El día que te conocí, ¿recuerdas?

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Anteriormente publicado, por la editorial Dulce Constelación, en su libro "Constelación Escritos" el  15 de junio de 2020.

GŌDAI (OC) - "El día que te conocí, ¿recuerdas?" 


            Lo único que ocupa mi distrae mi mente ahora es el sonido del segundero. Ese constante tic tac que marca junto a las otras manecillas. Pasan uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... El reloj de pared marca las seis y media de la tarde, recién veo la hora, no tuve tiempo de fijarme. Otras cosas como las voces de personas a lo lejos, el paso de la gente afuera, mis propios movimientos, todo tipo de sonidos se cruzan por mis oídos. No soy capaz de concentrarme en nada concreto. Todo pasó tan rápido...
Es verdad, ha pasado una hora que este chico me pidió que lo acompañase a casa. Se ve bastante espaciosa para que vivan dos personas, eso le comenté a unos centímetros de la entrada, él me dijo que es un minshuku. Me dijo que su padre es el dueño. Cuando llegamos, nos acomodamos en la sala de estar frente a la mesa ratona, sobre esta había un par de tazas ya servidas con té verde; nos sentamos en el tatami y comenzamos de la nada una conversación trivial. Él la dirigía, sin parecer molestarle en absoluto las respuestas monosílabas o mi voz casi quebrada. Mientras hablábamos, no pude evitar observar la modesta decoración tradicional, ¿será igual en todas las habitaciones?
Hace unos minutos, "amablemente" me pidió que lo esperase a traer más té. Recuerdo que se levantó muy tranquilo del piso, pero después de cerrar la puerta dando al pasillo, sus pasos en dirección a la cocina se volvieron zancadas. «Está enojado», comenté para mí al oírlo. Siento que mi estómago se revuelve levemente, y me duele, bajo la mano arrugando la chaqueta del gakuran, buscando sostenerme. Empiezo a respirar más rápido, aumento el ritmo de mi inhalación y exhalación por cada medio segundo al igual que los latidos del corazón. No quería que se enojara conmigo, ¿qué hice para provocarlo? Ojalá no me haga nada, por favor no quiero que se enoje...
Oigo una voz suave masculina, creo me está llamando. Creo, porque ahora no lo puedo entender. No sé si está llamándome por mi nombre, si sólo sigue hablando del tema anterior, si es alguien más a lo lejos, o si sólo es mi imaginación...






No escuchaba nada, excepto a alguien frente mío gritándome cosas inentendibles. Es como si tuviera dificultades de entender el idioma. Me tomaba de los hombros fuertemente, pero sin llegar a ser tan brusco y causarme dolor. El muchacho detrás de los anteojos lloraba a cada segundo, la voz iba quebrándose y se le veía sudar a mares a causa del manojo de nervios que se convirtió. Sólo lo miraba, escuchándole pese a no entenderle del todo y conteniendo las lágrimas. Temblábamos, ninguno estaba dispuesto a soltar al otro; él me sujetaba como si la vida dependiese de ello. Jalaba la tela del uniforme, aferrándome a su cuerpo. Entre hipidos, gruñidos, sollozos, exclamaciones, insultos, se comunicaba conmigo.
Alcé unos instantes la cabeza hacia arriba, intentando contestar las preguntas que me hacía. Quería estar solo, no necesitaba la interrupción de nadie. Se supone que al saltar, habría acabado con este pesar. Además, ¿quién me necesitaría? No soy más que un estorbo para mi familia, no soy capaz de defender a mis hermanos ni a nuestra madre de las ofensas de esa bestia, no soy necesariamente fuerte para construir un camino el cual seguir, no dispongo de la fortaleza para afrontar los problemas. La altura desde la azotea hasta el suelo habría sido suficiente, habría liberado a todos, ¿entonces por qué? ¿Por qué?
Me salvó, usualmente nadie correría a ayudar o impedir que lo haga; él fue un caso distinto, la forma que me miró cuando evitó la caída, esa mirada de terror seguía clavada en mi corazón. Me salvó...
Dejé caer la cabeza sobre su hombro, haciendo que me soltara y bajase los brazos. Lo veía con los ojos abiertos como platos, con un pequeño atisbo de ese terror. Parecía no entender la razón, yo menos lo hacía, sólo lo hice. Y por los cielos, la sensación de mi cara contra la tela del uniforme del chico desconocido emanaba un calor muy notable, tanto que al instante bostecé y aún faltaba mucho para medianoche.
—Gracias... —susurré, fue lo único que logré decirle. Quizás a modo de agradecer, tampoco conocía el motivo de soltar eso.
Era un alumno del otro curso, pero hasta ese momento no cruzábamos palabras. Lo he visto ocasionalmente durante los recesos y al llegar a la escuela en compañía de otros chicos.
Recibí un "tarado" de su parte, abrazándome otra vez sin ganas de dejarme ir, se gira a verme. Asentí sin entender muy bien a qué se refería, y una lágrima descendió primero de la mejilla, se escondió en mi pecho y sentí algo de humedad allí; sin pensarlo sentí algo cayendo por la mía, permanecí en silencio sintiendo hasta mi cuello mojado y mirando borroso a la nada. ¿Realmente lastimaría a una persona por intentarlo? ¿Realmente quise causar algo?





—¿Qué ocurre, Tomizawa?
Salgo de mis pensamientos y volteo a verlo, con los cabellos oscuros ondulados, ojos marrones apenas brillantes detrás de un par de vidrios, piel pálida, unos diez centímetros más bajo, delgado. Sostiene una tetera entre manos, arrodillado frente a mí, demasiado cerca. ¡Está demasiado cerca! Los bordes de sus cejas se elevan, sacudo la cabeza negando enérgico cualquier conclusión suya. Me arrepiento, me arrepiento.
—No... ¡No, no, no! No pasa nada, Nakahara, no te preocupes —respondo, a un ritmo acelerado. Carajo, ni siquiera soy capaz de disimularlo. Ojalá no se haya dado cuenta, por favor que no.
—Curioso, hace rato no podías ni decir siquiera cómo te llamabas —dice mientras sirve el contenido a las tazas, dejándola en la mesa—. Puedo llamarte Hikari, ¿verdad?
—¿H-Hikari...?
—Hikari Tomizawa, así te llamas.
—Ah, sí...
Tengo la mente absolutamente en blanco. Carezco de temas ingeniosos para entablar una conversación, y se concentra en verme, paseando los ojos inquietos en busca de alguna idea. Me mira de a momentos, de un momento a otro habla nuevamente y casi me sobresalto al oírlo, nomás me queda prestarle atención. No se vuelve a tocar lo sucedido hace horas, ni una referencia al respecto; de hecho ninguno desea decirlo, preguntar cómo nos sentimos. Hablamos de las clases, los posibles exámenes que vendrían, los mangas que nos gustan, lo que haríamos el fin de semana. Evitamos completamente ese hecho. Sigo sin entender nada, ninguno entendió, y estoy aliviado de no estar solo.



—Sigo sin creer que te hayas preocupado por mí... —comento antes de darle un bocado al tsukudani.
—Todavía lo hago —contesta dando un sorbo al pico de la botella de agua—. Oye, tienes un grano de arroz —señala, tocándose a un costado de la boca, moviendo el índice para hacer énfasis.
—¿Dónde?
—Aquí —dice, acercándose rápido a mi rostro, sonriendo de oreja a oreja.
La presión de sus labios contra mi comisura me deja helado, se acomoda en el asiento y mastica apenas. «Entonces sí tenía un grano de arroz —pensé—, no se trató sólo de una excusa para besarme». Literalmente estoy inmovilizado, no había nadie por la zona en esos momentos, pues la mayoría están en los salones. Luego de comer parte de la tortilla de huevo, me aproximo a él y le doy un fugaz beso, provocando que me mire, alzando una ceja.
—Sabes que estamos en público, ¿o no? —vuelve a acercarse, acariciando un mechón de mi cabello castaño.
—Esa es mi línea, Akira. Todos están lejos del patio, es válido besarse ahora que no nos miran.
—¿Qué hora es?
Saco unos segundos el teléfono y veo que son las 12:33 de la mañana, en minutos tocará la campana para la siguiente clase.
—Son las doce y media pasadas.
—Si dices que es válido sin moros en la costa, ¿entonces me permite besarte, Hikari?
—Claro que sí, Akira.
Dejando el palabrerío de lado, aparta el bento ya vacío y lo envuelve en el pañuelo, se levanta del piso y me extiende la mano. Hago lo mismo y posterior a esto tomo su mano, teniéndola como soporte durante los momentos en que me afirmo frente suyo. Me inclino y simplemente lo beso, reposo las manos en su cintura; corresponde al acto, aferrándose a mí cuerpo en un abrazo. Una de las cosas que consiguen alegrarme los días es besarlo, todo lo que involucre estar cerca de Akira. Agradezco a las deidades por darme la oportunidad de tenerlo de novio. Creo que me saqué la lotería. No lo sé, pasando años queriendo desaparecer de la faz de la tierra, considerándome un fracasado por no aspirar a lo grande, y encontrar a un extraño impidiéndote cometer una estupidez grave. Cual sea el motivo de quererme aún sin que posea alguna luz en mi interior, de apoyarme hasta en lo sencillo, de estar dispuesto a ayudarme, de demostrarme abiertamente que me quiere, caí rendido.

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⏰ Última actualización: Jun 22, 2020 ⏰

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