Capítulo 3

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A Marian no le gustaba entrar a su dormitorio sin pedir permiso pero hacia una semana que su amiga solo salía de allí para ir al baño. Christian llamaba todos los días para ver cómo estaba y ella solo repetía: bien de a poco lo va superando, en cualquier momento vuelve al trabajo. Así que tomó coraje, y con un cuchillo de la cocina, forzó la cerradura.

  La puerta crujió y un vapor, mezcla de encierro y olores corporales, la golpeó.

  —Sofí —dijo casi en un susurro. Pero no la veía, la ventana estaba tapeada con algo —. Sofí ¿Dónde estás?

  Tanteó la pared a su izquierda buscando el interruptor. Aunque tuvo miedo de encontrar algo más, bajo el cuchillo.

  Al encender descubrió de donde provenía el olor más intenso. Un montón de platos y tazas hacían malabares para no caerse del escritorio, mientras que una gran mancha descolorida marcaba la ausencia del ropero en su lugar habitual, que ahora se encontraba frente a la ventana.

  —Sofí ¿qué hiciste? —preguntó al bulto sobre la cama— Este lugar huele como baño público.

  Pero su amiga no contestaba. Apenas, un mechón cobrizo, se dejaba ver entre las mantas. Inhaló profundamente, aunque en el momento de hacerlo se arrepintió, dejó el cuchillo sobre los libros que formaban una torre en la mesita de luz y con mucho cuidado fue destapando lo que esperaba no fuera un cuerpo sin vida.

  —Sofí, la puta madre —dijo mientras veía los ojos de su amiga clavados en ella— ¿qué te pasa? Vas a hacer que me de un infarto. ¿Por qué no me contestabas? Y, ¿hace cuánto que no te bañas? Por Dios. Háblame.

  —No puedo —contestó y llevó las mantas sobre su cabeza.

  —Ah no, eso sí que no te lo voy a permitir. Qué, ¿ahora te vas a dejar morir? Después de todo lo que pasaste para escapar. Por qué no dejaste que te atrapara, por qué no te dejaste morir en el bosque. Claro, es más cómodo hacerlo en tu habitación ¿no? dando pena a todos los que te queremos. ¿Eso es lo que quieres? ¿Morir como un bicho?

  Su amiga no dijo nada. Marian no sabía que esperaba diciéndole esas cosas. Ella solía ser cruel con las personas por su tendencia a decir siempre la verdad, pero nunca con Sofí. Con ella trataba de ser lo más suave que podía, era la única persona en el mundo que realmente no quería que se fuera. Ya lo habían hecho muchos en el pasado pero Sofí era su familia. Una familia que había elegido.

  Tal vez si ella no se hubiera ido aquella noche, si le hubiera preguntado que le pasaba, se repetía una y otra vez desde que la fue a buscar al hospital. En ese momento se veía bien, hasta se rió del mal chiste que hizo el conductor de un programa de chismes. La psicóloga del hospital le dio una tarjeta con su número y otros de grupos de ayuda a víctimas de ataques sexuales pero al salir lo tiró en la papelera más cercana. Ahí, tal vez, fue cuando tuvo que reaccionar, se reprochaba. Todo fue tan lento. Al otro día no se levantó, como de costumbre a las ocho, y su amiga pensó que era lo más normal del mundo después del trauma que enfrentó. Lo hizo cerca de las doce, aunque habló un poco comentando el frío que hacía para ser otoño no hizo mucho más que eso. Al día siguiente se levantó a las siete y media para tener pronto el desayuno, quizás con el dulce aroma a panqueques con miel —sus preferidos— la animaran a levantarse. A retomar su vida. Pero no se levantó y al ir a llamarla, Marian se dio cuenta que a la puerta le habían pasado llave.

  No había tiempo para reproches innecesarios, estos no modificarían en nada lo que estaba pasando. Así que se encamino hacia el ropero y como pudo lo movió 'para dejar entrar la poca luz que quedaba.

  —Sofí, entiendo la gravedad de lo que te pasó. Enserio que lo hago, te quiero como si fueras mi hermana pero no podemos seguir así. No puedo estar todo el día como tu cuidadora, dejándote la comida en la puerta, rezando para que en algún momento salgas y la tomes —dijo Marian y se limpió las lágrimas—. Nos van a echar, llevamos dos meses atrasada la renta. Tenemos encima de nosotras el aviso de desalojo. Creo que la señora Clark aún no lo envío porque sabe lo que te pasó.

  Un gruñido, y las mantas se retorcieron.

  —No te enojes —dijo Marian mientras se sentaba en la cama—. Sí, se lo dije. ¿Qué esperabas? Ya pasó un mes. No puedo hacer más, voy a prepararte el baño para que te duches. Voy a buscar algo para que te pongas, no creo que tengas nada limpio.

  Marian se levantó y desde la puerta le dijo:

  —Si en algo te importo no podes dejarme pasar por esto. Necesito que colabores conmigo.   

Otra vez yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora