Prólogo.- «La ciudad blanca»

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La ventisca lo había tomado completamente por sorpresa.

Era veinte de diciembre, a tan solo cinco días de Navidad, así que Rosinante fue a buscar un regalo de última hora para su hermano mayor ya que era el único regalo que no había podido conseguir.

A pesar de la gran tormenta de nieve, siguió caminando por las solitarias calles de la ciudad blanca, y no sabía si era impresión suya, pero a cada paso que daba sentía que la tormenta era cada vez peor, como si esta quisiera impedirle llegar a un lugar seguro.

Lo que puso todos sus sentidos en alerta fue escuchar el llanto de un bebé.

Guió sus pasos hacia el llanto, adentrándose en un callejón y encontrando una escena que logró partirle el alma: habían dos niños, uno que debía tener diez años y uno que no aparentaba superar el año de edad.

El más pequeño era el que lloraba, completamente sucio y lleno de barro, con ropas demasiado finas para la época del año, moviendo con insistencia al niño mayor, que se encontraba en las mismas condiciones, mas un detalle llamó la atención del adulto: el niño tenía el cuerpo cubierto de manchas blancas, golpes y cortadas.

Se acercó sin hacer ningún ruido, pero el bebé lo miró: escarlata y café chocaron, y Rosinante entendió solo con observar aquellos infantiles orbes que debía hacer algo por ellos.

Intentó cargar al mayor primero, pero al acercarse notó que, a pesar de estar inconsciente —y con una posible hipotermia—, sujetaba con fuerza al bebé, como si su vida dependiera de mantener a salvo al menor de ambos. Viendo aquello, con cuidado y cierta dificultad, logró cargar a ambos entre sus brazos, cubriéndolos con su abrigo negro de plumas e intentando darles un poco de calor corporal.

Ambos infantes estaban tan fríos que Rosinante temía que murieran de hipotermia, así que empezó a correr a toda velocidad hacia la casa donde se hospedaba la familia Donquixote ahí en Flevance.

No sabe si fue su imaginación, pero por un momento le pareció escuchar un pequeño «gracias» de parte del bebé, pero no le prestó atención y se dedicó a correr y correr entre la ventisca.

Tropezó miles de veces, pero evitó caerse por el bienestar de los niños, que temblaban y seguía sintiéndolos fríos, aunque un poco menos que antes.

Cuando llegó por poco y chocaba con la puerta de no ser porque Doffy la abrió, chocando contra su hermano, que evitó que ambos cayeran de bruces al suelo gracias a sus hilos.

—Corazón, ¿dónde es...?

—¡Doffy! ¡Llama a un médico!

—¿Un médico? ¿Alguien intentó hacerte algo? Porque si es así...

—¡No! Es para ellos.

Apartó un poco su abrigo con cuidado, revelando a sendos infantes que temblaban, uno con la piel muy pálida y el otro hirviendo en fiebre.

Doflamingo no preguntó nada, solo mandó a Señor Pink a buscar rápido a un médico en la ciudad a la vez que hacía que su hermano menor se sentara junto a la chimenea con los niños aún en brazos.

Señor volvió en menos de quince minutos, arrastrando a un médico que parecía asustado, mas al ver a los niños el doctor se puso serio, abriendo su maletín e inspeccionado con atención a ambos. La revisión del más pequeño tardó no más de diez minutos, y el tratamiento de laa heridas del otro infante unos veinte; pero cuando su expresión se tornó en una de pánico Rosinante adquirió unas enormes ganas de golpear al médico sin razón alguna.

—Solo tienen una leve hipotermia, si se los calienta bien su sistema estará en condiciones. El bebé es el que más frío ha pasado, así que lo mejor sería llevarlo al hospital y mantenerlo en observación unos días. En cuanto al niño... —El doctor suspiró con pesar, sobando con algo de cansancio el puente de su nariz—. Los golpes y cortadas han sido causadas por alguna manada de gatos, y no estoy seguro del todo, pero parece que sufre el Síndrome del Plomo Blanco.

La vida de padre de Cora-sanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora