Capítulo 2: |Una señal|

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Eran cerca de las seis y habían varias mesas ya ocupadas en la cafetería. Muchas de ellas por universitarios que acaban de salir de sus clases.

—¿Puedes ayudarme con la mesa cinco? Es una tarde agitada— Connor se me había acercado para ordenar un pedido en la pequeña cocina. Le sonreí en respuesta y abandoné mi puesto por un corto tiempo.

Definitivamente es una señal. Benditos seas al de arriba.

Ella se encontraba ahí, sentada de una manera muy correcta y derecha a lo que un adulto-jóven acostumbra. Me acerqué apretando a la pequeña libreta en mis manos en un gesto nervioso. Su mirada se posó en mi y obligué a mi cerebro a actuar correctamente.

—Buenos tardes, ¿Qué desea ordenar?— bien, realmente me merezco un premio por hablar sin que mi lengua se enredara en mi propia boca.

—Hola, un café amargo está bien. De preferencia que se encuentre muy caliente—. Me sonrió en gestó casual mientras que sus manos jugueteaban con un pequeño llavero.

—Bien, si no desea algo más me retiro, su pedido no tardará demasiado—. Le di una pequeña sonrisa y me marché antes de hacer el maldito ridículo.

—Wow, acabas de atender a un belleza y no te vi coquetarle. Más bien parecías que ibas a desmayarte, bro.— le enseñé mi dedo medio mientras servía el café caliente recién salido de la cafetera.

—Es bonita, si— admito, en un susurro mientras tomo una de las bandejas.

—Bonita no, Mateo ¡Es una jodida belleza! Si tu no le pides su número lo haré yo.— maldito gato ligón.

—No seas estúpido, llevaré esto. Mi descanso está por entrar así que pídele ayuda a Omar que se encuentra en la cocina.

Dejé su café en su mesa y ella me brindó una pequeña sonrisa en modo de cortesía.

—¿Quieres acompañarme? Sólo si ya ta encuentras desocupado, claro.

—¿Qué?— necesitaba que lo repitiera a pesar de ya hablarle escuchado claramente. Ugsh, realmente estoy siendo muy estúpido. Antes de que volviera a hablar me le adelanté—. Claro, lo siento. Yo, amm, dejaré esto y vuelvo a hacerte compañía—. Ella me sonrió muy feliz y pude jurar que algo en mi se removió.

Ojalá y sea hambre.

Di aviso de que salía a mi descanso y volví a la mesa, realmente no quería quedarme en la cafetería pero en cuarentena minutos no podía hacer mucho. Solía salir por la puerta del fondo y fumar algún que otro cigarrillo pero no desperdiciaré la oportunidad de estar acompañado de la chica de belleza cautivadora.

—Si quieres podemos salir, yo ya pagué mi café en la caja.— movió el recipiente y su etiqueta frente a mi en modo de evidencia.

—Claro, mientras sea por aquí cerca estará bien. Sólo tengo cuarentena minutos.

—Por mi está bien, hay una plaza pequeña a una cuadra. Podemos caminar hasta allí.— Caminamos para salir de la cafetería y la brisa cálida de Atlanta me abrazó. Se formó un silencio que realmente me sentó incómodo pero ella parecía ajena a ello.

—Y dime, Ophelia. ¿Eres de por aquí?— pensó un rato antes de poder recibir una respuesta de su parte. Realmente hablaba con mucha naturalidad el inglés pero aún así podrías apreciar que tenía una acento extraño.

Cada palabra que saliera de su boca era exquisita. Podía endulzar hasta las más vil grosería.

—Realmente no provengo de aquí. No tengo lugar de origen, pero podría decirte que soy del sur—. Llegamos a unas bancas del parque, algo pequeñas.

Jugué con la cajetilla de cigarros que se encontraba en mis bolsillos.

—Entonces, eres de Latinoamérica ¿No?— Me miró y podría jurar que ella veía más que mi rostro, sentía que desnudaba mi alma. Se encogió de hombros con simpleza en respuesta.

—¿Hablas español?— tal vez estaba siendo imprudente pero su respuesta a mi pregunta había sido algo... incierta y logró despertar mi curiosidad.

—Hablo con fluidez muchos idiomas, aunque no lo creas.— Me sonrió cómo sólo ella podía y unas ganas increíbles de pedirle que hablara uno de esos idiomas exóticos me envargo. Ella pareció predecir mis palabras y pronunció— Você é uma criatura exótica, meu amor.

Bien, no negaré que el pronunciar esas hizo que mi imaginación volara libremente por mi traviesa mente.

—Realmente no entendí pero sonó muy ardiente.

¡Jodida verga! ¿Que mierda me pasa por la cabeza cómo para decir semejante estupidez? Ni siquiera teníamos algo de confianza, por un demonio.
Ella rió algo graciosa por mis palabras.

—Eres de lo que no hay, amour perdu.

Eso no me sonó a... ¿Portugués?— realmente no sabía en un principio que idioma había hablado pero me podría hacerme una idea.

—Es porque no lo es, hablé en francés. Un idioma hermoso, uno de mis favoritos—. Estuvimos hablando de cosas superficiales, noté que era algo reservada respecto a su vida privada y decidí no indagar mucho en ello más allá de cosas insignificantes. En cambio a lo que a mi respecta, no paré de hablar cómo el bocazas que llegaba a ser en ocasiones olvidando por completo que debía volver al trabajo.

Ella lo mencionó y volvimos a la cafetería a paso ligero. Me dijo algunas cosas suyas, cómo que tenía una obsesión con los gatunos, de todos los que pudiera haber. Amaba el café amargo y ambos compartimos el mismo gusto por la música pop.

Ella hacía de suplente en la biblioteca de la UNI puesto que la señora Foster pillo una enfermedad algo grave.

Por mi parte le conté que estoy estudiando periodismo y que estoy hasta la médula con trabajos prácticos y parciales.

Hablamos y hablamos con fluidez, ella decidió detenerse a un lado de la cafetería.

—Fue agradable hablar contigo Abraham. ¿Sería demasiado inapropiado si quisiera repetir la ocasión?— yo me quedé sin aliento, es decir ¡¿Me está invitando a salir?! Oh, diablos esto ni siquiera tendría que pensarlo demasiado.

—¡Claro que si! Mañana salgo temprano, tres treinta para ser exactos, si te parece bien podemos encontrarnos aquí—. Hablé con demasiado entusiasmo cómo para aceptar tan abruptamente una salida causal. Es decir, no sería la primera vez que salgo con una chica pero me estoy comportando muy por de fuera de mi zona de confort.

—Por mi está perfecto, nos vemos mañana Saúl.— Ella se acercó y beso mi mejilla para luego dar media vuelta y caminar en dirección contraria a la que veníamos. Sonreí pero luego mi cabeza se hizo de caos.

¿En qué momento le dije mi segundo nombre?

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Ella quedó atontada cómo sólo él podía dejarle. El revoloteo familiar en ella no permitía que la emoción disminuyera. Pero, la oscuridad se posó sobre ella y la emoción ya no estaba allí.

Una lágrima rodo por su rosada mejilla y ella murmuró al aire.

¿Por qué?
Y de la brisa cálida pero que ella sentía fría se oyó un leve susurro imperceptible.

Lo siento, amor mío.

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Hey! Cómo algunas sabrán, Abraham no tiene segundo nombre pero es un detalle que más adelante explicaré. Me despido.

Con odio y karma.
As.

Le Beau [AM] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora