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Mi teléfono vibra en mi bolsillo y lo saco para responder a la llamada de urgencia de alguien que necesita una compañía.

—Zach. ¿Puedes venir a mi apartamento? —es la voz de Aby. Agradezco al destino por jugar tan a mi favor en este día. Sonriendo y terminando de acomodar los últimos detalles del plan, camino hasta el apartamento, que no queda muy lejos de la calle donde Alexey me ha dejado.

—Ya voy para allá. —respondo y cuelgo.

Llegando hasta la calle del apartamento, puedo notar que todas las luces de la calle están encendidas, sin embargo, y como si fuéramos las únicas dos personas en este mundo, las demás casas están desoladas. Quizá haya una feria en el centro de la ciudad y ese sería el colmo de mi buena suerte.

La puerta está abierta, no de par en par, pero si deja un pequeño espacio para que pase la luz. Empujo y cierro. Hay un pequeño y angosto pasillo de entrada con una mesa llena de porcelanas minimalistas. Se pueden escuchar los sollozos de Aby en la habitación consiguiente. Camino lenta y minuciosamente hasta la puerta que da ingreso a la habitación y la veo allí, de espaldas a mí. Sus brazos tiemblan y la luz medio opaca permite que el ambiente tenga cierto ánimo de tensión. No se gira, y para mí eso es importante. Que no lo haga, que todavía no se voltee.

—Se lo que hiciste, Zach. —el ronco de su voz es notable. No me sobresalto. Ya sé que lo sabe y ese es el punto principal. —No entiendo qué necesidad, en serio, pudiste ir a obsesionarte con otra persona pero...—Me acerco más a ella, a un metro de distancia. — ¿Por qué conmigo? —Aby baja las manos a sus costados y se gira con rapidez. Siempre tengo conmigo una cuchilla de afeitar, hoy son dos.

El giro es rápido, pero no le permito adicionar nada más a la conversación. Saco de mis bolsillos traseros ambas cuchillas y las entierro en su brazo. Un gemido de dolor y de sorpresa abandona su boca, pero no alcanza a retroceder. Ágilmente deslizo la cuchilla por sus brazos hasta sus muñecas y la sangre comienza a brotar de manera desorbitante. Las lágrimas caen por sus mejillas y le pongo una camisa en la boca para que sus gritos de dolor combinados con desesperación no salgan de su garganta. Se desploma en el suelo e intenta forcejar y tapar sus heridas profundas con algo, con el propósito de detener la sangre. Me pongo de pie frente a ella y sostengo sus manos con fuerza. La sangre sigue fluyendo y mancha la alfombra del piso. El forcejeo se vuelve salvaje y su mirada recae sobre mí, suplicante. La miro a los ojos y sonrío. Podrá descansar en paz. Las lágrimas brotan en la misma magnitud que los hilos rojos de sus brazos y cuando ya no puede más, suelta el trapo de su boca y da su último y agónico grito de dolor, que aunque no muy fuerte, se puede percibir el estado inmenso de desesperación. Me levanto. Su mirada queda perdida, la sangre que perdió es demasiada. Sus brazos están pálidos. Me agacho y dejo una de las cuchillas en su mano derecha.

—No eres tú. Como ya dije, nunca seré suficientepara ti.

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