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Puedo ver sus ojos en la oscuridad, mirándome. No sé cómo ha entrado en mi apartamento ni por qué razón se encuentra en mi dormitorio. Pero lo que sí sé es que me encuentro en un aprieto. Él avanza hacia mí con decisión mientras yo retrocedo en la cama. Y cuando mi espalda choca contra la pared, ya no hay escapatoria. Él ha llegado hasta mi cama y ha subido de un salto. Me agarra del tobillo y tira de mí hacia su cuerpo. Cuando quiero darme cuenta, estoy sepultada por él, y sus ojos me miran como si pretendieran devorarme.

—¿Por qué no me deseas? —me pregunta.

Frunzo el ceño, confusa y acalorada al mismo tiempo. ¿No lo deseo? ¡No! Pues claro que no lo deseo. ¿Qué me pasa? Intento sacarlo de encima de mí, pero es imposible. Solo con su peso es suficiente para obligarme a permanecer donde estoy.

Su boca baja hacia mi cuello y lo lame, lentamente. Da un pequeño mordisco y baja un poco más. Mi vista comienza a nublarse. ¿Qué está pasando? ¿No debería pararlo? Esto está mal, rematadamente mal. Pero lo cierto es que me siento en una nube, una nube ardiente, mientras recorre a base de besos todo mi cuerpo. Muerdo mis labios, procurando no hacer nada de ruido. ¿Qué hora es? ¿Habrán llegado ya mis compañeras de piso?

Todos esos pensamientos se paran de golpe y mi cuerpo sufre una sacudida. ¿Acaba de pellizcarme un pezón? Sí, definitivamente lo ha hecho y ahora se dispone a succionarlo con su boca. Sus ojos no dejan de mirarme ni un solo segundo y puedo jurar que, si tengo que morirme, prefiero que sea ahora...


Unos incesantes golpes en la puerta de mi dormitorio logran sacarme de aquella pesadilla. Mi habitación se encuentra inundada por la luz del sol que proviene de la ventana. No es de noche, él no está aquí y todo ha sido un sueño. Y aunque trato de creérmelo, de concienciarme, la respiración agitada y el sudor en mi nunca todavía persisten. Cierro los ojos con fuerza y suspiro. Es normal tener un sueño extraño después de un día imposible de describir. Mi cabeza tenía que expresar de alguna manera lo que me ha ocurrido. Aunque lo cierto es que no estoy para nada de acuerdo con ella.

Me vuelvo a tumbar en la cama. Los golpes en mi puerta han desistido. Ya me ocuparé luego de averiguar quién era y qué quería. Ahora solo quiero volver a dormirme, pero no puedo. Cojo el móvil y compruebo el mensaje, por si me lo hubiera soñado también, pero sigue aquí. Me río, porque otra cosa no puedo hacer.

—Págame tú las facturas y no los haré más —digo en voz alta.

No respondo a su mensaje. Me dirijo, en cambio, hacia mi mesa para tomar el portátil y los libros y ponerme a hacer cosas para la universidad antes de que se me pase el día y no haya hecho nada.


Mi teléfono comienza a vibrar de manera descontrolada. Miro la hora: la una menos cuarto. Sonrío. Cojo el teléfono sin mirarlo y descuelgo la llamada.

—¿Buenos días o buenas tardes? —pregunto con diversión.

—Me estoy colocando unos pantalones para ir inmediatamente a tu casa —me responde Senia mientras escucho cómo pelea con la prenda de ropa.

—¿Y a qué debo ese honor?

—Mi amiga, doña estresada, se ha pasado un día entero fuera de la ciudad y no he sabido nada de ella hasta ahora —sigue resoplando—. Exijo saberlo todo, todos los detalles. Me pongo las zapatillas y voy.

La llamada termina aquí. Me río porque mi amiga es así y nunca va a cambiar. De modo que continúo haciendo cosas de clase y más sabiendo que voy a perder horas y horas de trabajo si Senia viene hacia aquí.

Furia Dorada |DEPREDADORES #1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora