Capítulo 13-1

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Doce meses antes

Las decepciones eran parte de la rutina en la facultad de psicología en el campus San Cosme: profesores que se ausentaban, exámenes que se adelantaban y cortes de luz inesperados. La combinación de las anteriores era la fórmula para el desastre. Fue así que Katia decidió no quedarse al resto de las clases.

Revisó si tenía mensajes en la aplicación de citas, seguían los tres mismos palurdos que se dejaron engañar por sus fotos de perfil, en las que jugaba con la luz, los filtros y el ángulo de la lente para verse mejor. 

Pensó que quizá ya era momento de dejar sus miedos atrás y emprender nuevas estrategias para mostrarle sus sentimientos a Santiago.

Caminó por los patios rumbo al estacionamiento, llamó su atención una voz conocida a lo lejos, era Santiago, que estaba sentado en el césped, a la sombra de un árbol, acompañado por una muchacha morenita, la misma con la que llevaba hablando dos semanas. El chico ni se imaginaba que su amiga lo observaba a lo lejos. "Se ve que disfruta hablar con él. ¡Qué raro! Ninguna chica aguanta más de dos conversaciones seguidas con Santi".

Escuchó las risas de los dos y la cabeza le dolió. Se persuadió a sí misma para seguir caminando.

Se subió al automóvil y puso una de sus canciones preferidas de Françoise Hardy: "Tous les garçons et les filles".

Mientras conducía, deseaba que la chica con la que Santiago hablaba le dejara de prestar atención, como lo hacían la mayoría. Se le cruzó la idea de sabotear la amistad que estaba formando con aquella chica, pero su corazón no la dejó.

"Todos los chicos y chicas de mi edad saben bien lo que significa el amor" cantaba la armónica voz de Hardy a través del reproductor del auto.

Katia sintió pesar en su pecho y dejándose llevar por la melodía cambió de carril sin darse cuenta, provocando que un conductor la maldijera.

"Yo ando sola por las calles con el alma en pena" decía la canción.

Pensó que a lo mejor estaba recibiendo un último llamado para defender lo que le correspondía, ella que durante tantos años había cuidado a Santiago, ¿no merecía ni un poco de su amor? Sí, sabía que su amigo era libre de amar a quien quisiera, pero era tan torpe que necesitaba ayuda para elegir lo que más le convenía. ¿Cómo abrirle los ojos? ¿Cómo recuperar lo que estaba perdiendo?

Perdería a Santiago, perdería su ansiado lugar dentro de la familia Díaz Quezada; perdería la oportunidad de estar con un hombre que la respetara y amara; si no actuaba correría el mismo destino fatal de su madre y su abuela.

Recordó una conversación con Jimena, quien la criticó por ambicionar una familia. Su amiga le había dicho que esta era una meta banal y que la soledad podía ser beneficiosa para el crecimiento personal. Katia discrepó, argumentando que formar una familia y triunfar en el ámbito laboral no eran metas excluyentes.

—Cada quién con sus sueños, ¿no? Si tú quieres ser de esa gente que satisface sus vacíos personales tratando a sus perros como bebés, pues qué bien, pero yo no quiero estar sola.

—Ay, no es tan mala la soledad. Aprende a estar sola —replicó Jimena en aquella ocasión.

—¿Aprender a estar sola? Muy fácil decirlo cuando tú tienes a tu papá, tu mamá, tres hermanos y has tenido dos novios. No necesito aprender a estar sola, porque lo he estado durante dieciocho años.

Tras esa discusión las amigas se dejaron de hablar por una semana, hasta que Jimena rectificó y le preparó un flan a Katia a manera de reconciliación.

Pétalos y cadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora