Capítulo 14-3

44 11 20
                                    

Sábado 28 de marzo de 2020

Santiago, se despertó poco antes de las siete de la mañana. En unas cincuenta horas estaría de nuevo en casa. Daría su coartada, se liberaría de la culpa y tendría el camino libre hacia la felicidad.

Tratando de no hacer ruido para no levantar a Katia, fue al baño y se limpió la cara. Abrió la puerta y bajó al comedor del hostal para tomar los alimentos, aprovechando que el desayuno estaba incluido en el pago por el hospedaje.

Regresó con la comida al cuarto, colocando los platos con huevos y frijoles, y los vasos con leche en la mesa de noche.

La chica seguía dormida en su cama, con el cabello desgreñado cayéndole sobre el rostro. Respiraba a través de la boca, un hilo de saliva le escurría. Santiago sintió una mezcla de ternura y gracia al verla en una posición tan natural, pero al sentir que invadía su íntimo sueño, prefirió despertarla.

Katia se frotó los párpados y bromeó diciendo que nunca le gustaba verse al espejo cuando despertaba.

—Es cuando más fea me veo.

"Si supieras que desde hace una semana, con cada día que pasa, te veo más bonita" pensó, pero no lo dijo.

La joven no comió mucho, argumentando que había amanecido mareada, Santiago comprendió.

Después de un rato volvieron a ser presas del aburrimiento. El muchacho fue pasando canal tras canal pero Katia no encontraba un programa que la entretuviera. Intentaron conversar, pero la plática no fluía.

Ella se quedó en la cama, recta y mirando hacia el techo.

Percibió que su compañera deseaba hacer algo que no se atrevía a decir. Nervioso por conocer su petición, le preguntó.

—No sé, pero me vendría bien un poco de aire fresco. ¿Podrías abrir el balcón?

Santiago abrió las puertas que daban al balcón. Era una mañana sin viento, por lo que no hubo una gran diferencia. Tuvo una mejor idea. Era temprano y afuera en la calle no se veía ninguna persona.

Le propuso a Katia salir durante unos minutos a la pequeña plaza que estaba callejón abajo. Ella aceptó, no veía peligro alguno dado que los locales que había en la plaza estaban cerrados.

—Apenas son las ocho, me gustaría que estuviéramos un ratito junto a la fuente, al cabo que nadie nos verá. Estamos en Guanajuato —dijo Katia.

Como tampoco deseaban abusar de su suerte, ambos se pusieron cubrebocas. Santiago se colocó los lentes sin aumento que Nacho usaba para interpretar a Juan Carlos y Katia se quitó las gafas, además de sujetarse el cabello en un bollo, pues acostumbraba llevarlo suelto o en una trenza.

Bajaron a la recepción, no había otros huéspedes a la vista.

—¿Todo bien, muchachos? —gritó la señora sorda.

—Sí, señora —contestó Katia y jaló del brazo a Santiago.

Bajaron hasta la plaza. El joven procuraba sujetar a su compañera para que no tropezara con los escalones. Se sentaron en la orilla de la fuente de cantera, cuya agua no fluía. Gracias a los árboles de los jardines obtuvieron una sensación de frescura que reconfortó a Katia.

—Es como una pintura —opinó la chica viendo los edificios coloridos que la rodeaban, los arbustos con flores moradas y el portal neoclásico en la entrada de la plaza.

Pétalos y cadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora