21 - Damián

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Han pasado ya nueve días y once minutos desde que secuestraron a Kasia. Nueve horrorosos días en los que siento que me descontrolo a cada momento. Nueve días en los que hemos ido encontrando su olor por toda la ciudad. Siempre de la misma manera: un pañuelo blanco que sostenía trozos de sus uñas, de su cabello (ahora oscuro por el tinte), de telas que contenían su aroma e incluso pestañas. No sigue un patrón geográfico, que sepamos. Simplemente elige lugares al azar y coloca los pañuelos donde podamos encontrarlos. Jasón fue quien encontró el primero con un trozo de una de sus uñas. Todavía puedo sentir mi ira, mi frustración.

Mi móvil comienza a vibrar en el bolsillo de mi pantalón. Sin apartar la mirada de las vistas que mi precioso ventanal, en uno de mis apartamentos del centro, me proporciona, lo tomo. He traído a tantas mujeres aquí a lo largo de los años que no puedo llevar la cuenta. A menudo me pregunto qué tendrá que decir Kasia al respecto. Tenemos muchas cosas de las que hablar, aún.

—Damián —escucho la voz de mi hermana al otro lado de la línea.

—¿Hay novedades? —pregunto.

Ya sé que no, porque mi instinto me dice que ella todavía permanece con su secuestrador, y así será hasta que la encuentre. Pero no puedo evitar tener esperanzas.

—La madre de Kasia insiste en visitarla —responde—. Temo que incluso llegue a aparecer allí por sorpresa si seguimos así.

Suspiro. Mena y Cetria son las encargadas de contener a la familia de Kasia. Se ocupan de responder a los mensajes de sus amigas, familiares, profesores, etc. Es decir, que la mantienen con vida a los ojos de los demás. Aunque si ocurriera lo peor...

—Es normal que quiera ver a su hija tras lo ocurrido con su sobrina.

Habíamos encontrado a Aria aquella fatídica noche. Estaba ilesa, por suerte, no le habían tocado ni un pelo. Mi padre fue quien la vio, aterrada, caminando por una de las calles de la capital. No la llevaron a su pueblo, la dejaron aquí para que nosotros pudiéramos observar que estaba viva... y que se debía a que tenían a Kasia. Un recordatorio más de que el tiempo era crucial y de que querían verme sufrir. La cuestión es, ¿por qué? Por mucho que había preguntado a la niña, ella no sabía dónde había estado retenida. Al parecer había tratado con dos hombres que ella no había visto por que taparon sus ojos con una venda. La sacaron de la tienda dormida, aunque no sabía cómo había ocurrido exactamente. Perdió la consciencia. Y cuando despertó, se encontraba atada de pies y manos y le habían tapado los ojos. No había pistas en ella que nos condujeran hasta Kasia.

—No podemos permitir que su madre lo descubra. Toda la familia enloquecerá —aprieto el teléfono—. Necesitamos encontrarla ya.

—Hacemos lo que podemos.

Me dan ganas de gritar que eso no es suficiente, pero me contengo. Sé muy bien que toda mi manada se ha movilizado para encontrarla. No podemos hacer nada más. Y eso es lo que me está matando lentamente. Necesito a mi compañera.

—Avísame si descubres algo más.

Sin esperar respuesta, cuelgo. Ahora mismo, mis lobos están por las calles de la ciudad, buscándola. Tienen la orden de no dar un solo paso si descubren algo hasta que yo esté presente. Quiero ser yo quien tome la venganza y la justicia que me corresponde.

Desde aquí arriba la ciudad parece una procesión de luces. La noche ha caído sobre ella, pero continúa brillando. Observar la tranquilidad del ambiente nocturno siempre ha conseguido calmarme. Pero no ahora. No después de ver cómo mi hermana había sufrido golpes y cortes por todos lados. No después de averiguar que los culpables de este acto son lobos, son compañeros, aunque no sean de la manada. No después de que Kasia fuera arrebatada de mi lado.

Furia Dorada |DEPREDADORES #1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora