Tres con Mary Jane

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La noche había caído, y ellos seguían ahí, sin la intención de marcharse pronto. Tenían la playa entera sólo para ellos; sólo para dos, y desde muy temprano así fue.

Su contagiosa risa al principio cautivó a quienes les rodeaban; era enternecedor ver a dos enamorados riendo como tontos. Al cabo de unas horas, los mismos que habían sentido ternura, se marcharon perturbados, confundidos; aquella risa perpetua no era normal.

No era alcohol; no había ni una gota.

No era café; sólo un demente lo tomaría en el mar.

Tan sólo era té.

Y les hizo soñar, les hizo volar.

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