Presagio © (Serie)

Parte 1

El Misterio De Hell Town

A finales del invierno de 1990, un día cualquiera del mes primero, se conservaba frío y con llovizna desde el principio de la mañana. La temporada de nieve había terminado, pero la intensidad del clima frío provocaba un efecto de huida en todos. Boston se mostraba solitaria y marchita.

En horas de la tarde, el cielo dibujaba grandes nubarrones negros, en vista de que se aproximaba un fuerte aguacero. Y, desde un quinto piso de un viejo edificio situado cerca del tranvia, Heather Wailen observaba con mirada triste a través de la ventana los goterones que el viento empezaba a estrellar contra el vidrío. Sin duda, era un día de esos grises y nostálgicos, no solo gracias a las fuertes lluvias torrenciales propias del invierno, sino porque también, una hora antes, presenció el entierro de Marcus, su tío. Aquel era el único familiar que le quedaba con vida y el único ser apiadado con el corazón blando que le dio la oportunidad de crecer en una familia.

Heather vivió una pequeña parte de su infancia en un orfanato. Después de que su drogadicta y descabellada madre biológica la abandonara en un parque cuando sólo tenía cuatro años, Marcus la buscó y la adoptó. Pues era la única hija de su hermano menor, quien murió muy joven por causa de una extraña enfermedad hereditaria de uno de sus padres. Georgia, su madre adoptiva y esposa de Marcus, la educó y la vio crecer como si fuese su verdadera hija. Georgia era estéril, razón por la cual no pudo concebir, y por eso mismo le dio a la joven, el más puro e indefectible de los sentimientos, el amor. Pero ambos ya habían fallecido, ahora la chica se encontraba sola y, su futuro como ella lo imaginaba, estaba por cambiar.

A fuera, la lluvia caía desconsoladamente, el viento sacudía las copas de los árboles, arrastrando las hojas que caían lentamente sobre los charcos de la acera con grietas. Un perro pasó en busca de refugio y, Heather observaba, tenía la mirada perdida en ese horizonte blanco y gris de aquella tarde inverniza. Entre sus manos sostenía una taza de café, tomaba pequeños sorbos sin ni siquiera mover sus ojos, entonces, sintió una punzada de dolor al recordar los momentos felices que vivió junto a Georgia y su tío Marcus. Ellos eran su única familia, ahora en adelante estaría sola, con un futuro incierto y, del cual empezaba a sentir temor.
-Heather, abrígate. ¡Hace frío, niña! -le dijo la señora Carson, una mujer de cachetes colorados y cuerpo robusto, dueña del apartamento donde la joven residía.

La pelinegra continuaba mirando las gotas iluminadas por los relámpagos que se deslizaban torpemente por el cristal. La señora Carson volvió a sugerirle que se abrigara, pero ella se volteó, con un estampado de melancolía en su delicado rostro, quedando frente a la mujer de colorados cachetes. Una gruesa lágrima se deslizaba por su mejilla, y la señora Carson veía dolor y tristeza en los marinos ojos de la chica.
-Primero mi padre, después mi madre Georgia... y ahora mi tío -recriminó la joven mientras rodaban lágrimas por su rostro-. ¿Cuándo será mi turno?
Hizo un esfuerzo para mantenerse firme y no caer sobre el sofá a echarse a llorar como una niña. Sabía que de ahí en adelante su vida cambiaría drásticamente.

Marcus pagaba sus estudios y el lugar donde vivía junto a ellos. Ahora debería irse de la ciudad y mudarse a un pequeño pueblo con un aterrador y extraño nombre. Allí viviría sin tener que pagarle renta a la Señora Carson. La casa en aquel pueblo, la heredó de Marcus, acompañada de una pequeña floristería de la cual el hombre poseía.
-Quisiera ayudarte, niña - Le dijo la señora Carson mientras se le acercaba para darle ánimo, y también para disculparse por no poder seguirle rentando el pequeño apartamento-. Pero lastimosamente no puedo. Tú no tienes cómo pagar y... sabes que vivo de rentar este apartamento.
-Pierda preocupación usted, señora Carson. Créame que lo entiendo.

Al terminar de decir aquello, volvió a voltearse hacia la ventana. La lluvia cesaba y a la vez dejaba un aura de tristeza y desbastamiento.
-¿Sabe algo, señora Carson?