La patada precisa

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Dos minutos. Sólo un par de minutos separaba a Jozefrá de su destino; era la oportunidad de hacer historia o ser condenado por ella. Eso si corriera con la suerte de que alguien lo recordara, y eso si es que hubiera alguien dispuesto a recordar.

Dos minutos y las opciones eran ganar o ganar, sin más. En ese instante, su entorno se detuvo por un momento, dejando al espacio como el único en la fórmula del continuo, y como si aquello no fuera suficiente violación de singularidades, se pudo proyectar fuera de sí; fue actor y espectador a la vez.

Por su mente corrían las voces del recuerdo cuyo eco taladraban su concentración. Recordaba los gritos de su madre, quien histérica le insistía en dejar esa pelota que a ningún sitio lo llevaría. El gesto de su padre, negándose a aceptar la propuesta del profesor de deportes de incluir a Jozefrá en la escuadra escolar porque "su futuro estaba en el derecho y la justicia". O a cuando ya alcanzado el balompié profesional, la incansable crítica le nombró "el traficante del opio del pueblo" o "el promotor del pan y circo" que distrajo a la gente de las verdaderas prioridades y los condujo hasta aquí, a este miserable presente.

Claro, no era culpa suya que ese represor sometiera a las masas, pero cargó con el peso y, ahora, tal como el balón durante el encuentro, el destino dio muchas vueltas hasta llegar a sus pies. ¡Y cómo son las cosas! Ese instante bastó para darse cuenta de que ese fue el camino correcto y que, como le dijo a sus padres cuando dejó casa, el tiempo le daría la razón. La pelota lo puso ahí, lejos, para defender los derechos colectivos y hacer justicia, porque les fue arrebatado el pan y fueron lanzados al centro del circo para ser devorados por los leones de la impunidad, la opresión y la indiferencia.

Pero ya no más.

Jozefrá volvió en sí y vio al esférico volar a su encuentro; la patada precisa lo cambiaría todo. La conecta, la define, y en el lienzo de cuero firmó su más grande obra de arte. El balón tocó la red y el silencio inundó al pueblo.

¡GOL!

Hecho piedra, Jozefrá vio cómo la multitud enloquecía y escuchó a toda una nación quebrarse de emoción. Nunca antes un gol había significado tanto, lo suficiente como para saber que, después del último silbido, se habría llevado un golpe de estado digno de fair play, sin levantarse en armas. Sólo con la patada precisa.

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