Capítulo dos.

5 1 0
                                    


22 de diciembre de 2019.

Uno pensaría que por ser domingo tendría el día libre pero no era así. Su día libre era el lunes.

Su horario estaba cambiando constantemente y sus días libres siempre estaban rotando. Ese año le tocaba librar en navidad y trabajar en año nuevo. No era de su agrado arrestar gente borracha que estaba siendo idiota y arruinando el festejo de otros, pero amaba su trabajo con locura.

Le gustaría de sobremanera ascender y obtener misiones más importantes. Lo más interesante que había hecho hasta ese momento fue participar en el caso del padre de Kenya, quien se había vuelto su amiga.

Vigilar a alguien muchos pensarían que era soso o aburrido pero requiere de mucha profesionalidad y se debe ser responsable. Es algo delicado y de hecho no muy fácil cuando las personas no tienen idea de que están siendo vigiladas.

¿Vigilar a un narcotraficante? Una de las cosas más difíciles que ha hecho y no muy bien, cabe decir. Es por eso que su ascenso no se retrasó pero estaba tan estancado que comenzaba a cabrearla.

No tenía paciencia, era una bocazas y lo único que parecía saber hacer era meterse en problemas que su compañero siempre trataba de tapar.

Shawn fue lo mejor y lo peor que le pasó en la vida. Era una tentación andante de la cual no podía resistirse ni tener suficiente. Sus sentimientos por el castaño eran contradictorios la mayoría de las veces y por eso lo trataba mal. Reaccionaba a la defensiva todo el tiempo y eso era como una gran roca entre ellos que no estaba interesada en que desapareciera.

Tenían sexo esporádico y luego de eso lo mantenían profesional. No eran amigos y dudaba que él supiera algo de su vida además de que su madre se llamaba Rebecca y era dueña de un supermercado.

No hablaba de su familia ni mucho menos de la ausencia de un padre al que no le guardaba rencor ni tampoco tenía deseos de conocer. Su madre se encargó de llenar muy bien los espacios en blanco y nunca le había hecho falta nada.

Siempre había sido dura y jamás le había afectado no tener un padre, las burlas de la infancia y de la adolescencia le resbalaban y su falta de reacción parecía cabrear a todo el mundo. Nunca había hecho amigos cercanos pero era bastante sociable.

Se juntaba con conocidos y salía con muchos otros pero nadie quién doliera si algún día decidiera irse.

La única que se había ganado su amistad hasta ahora era Kenya y ni siquiera confiaba lo suficiente en ella.

La única que parecía saber todo de ella era su madre.

Madre a la que ahora se dirigía a visitar.

Pasó por las puertas automáticas y asintió hacia la cajera. Se llamaba Milena y estaba recién salida del instituto pero hacía bien su trabajo y era rápida.

Le guiñó un ojo divertida cuando sus mejillas se colorearon. Estaba segura que la chica pensaba que ella era lesbiana.

Era un defecto en ella querer llamar la atención de todo el mundo. Jamás se acostaría con una mujer porque no le atraía la idea. En su loca adolescencia había compartido besos con una compañera de clase en una fiesta llena de menores alcoholizados jugando verdad o reto y lo cierto era que no había sentido nada. Fue una presión de labios que no causó nada en ella y descartó cualquier posible lesbianismo, no lograba sentirse atraída por las mujeres.

Era una adoradora de penes, como la llamaba su madre.

— ¡Mi fosforito ardiente! —chilló adentrándose en la oficina de su madre.

A prueba de todo - SECUESTRADAS IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora