Capítulo 5

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Merecido, aquella palabra retumbaba en la cabeza de Sofí desde que era niña. ¿Qué es o no merecido? Hay personas que se merecen que le pasen ciertas cosas. Como a ella que la violen y la dejen tirada en un campo. ¿Eso fue merecido? ¿Estuvo bien? Quizás sí, pero qué pasa con su atacante. ¿Qué lo llevó a hacer algo así? Y ¿qué hará luego?, se preguntaba una y otra vez. ¿Elijará a una persona que se lo merezca?

  —Sofí, ¿sabes a dónde vamos?

  —Sí, claro que lo sé. Es mi casa, ¿no? —contestó.

  —Sí, claro. ¿Pero hace cuánto que no vas a tu casa?

  —Bastante.

  Sofí no había querido pensar en eso desde que tomaron la decisión de irse de Nueva York, y ella sugirió volver a casa. Su casa, el lugar donde vivía con su padre y abuela. Hace unos meses se encontró en el buzón con una notificación de un Bufete de abogados de Alabama a su nombre, donde se le informaba que su padre había fallecido y debía comunicarse con ellos. Se quedó un momento pensando en cómo la habían encontrado, eso y en el motivo por el cual se comunicaban con ella. Hacía más de diez años que no tenía contacto con su padre. ¿Qué estaban buscando?

  «Deudas», sentenció. Guardó el sobre en el bolsillo de atrás del pantalón y no volvió a pensar en eso hasta el día en que un hombre de traje marrón y zapatos gastados golpeó la puerta en la habitación de hospital:

  —Adelante —dijo Sofí, pensando que era la oficial Rodríguez que había salido hacia un momento a comprar algo para comer.

  —Buenas tardes, disculpe por venir sin invitación —dijo aquel hombre que rayaba los cincuenta años y tenía serios problemas para abrocharse la chaqueta del traje, al ser uno o dos talles más pequeña.

  —¿Quién es usted? —preguntó contrariada. Ese hombre no parecía ser parte del personal del hospital. Por un momento tuvo miedo de que fuera su atacante pero la barriga que le caía sobre el pantalón lo descartaba al instante. Esa era una de las pocas cosas que recordaba, era un hombre en buen estado físico.

  —Siento incomodarla de esta forma, no estoy muy seguro de como terminó aquí pero un amigo que trabaja en la policía de Nueva York me avisó de su ingreso al hospital. Dicho en voz alta suena peor de lo que me pareció en mi mente —dijo mientras se acariciaba la barba de una semana—. No quiero...

  —Váyase o grito, la oficial está por llegar.

  —No, no... por favor. No le voy a hacer daño; soy abogado.

  —Entonces ¿Qué quiere?

  —Yo nada. Su padre, su padre le ha dejado...

  —¿Deudas?

  —No, no, no —contestó mientras sacaba, con manos temblorosas, una carpeta de su maletín—. Tomé, es una copia del testamento de su padre —. Pero Sofí no la tomó—. Donde le deja su casa, en Alabama. Por lo que se usted hacía tiempo que no hablaba con su padre. El me lo dejó en claro, dijo que podía ser un poco reticente a cualquier cosa que provenga de él. Por eso dejó cubierto cualquier gasto extra que tuviera para localizarla. Él solo quería que tuviera la casa.

  —La casa —repitió confundida.

  —Sí, la casa y los muebles en su interior. El resto de las cosas fueron donadas a caridad, a algunas instituciones dedicadas a la educación de niños en situación de vulnerabilidad

  «¿Enserio?», se preguntó Sofí mientras el estomago se le retorcía por la indignación.

  —Bueno. No sé qué tan complicada haya sido la relación con su padre pero hágame caso, acepte la casa. Puede hacer con ella lo que quiera: venderla, donarla a caridad o regalarla. Es suya, puede deshacerse de ella hoy mismo si quiere. Pero antes, le suplico me firme.

  Sofí lo miró analizando qué clase de persona se podía ser aquella que persigue a una mujer hasta el hospital para hacer su trabajo. Dudo, pero al final firmó los papeles para que se marchara de una vez.

  Cuando salió del hospital creyó que las cosas volverían a la normalidad en unos días, que cuando se sintiera mejor y las heridas sanaran, estaría pronta para volver al trabajo. Con la seguridad de sus clientes. Donde ella podía controlar la situación. Iba a reforzar la puerta y las ventanas, se compraría un arma. Nunca más alguien se iba a acercar a ella de esa forma, antes lo mataría.

  Las heridas fueron sanando pero la sensación de que alguien la observaba no la dejaba en paz, al principio intentó ignorarla. Pero cuando iba al baño corría la cortina de la ducha y dejaba entreabierta la puerta, se decía a si misma que eso era normal. Después de todo, él había entrado en ese mismo departamento, mientras dormía, en su propia cama. Entró por la puerta sin que lo escuchara. Cuánto tiempo la habría visto dormir antes de poner su mano con cloroformo sobre su rostro.

  Cuando al lavar los platos miraba por la ventana se preguntaba si él aún la veía, así que no volvió a abrir las cortinas. Él estaba afuera, en la calle, así que no volvió a salir, pero también estaba en el departamento, así que no volvió a salir de su habitación y un día se dio cuenta que estaba sobre su hombro y no volvió a salir de sí misma. No quería ver su reflejo, así que se quedo a oscuras.

  Pero alguien la trajo de nuevo a la luz. Marian había sido testigo de su derrumbe y quien le tendió la mano para salir.

  —¿Esa es? —preguntó Marian emocionada.

  —Sí, esa es mi casa. Nuestra casa.

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⏰ Última actualización: Jun 25, 2020 ⏰

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