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Ariel y yo estamos comiendo solos. Al parecer, Damián bajó con mucha prisa las escaleras y se marchó de la mansión, disculpándose con su mayordomo (¿será su mayordomo?). Al menos el miedo que tenía de encontrarme con él fue en vano. Ariel tampoco me ha preguntado nada. Simplemente me preguntó si tenía hambre y nos sentamos los dos en la mesa que él había estado preparando. La comida, debo decir, está exquisita. Siempre prepara platos increíbles.

—Todo está delicioso, gracias —digo mientras me limpio los labios cuidadosamente con una servilleta.

—Gracias. Aunque me temo que no tiene usted mucha hambre que digamos —mira con detenimiento mi plato—. ¿Puedo ofrecerle algo que sea más de su agrado?

—Oh, no, no —agito las manos—. De verdad, Ariel, está todo riquísimo. Es simplemente que no estoy... de humor.

—No tiene apetito —entiende.

—No, la verdad es que no —bajo la mirada.

—Puede retirarse a su dormitorio, si es lo que desea.

—Gracias. Pero primero quiero ayudarlo con los platos y...

—No, de eso nada —él también se limpia la boca y después me mira—. Necesito algo en lo que centrar mi atención, y no podré hacerlo si me quita la mitad del trabajo. Cuando el señorito está así... No voy a engañarla, me preocupo por él. No confía prácticamente en nadie y parece querer guardarse todo para sí mismo todo el tiempo. Es frustrante, sin duda, desear con todas tus fuerzas hacer algo y sentirte tan... impotente. Supongo que usted sabrá a lo que me refiero.

Me muero de nuevo el labio. Sí, sin duda, lo sé. Antes, cuando él estaba golpeándose, quería que hablara conmigo, que se abriera... No puedo explicar por qué, pero lo deseaba con todas mis fuerzas. No quería que siguiera cargando con más peso del que ya se echa sobre sus hombros. Es curioso. Nunca pensé que la vida de un famoso pudiera ser complicada o incluso mala. Para mí el dinero siempre ha sido mi mayor problema. Y ahora me doy cuenta de que la riqueza no lo es todo.

—Ariel, ¿puedo preguntar...? ¿Cómo...? ¿Cómo conociste al señor Dagger?

Me ha costado mucho formular esa pregunta en voz alta, pero es algo que llevo preguntándome desde que entré en esta casa. Es obvio que su propietario no va a darme ninguna respuesta, al menos no ahora, así que Ariel es un buen punto por el que empezar. Él se pone de pie y comienza a recoger los platos. Y aunque me haya dicho que no quiere mi ayuda, no puedo quedarme cruzada de brazos, así que empiezo a recoger también.

—Yo conozco al señorito prácticamente desde que nació —aquella información me coge desprevenida—. Era amigo de sus padres, un buen amigo. Cuando el señorito nació, yo tenía veintitrés años. Sus padres me hicieron su padrino, o algo por el estilo.

—¿Sus padres?

—Murieron —doy gracias a que hemos llegado a la cocina, porque si no habría soltado los platos—. Fue algo terrible, sin duda. Perder a tu familia resulta doloroso en circunstancias normales, pero aquello...

Yo no entiendo nada. Simplemente me limito a escuchar hasta que pueda comprender a dónde se dirigen sus palabras. Él, al ver mi expresión confusa, continúa.

—La familia del señorito fue asesinada.

El corazón se me encoge en este mismo momento y me sujeto lo más discretamente que puedo a la puerta de la cocina, por donde acabamos de salir para regresar de nuevo al comedor. ¿Asesinada? ¿Cómo es eso posible? ¿Una familia entera? ¿Por qué? Él no era famoso cuando era pequeño, ¿no?

Furia Dorada |DEPREDADORES #1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora