Tranquilina

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Tranquilina le hacía honor a su nombre. Cuando recién había nacido, nunca lloró. Sus padres se preocuparon por ello, de modo que la llevaron con mil y un pediatras, los cuales, después de breves pero atentas revisiones, aseguraban todos lo mismo, que no debían preocuparse sino alegrarse, ya que su pequeña niña estaba sanita, mucho más que ellos tres juntos.

Cuando comenzó a ir al kínder, contrario a sus compañeros, ella no lloró, tampoco se alegró; sin más, sólo la puerta cruzó. Y lo mismo en primaria pasó; también en secundaría.

Ahí, en secundaria, conoció a otra niña que después se convirtió en su amiga; Dolores se llamaba. Siempre estaba triste, y diario lloraba por cualquier motivo. En Tranquilina encontró consuelo y apoyo, pero aquella chiquilla no entendía lo que le pasaba a Lola. Nunca se había sentido así. ¿Alguna vez algo había sentido?

Una tarde, después de clases, Tranquilina no hizo más que pensar en ello.

"¿Qué se siente estar triste?"

Pensarlo le restaba energías, le quitó el apetito, y como consecuencia, el estómago y la cabeza le comenzaron a doler. Pensaba que el aire le comenzaba a faltar, y que sus extremidades cada vez pesaban más. Entonces, sus mejillas se humedecieron; lloró hasta quedar dormida, imaginando qué se sentiría estar triste.

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