿Qué?— Aiden preguntó sorprendido y vino a mi lado rápidamente.

Inmediatamente saqué el cuchillo que llevaba en mi bota y me puse de rodillas. Lo clavé en la alfombra y la corté con dificultad, antes de que él me ayudara a arrancarla del suelo. Justo debajo había una tapa de madera. Él la levantó y encontramos tres armas con varias cajas de municiones.

Suspiré.

— Qué decepción. Creí que habrían más.

Aiden se encogió de hombros.

— Algo es algo— las tomó y comenzó a guardarlas en el bolso.

Mientras él terminaba de guardar las municiones volví a estar demasiado consciente del silencio que había en este edificio.

— ¿No crees que es extraño que haya tanto silencio?

Él alzó una ceja.

— ¿A qué te refieres?

— Si en este edificio los Salvadores guardan armas tan increíbles como las que Dwight asegura, ¿Entonces por qué está tan vacío?

Él soltó un poco de aire y se incorporó. Me miró muy extrañado.

— Tienes razón, no tiene sen...— el sonido de un disparo a lo lejos no lo dejó terminar.

Inmediatamente ambos nos pusimos de pie y con las armas en alto nos dirigimos hacia afuera.

TWD: Disturbio Eterno | c. g. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora