Parte 1

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Mi cabeza posa sobre la almohada. A través de mis auriculares oigo un poco de música, con el volumen lo bastante alto como para no oír ni un minúsculo sonido del exterior, tarareo una canción bastante famosa de los Ramones, mientras mis pies se mueven inevitablemente de un lado a otro, mi cigarrillo ya esta consumido casi en su totalidad, el sol de una tarde en Buenos Aires ilumina mi habitación. Cierro los ojos, para ver oscuridad. Estaba tan aburrida y el calor me cansaba de sobremanera. De repente ya no oí la música, sino unos murmullos lejanos, decidí hacerle poco caso, pero el sonido de mierda ese se escuchaba cada vez más fuerte y cercano.

Los susurros cesaron, cuando deje de oír, sentí. Sentí algo en mi rostro. Un liquido me empapó por completo, incluyendo parte de mi cabello. Abrí los ojos y me encontré a mi vieja, –siempre tan tierna– intentando hacer que me despierte. Puse mala cara y la fulminé con la mirada esperando explicaciones de su parte. Ella me miró fingiendo inocencia y se encogió de hombros con una botellita de plástico en mano.

—Nena, creí que te moriste, no reaccionabas.—Me dijo con un tono exagerado.

—No mamá, como ves, no estoy muerta.—Le respondí con tono molesto.—No había necesidad de tirarme agua. Hubiese preferido que me golpees.—Le hice saber conteniendo mis ganas de reír.

La verdad, con ella no podía enojarme, a pesar de las bromas pesadas que me jugaba y de haberme echo pasar vergüenza un par de veces, igual la bancaba y le restaba importancia a esas cosas, porque se que la necesito y a pesar de su actitud de porquería es buena gente.

—Bueno che, levantate que ya son las seis y ojo con volver a dormirte con esos auriculares, no sea que un día te ahorcas con ese cablerio.—Agregó de paso saliendo de mi habitación. Me levanté y fui directo a mi ropero, para buscar ropa limpia.

Me cambié y fui dispuesta a salir de casa.

—¿Para donde vas?—Interrogó mamá cargando una pila de ropa planchada.

—A lo de Francisco.—Respondí restándole importancia.

—Ah, no vuelvas tarde. Cuidate eh.—Aconsejó, sonreí y levanté mi mano en gesto de «no te preocupes», salí del departamento y el viento azotó mi rostro. Rarísimo, era verano, de día el calor era sofocante, ¡Ahhh! Pero de noche... La brisa que paseaba por las calles del barrio era la más turbulenta, parecía un viento de esos que arrasan en otoño, junto a la lluvia.

Caminé por la vereda distraídamente, con las manos en los bolsillos, no llevaba nada conmigo, excepto mi ropa misma. Cuando llegué a la casa de Francisco, su empleada me recibió contenta, por lo visto le agrado, ella me cae bien, me recuerda a mi vieja, es igual de aspecto, morocha y sonriente, regordeta y bajita, con una sonrisa preciosa.

—Buenas Carla.—La saludé dándole un beso.

—Hola, negra, tanto tiempo, ¿no?, hace mucho que no venias para acá.—Me saluda amablemente.

—Estuve algo ocupada.—Mentí. La verdad era que nada que ver, no estaba ocupada, sólo tenia un bajón tremendo por haberme peleado con mi amiga Matilda, y andaba tirada por los rincones lloriqueando, porque me afectó bastante que ella haya querido alejarse de mi, es como una hermana y la cagué, la cagué de una manera monumental. La dejé de lado por harto tiempo, sin darme cuenta, no le presté atención, ella dijo que fue por Francisco, pero no se, quiero darle la razón y no puedo, capaz que si fue por él, o capaz no. En fin, le resté importancia a ella y dejé de lado nuestra amistad. La extraño demasiado y no lo niego, es una buena piba. Estuve sin responder las llamadas de Francisco por dos semanas, él obviamente no tiene la culpa de lo que me pasó con Matilda, pero decidí tomarme un tiempo sin hablarle y sin siquiera avisarle, espero que ahora no esté enojado por eso, le voy a explicar, si lo entiende; bien y si no, que se vaya a la puta.

—Ya mismo le aviso a Francisco que llegaste.—Dijo conduciéndome hacia la enorme sala de la casa. Era exageradamente grande, Francisco y su familia no eran como mi vieja, Aldo y yo, que vivíamos en un simple departamento, ellos tenían su casa propia, y estaban bien económicamente, no les faltaba nada. A él lo conocí en la facultad, la cual dejé hace un año. Ahora tengo diecinueve y estoy trabajando, cuido a una vecina mía, es una anciana de sesenta y ocho años con diabetes, le ayudo con el tema de sus medicamentos ya que suele olvidarse de las cosas, no es mucho el salario pero me sirve para de a poco ir juntando para volver a ingresar el año que viene a la universidad.

Veo mis uñas mientras escucho los pasos acercándose.

Carla camina hasta la cocina y desaparece al entrar en ella, de golpe escucho la voz dura y potente de Francisco, con el mismo look de siempre, tan delicado y elegante. Sin siquiera decirme hola, escupe su disgusto.

—Hasta que al fin decidiste aparecer.—Espetó con tono molesto. Él se quedó parado frente a mi, con la ceja enarcada y los brazos cruzados.—¿Es hora de hablar, no?, vení, vamos a mi habitación.—Tragué saliva.

Tengo los labios resecos y el corazón acelerado. No se que puede pasar, de seguro me va a terminar, fue bueno mientras duró. Me levanto del sillón y sigo sus pasos firmes, con nerviosismo.

Persiana Americana (Gustavo Cerati)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora