¿Cuándo me tocará? Todo se reduce a eso.
Pienso en mi final, o acaso solo sea mi partida. Pienso en cómo sería (será) ir arriba de su vehículo, encadenado y molido a palos, chorreante de cortes que reflejaran en rojo la luz lunar. Lo pienso mientras los veo alejarse con el que se llevan hoy. A veces casi deseo ser yo el arrebatado al cemento, porque odio este sucedáneo de existencia. Podría tal vez alcanzar el éxtasis en esos minutos a dos metros por encima del motor, con la certeza del dolor y de que ya está, ya ha llegado mi momento, beber las corrientes heladas y desplazarme sin esfuerzo, sin tener que caminar, por la elipse y más allá. Arriba, descansando al fin.
Pero aún mejor sería salir de aquí por mí mismo.
Escapar.
Hay un edificio.
Correr hacia ese edificio.
En cada vuelta me fijo en él, desde hace tiempo.
Entrar en ese edificio, ese que miro con creciente intensidad con el paso de los días, situado dentro del recinto en uno de los giros, en la cara exterior de la calzada. Quizá lanzarme contra la puerta esperando que ceda ante mi ahora exiguo peso y confiando en que exista una salida en el lado opuesto y pueda verla con rapidez, antes de que ellos me atrapen y aguantar hasta encontrar un lugar al que no vayan ellos. Salir a lo que quede. A lo que haya surgido.
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Los hombres dan otro paso (Luz y terror, 2)
TerrorCuatro paseos hasta más allá del camino. Un grupo de supervivientes da vueltas a un estadio para defenderse de violentos ataques nocturnos; una mujer baila bajo un aguacero y un hombre decide unirse a ella; la niebla inunda una megalópolis mientras...