18- Damián

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Nunca me había sentido tan furioso como cuando llegué a casa y ella no estaba. Lo peor de todo es que lo vi, lo vi en sus ojos. Esa mirada que pedía perdón a gritos por lo que se veía obligada a llevar a cabo. Porque a pesar de todo ella tiene razón. No he sido capaz de proteger a su familia. Ni siquiera tengo pistas que me ayuden a averiguar el paradero de la chica secuestrada. Solo tiene diecisiete años y debe de estar tremendamente asustada. Al menos creo que no le harán nada. No la quieren a ella, sino a Kasia.

Un rugido surge a través de mi garganta y resuena en toda la mansión. ¿Por qué? ¿Quiénes son? ¿Qué están buscando de mí? Ojalá vinieran directamente a enfrentarse conmigo, pero me da que son demasiado cobardes para ello. Además, saben que así me provocan un dolor mayor. Y si ellos se han percatado de que Kasia es mi compañera... No puedo permitir que le pongan una mano encima. Ella está por encima de todo, por encima de esa prima suya. Lamentablemente, no puedo hacer nada. Si dejo que ella sufra, Kasia no volverá a hablarme jamás. Me rechazará. La perderé.

Han pasado diez minutos desde que llamé a mi hermana y no tengo noticias de ella todavía. Mena me conoce mejor que nadie. Sé que debería calmarme, pero la situación no pinta nada bien. Mi equipo está buscando a esa chica por toda la capital, pero nada nos asegura que la estén reteniendo en la ciudad. No puedo encontrarme con Kasia en este estado, pero mi cuerpo y mi mente la necesitan para trabajar, la necesitan para seguir viviendo. Se lo advertí. Le dije que ya no habría vuelta atrás. Si tan solo pudiera haberla mantenido conmigo un poco más hasta poder contárselo todo... Pero ya de nada sirve lamentar. Ahora me toca solucionar mi error.

Mena no la traerá. Y por mucho que yo desee arrancarla de sus brazos y encerrarla en los míos, no puedo hacerlo. Mi hermana la protegería con su vida y debo confiar en que esté a salvo. Si ella puede hacerla entrar en razón y darme una última oportunidad para demostrarle que soy el hombre que puede darle la vida que quiera, esperaré.

Mientras tanto, saco el móvil del bolsillo y llamo a Ilion. Mi mejor amigo no tarda en responder.

—Damián.

—Imagino que no tendréis ninguna novedad de la que informar —comento, apretando el teléfono.

—La chica había salido con su novio a dar una vuelta —me cuenta—. Uno de nuestros hombres se ha hecho pasar por policía y ha podido hablar con él. Según su versión, asegura que la perdió de vista solo un instante. Ella se bajó del coche para comprar unas bebidas y él la estuvo esperando todo el tiempo delante de la tienda. Jamás salió.

—¿Tenéis el nombre de esa tienda?

—Katia y yo ya estamos en ella —una buena noticia—. Tenemos el permiso del dueño para mirar lo que queramos. Cuando le hayamos hecho un par de preguntas y hayamos inspeccionado el sitio, te llamaré. Cetria ha ido a pedir prestada una prenda de ropa de la desaparecida para poder rastrearla o identificar su olor si lo encontramos. Hemos pensado que la petición no sonaría tan rara de los labios de una chica.

—Habéis hecho bien. Gracias.

Cuelgo, busco el número de Cetria en mi móvil y espero a que responda. Tarda un poco, pero al final puedo escuchar su voz.

—¿Has hablado con Ilion? —me pregunta.

—Hace un minuto.

—Tengo la prenda. Me han dado dos camisetas que utilizó la chica esta semana. No se han lavado y tienen su aroma impregnado, así que nos servirá. Les he dicho que es para guardarlas y poder utilizarlas cuando trabajemos en el caso con los perros policías.

—¿Han creído que eras agente?

Cetria es todavía una niña, una chica de veintitrés años con ojos demasiado alegres e inocentes. Si esa familia se ha tragado su mentira, no son muy buenos sospechando o están desesperados.

Furia Dorada |DEPREDADORES #1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora