Capítulo 2

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Cuanto le gustaba escuchar el gorgoreo de los pájaros al amanecer, en Alabama. Pero hoy, al contrario, era una sirena de policía la que la despertaba. Muy parecida a aquella, que hace un mes, recorrió las calles abriéndose paso hacia el hospital.

  Fue el oficial Ryan, Jack para los amigos, quien la encontró mientras hacía su ronda nocturna. Tal susto fue el que se llevó al verla salir del bosque, que pensó que no le darían los frenos para no atropellarla. A penas la rozó pero esto basto para que cayera como una bolsa de papas al suelo. Al principio pensó que era un animal, dada la nula visibilidad por el aguacero pero al ver la mano que, temblorosa, se apoyaba en el capo de la patrulla salió raudo al encuentro de algo que no olvidaría jamás en la vida.

  Era la aparición de un alma en pena, como aquellas que le contaba su abuela, recorrían los castillos abandonados en su tierra natal, allá por Irlanda. Casi desnuda, salvo por una camisa abierta, se mostraban golpes y cortes por todo su cuerpo. La sangre se escurría por el asfalto. Y Jack, por un momento, no supo qué hacer. Pensó que estaba muerta. Pero al acercarse logró ver como su esternón subía y bajaba de forma lenta pero constante.

  Sofí abrió los ojos, vio a aquel muchacho y pensó que su salvador era un muchacho que parecía recién salido de preparatoria. Él le sonrió y supo que estaba a salvo.

  Eso era lo único que recordaba del momento previo a despertarse en aquella sala de hospital. Ahí no había nadie más que una oficial dormida en un asiento al lado de la cama. La bata que llevaba la cubría más que la camisa pero aun así se sentía más desnuda que cuando corría por el bosque. Trató de incorporarse, la espalda le dolía de estar tanto tiempo en esa posición, pero al hacerlo no pudo evitar emitir un leve chillido de dolor y despertar a su acompañante.

  —Se despertó, genial. No se levante —dijo estirando los brazos hacia Sofi.

  Pero no le hizo caso y se sentó en la cama.

  —¿Cómo se siente?

  —No lo sé. ¿Cómo me veo? —dijo sonriendo a la oficial aunque la oficial Rodríguez. según lo que decía su gafete, no hizo lo mismo.

  —Va a ser mejor que llame al médico de guardia.

  Esa contestación lo dijo todo. Aunque no tenía donde ver su reflejo el dolor de su cuerpo le dibujaba una imagen muy deplorable. Y el médico no hizo más que confirmar lo que ya sabía. Había sido brutalmente violada, destrozada por dentro. Agresión sexual, dijo el profesional. Era mucho más que eso para ella. La oficial Rodríguez estuvo junto a ella todo el tiempo en que le pasaron el reporte de daños, como más tarde le contaría a Marian. Al final, la oficial, le tomó la declaración para la denuncia. Sintió tanto frío mientras sus palabras salían de su boca para armar esas frases, relatando algo que le había pasado a alguien más, no a ella. A una muchacha ingenua, despreocupada, que lo único que quería era trabajar en Broadway. A alguien que no se preocupaba si dejaba la puerta sin tranca porque nada le iba a pasar. Nada malo le iba a pasar, nada como eso. Esas cosas le pasan a otras personas no a ella.

  La cara de la oficial se acentuaba en un rictus de incredulidad en los momentos que le contaba lo confiada que era y eso la hacía sentir peor. Culpable. Culpable por ser la causante directa de lo que le paso. De que un hombre se aprovechara de que vivía en un apartamento, sin vigilancia, y en una zona barata de Brooklyn. Culpable por decirle que hoy no tenía ganas de salir a su compañera de piso, y de no cerrar inmediatamente ella se fue. Quizás si hubiera medido más de un metro y medio o si hubiera tomado más enserio las clases de defensa personal que daban en la preparatoria, o si hubiera gritado con más fuerza cuando se despertó cargada sobre su hombro, quizás no le hubiera pasado a ella.

  Yo me lo busqué, se reprochaba mientras miraba a la oficial terminar una llamada a la central.

  —La denuncia ya quedo realizada. No hay muchos datos pero haremos lo que se pueda. Los detectives que se encargaran de su caso llegaran de un momento a otro. Nuestro personal ya está acordonando su apartamento.

  —Marian.

  —¿Disculpe?

  —Mi compañera de piso. Ella no sabe que estoy aquí.

  —No se preocupe, deme su número y la llamare. ¿Quiere que llame a alguna otra persona?

 A mamá, pensó. Pero de solo imaginarse a su madre contestar esa llamada en mitad de la noche no pudo decir nada y solo movió la cabeza de un lado al otro.

  —Está bien —dijo la oficial—. Llamaré a su amiga ¿se acuerda el número?

  —No, pero sí el de la casa donde se encuentra.

Otra vez yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora