Sábado 14 de marzo de 2020. 6:00 p.m.
—Eh, morros, si alcancé a traer los paquetes de papel de baño que pidieron, eran los últimos, le tuve que soltar un zape a un señor, pero ya ni modo —dijo Nacho al entrar a la casa.
Katia se paseaba nerviosa por la sala, mientras Santiago miraba la televisión.
—La Secretaría de Educación de Guanajuato ha ratificado el cese de las actividades escolares en todos los niveles para frenar el creciente número de contagios —anunciaba la conductora en la televisión.
—Katia, ¿qué tienes? Esto es bueno ya no tendrás a la universidad y los pendejos del FDRREA ya no van a poder protestar y hasta se van a olvidar de buscarme.
Horas antes, Santiago y Katia habían discutido sobre los diferentes obstáculos, identificando tres principales: el reporte de desaparición levantado por los padres de Santiago ante la policía, el detective privado y la absurda protesta del FDRREA. Por todo lo anterior, ninguno de los dos veía cercana la fecha para concluir con su plan.
—Mi mamá querrá que vuelva a casa —musito—... Y tus papás también... aún más.
—¡Ah, no! Ya estamos en esto, no salgas con que ahora tú eres la que se quiere echar para atrás.
La chica comenzó a morderse las uñas.
—No pienso en eso, pero —su respuesta cesó cuando sonó su celular—... ¡Es mi mamá!
Al no haber activado el altavoz, Santiago tuvo que deducir que le decía la madre de su amiga a ésta, guiándose sólo por sus respuestas. La chica se acariciaba la cara con la punta de los dedos, indicativo de malas noticias. Tal como lo esperaban, la madre de Katia pidió a su hija que dejara la casa de su abuela y regresara al departamento, pero la chica fue inteligente y pronto ideó una manera de cambiar la decisión de su madre.
—¿Y si vienes a cenar? Ven, mami, para que veas que la casa está en orden, ¡Puedo pedirle a Juan Carlos que me ayude a cocinar! Para que veas que él cocina rico —propuso con tono dócil—. ¡No! Te juro que no hemos hecho nada indebido. Con tantos exámenes y trabajos apenas podemos descansar. Por favor, mami, me gusta mucho la casa de mi abue, la seguiré limpiando a diario si me dejas quedarme.
La madre de Katia no estaba convencida, pero tras largos minutos de charla persuasiva, se logró un acuerdo.
—Porfis, ven a cenar, y cuando acabes la cena tú decides si me puedo quedar o si tengo que regresar a la casa.
—Más te vale decirle a Juan Carlos que se comporte como todo un caballero, sigo desconfiando de él.
La cena quedó para las ocho de la noche de ese sábado. Santiago se ofreció a participar en la preparación de los alimentos. Le ponía nervioso lo que pudiera ocurrir durante la cena. Era un miedo extraño, no quería que esa torre de mentiras se derrumbara.
Ya antes había experimentado esos temores. Cuando su hermano tenía dieciséis años y su prima María Fernanda, quince, los encontró besándose durante un viaje en familia a Lagos de Moreno. Los dos intentaron justificarse diciendo que lo hicieron para «saber cómo se sentía». Le rogaron que no los acusara con su madre ni con la tía Chío. Aturdido por el impacto, les dijo que no se preocuparan, siempre y cuando no lo volvieran a hacer.
En los días posteriores Pablo quiso culpar a su prima, argumentando que ella fue la de la iniciativa; por su parte, Marifer, insistía en que el hermano de Santi la había persuadido. Pero lo único que le importaba es que ninguno delatara al otro, y que nadie los descubriera. Le atormentaba pensar en el caos que se generaría si la familia se enteraba de ese beso.
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Pétalos y cadenas
Teen FictionSantiago es convencido por Katia, su mejor amiga, de fingir su propia desaparición para rebelarse contra quienes coartan su libertad. Tras esto, los jóvenes serán buscados por sus furiosas familias, la antipática novia del chico, universitarios excé...