Capítulo 68. Yo siempre le he pertenecido

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Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 68.
Yo siempre le he pertenecido

Se terminaron las vacaciones antes de que realmente comenzaran. Para cuando llegó la ambulancia, ya no había nada que se pudiera hacer por Mark, más que transportarlo a Kenosha y llamar a las autoridades. Todo el viernes 21, los Thorns la pasaron siendo interrogados, al tiempo que ellos mismos intentaban obtener algún tipo de respuesta sobre qué había ocurrido exactamente con su hijo.

La autopsia concluyó que la causa de la muerte fue una grave hemorragia cerebral, causada por una malformación arteriovenosa en el cerebro. En términos simples, una maraña anormal de vasos, venas y arterias en el cerebro, que simplemente había estallado e inundado su cerebro de sangre. Así de simple. No había un crimen que perseguir, ni siquiera un accidente; sólo una anomalía fisiológica no identificada ni tratada. Y con ello el caso parecía cerrado. Al menos para el resto del mundo, pues no para los Thorns.

Ni Ann, ni Richard, ni Damien lo decían abiertamente, salvo un escueto comentario escéptico por parte de Richard hacia el médico que les había compartido el parte. Pero Ann sabía muy bien que ninguno de los tres estaba convencido de dicha explicación, y todos a menor o mayor medida tenían su propia idea sobre lo que había ocurrido en realidad. Y la idea que tenía Ann le causaba igual fascinación como miedo.

Damien lo había hecho. No sabía cómo, pero había sido así. Siempre le dijeron que conforme creciera sería capaz de hacer cosas extraordinarias. Milagros que parecerían magia, pero que serían en realidad poderes concebidos por fuerzas mayores y externas a ese mundo. Ann ya había visto algo de eso, incluso desde que Damien era pequeño. Él sabía cosas sobre las personas con sólo verlas, y podía a veces influir en ellas sin quererlo. Pero esto que le había ocurrido a Mark era algo mucho más allá. ¿Cómo podría haber provocado que los vasos de su cerebro estallaran con tan sólo quererlo? ¿O acaso no lo había querido?

¿Qué había pasado realmente en ese bosque? Ann deseaba saberlo, pero el único que podía decírselo con seguridad era el propio Damien. Y no podía cuestionarle directamente, pues eso significaría revelar su verdadera identidad ante él, y por consiguiente la suya propia. Ambas cosas eran algo no previsto aún en el plan, hasta dónde ella sabía. Pero, ¿existía acaso aún un plan luego de esa desgracia?, ¿o incluso después de esa carta intrusa que tanto había alterado la mente de Richard?

Ann intentó manejar las cosas con la mayor calma y normalidad posible, pero corría prácticamente a ciegas. Y le dolía sobre todo ver a Damien tan afectado. Él que siempre estaba tan sonriente y animado, que parecía siempre tener una respuesta astuta preparada para cualquier cuestionamiento, en esos momentos permanecía callado, frío, totalmente encerrado en su propia cabeza. Siempre creyó que nada lo alteraría o molestaría, pero al parecer la muerte de Mark lo había logrado de forma genuina. En verdad lo quería, y su muerte, y sobre todo haber sido el culpable de ésta, lo tenía destrozado. Y Ann se sentía frustrada por no poder apoyarlo y reconfortarlo como necesitaba. Sólo podía estar ahí, sólo como una tía, ignorante de la verdad.

No les entregaron el cuerpo hasta el domingo 23 en la mañana. Lo transportaron a Chicago en una carroza para realizar ese mismo día el velorio. La funeraria se llenó de personas, casi la misma cantidad que años antes habían acudido a las nupcias de Richard y Ann. El cuerpo de Mark reposaba en el frente de la capilla, en un fieltro abierto pero con un cristal que cubría su rostro y torso. Sus ojos reposaban cerrados, y su cara ya no tenía esa expresión de miedo y dolor con la cual Richard lo había encontrado. Un niño de apenas trece años, con tantas cosas que le quedaban por vivir. Eso era algo que no debía pasar; un padre no debería enterrar a su hijo, y mucho menos así.

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