¿Será que ya llegó la hora de rendirme? ¿Será que por fin dejaré de sentirte? Al hacerme estas preguntas tenía la esperanza de que tus labios inalcanzables quisieran ser alcanzados, que tus hermosos ojos deseen a toda costa buscar la atención de los míos cuando hablas y sentir que me muestras tu preciosa alma a través de ellos, que tu suave piel no pida ser tocada con la punta de mis dedos y que tus brazos no pidan a gritos rodear mi cuerpo. Sin embargo, eran solo eso, esperanzas que aguardaban en mi cabeza toda ilusionada.
No debo hablar...
No debo hablar...
No debo hablar...
No debo hablar...
No debo hablar...
...
Me lo repetí hasta el cansancio ignorando mis sentimientos para lograr esquivar ese gusto enloquecedor que sentía por ti. Poco a poco me fui desgastando mental, emocional y físicamente ya que mi mente solo rondaba entorno a ti esperando que algún día te fijaras en aquello. Pasaste de ser mi amor deseado y bonito, ese que me enloquecía a ser mi tormenta que destrozaba mi corazón.
Mi cuerpo pedía a gritos hablarte, decirte con fuerte voz lo que sentía por ti, de ser necesario zarandearte para lograr que tus intensos ojos se fijaran en mi y demostraran eso que yo sentía, pero debía desistir de esa idea.
Pensaba que otros amores se habían llevado un pequeño pedazo de mí, pero tú te llevaste piezas importantes de mi como si de un rompecabezas viejo e inservible listo para votar se tratase.
El lápiz y el papel serán quienes me escucharan y tal vez termine loca, pero solo ellos me escucharan y si de mis ojos brotan lágrimas solo en ellos descansaran y solo estos testigos habrá.