Cuando me di cuenta, estaba abrazándote (1)

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Cuando me di cuenta, estaba abrazándote - Capítulo I.
(Publicado originalmente el 17 de agosto de 2017)


            Esa mañana estaba bastante agradable, no sentía ninguna gota de sudor en su frente, en su corto cabello castaño u otra parte del cuerpo. Por alguna razón, el peso de la correa de su bolso era más ligero, apenas llevaba unos libros y sus cuadernos donde tomaba apuntes de sus clases; quizás se levantó con más ánimo.
En sus 20 años, Alexander Ríos, era un Alfa con otra forma de pensar. La genética realmente no le interesaba, sólo quería vivir de lo que quería, por eso eligió estudiar la carrera de edición. Amaba el mundo de las letras, se consideraba a sí mismo gran lector, disfrutaba con casi todo tipo de obras literarias... Excepto de las novelas románticas, no todas, pero la mayoría le parecían demasiado empalagosas.
Sus exámenes habían terminado semanas atrás, debería desvelarse menos, aunque claro, la presión de su estatus persistirá hasta que muera. A pocos pasos de llegar a la entrada de la universidad, olfateó un dulce aroma entre la multitud, uno que destacaba por los demás, seguramente es un Omega, pensó. Sabía a la perfección la esencia de estos, pero jamás encontró alguno tan particular. Intentó buscar con la vista y utilizar el olfato de paso para rastrear la procedencia, pero el sonido de la campana lo sacó de sus pensamientos y corrió hasta su lección de Teoría y Análisis Literario, no tenía tiempo literalmente para ocuparse de buscar a quién correspondía esa exquisita fragancia.
Volviendo a la genética, odiaba ponerse burro todo el tiempo al percibir las feromonas, las dichosas feromonas. Hubiese preferido nacer Beta, viviría tranquilo y perfectamente no pasaría por las presiones de "ser el mejor porque sí", "hacerse respetar porque sí", "ser el líder porque sí", "mandar porque sí". Traía puesta una camiseta blanca y un pantalón deportivo, se le dio la regalada gana de vestirse así, y claro, debería de ir al gimnasio luego de clases.
Sus ojos azules enfocaban al reloj, admitió aburrirse, las horas pasaban demasiado lentas y deseaba irse pronto a casa, aprovechando las horas libres para estudiar y no tener que hacerlo en lo que quedaba de tiempo. Sin embargo, un conjunto de jóvenes tuvo que interrumpir al profesor, al fin, celebró Alexander.
—Chicos, queríamos avisarles que hay una charla después del horario escolar —avisó uno del grupo.
— ¿Y de qué se trata? —preguntó un alumno.
—Es una reunión de escritores que vienen a hablar acerca de cómo trabajan y sus historias. Pasen los folletos entre ustedes, los que estén interesados en venir, asistan a las cinco al aula magna.
¡Frenen, frenen, frenen!, ¿una junta de autores en el aula magna? Esto se va a poner interesante, le aliviaba que por una vez en tanto tiempo no hubiese charlas políticas ni algo parecido. Ya teniendo uno en sus manos, leyó un nombre familiar. Tic. Tac. La emoción emergió en sus venas en segundos, su autor favorito asistiría y nada le impediría ir a verlo.
Lo vería por primera vez en persona, o mejor dicho, muchos lo harían. Nunca mostró su rostro en público, su nombre ha aparecido en obras reconocidas, sin embargo ni en solapas de diferentes ediciones salían fotos de su cara. Las sensaciones estaban a flor de piel, por primera vez, primerísima vez, conocería la fisonomía del autor. Primera vez que sonrío hoy, saber que te conoceré, me emociono, dijo mas para sí hundiendo la cara en el papel.



El reloj de pulsera indicaba las cinco en punto, esperaba sentado en una de las primeras filas de sillas de ese salón. Normalmente llegaba luego de unos minutos a estos eventos, tuvo que hacer un cambio esa vez, iba a estar su escritor preferido y no perdería la oportunidad. Faltó inclusive al gym, repasó los apuntes un ratito sentado frente a las puertas del aula magna, pues estas se hallaban cerradas, abriendo recién media hora antes de la impresa en el panfleto.
En el escenario, sobre la gran mesa, posaban las tarjetas con los nombres de los principales invitados, micrófonos, botellas de agua, papales. Apretaba el bolso sobre su regazo con sus brazos, no dejaba de mirar los asientos vacíos, ¿tanto se nota que estoy nervioso?, se preguntó a sí mismo. Fue a sus clases muy callado, aquella lengua que usaba para comunicarse, se durmió, cómo me gustaría haberme quedado dormido. Negó de inmediato ese deseo.
—¿Nervioso, Alex? —tomó los hombros por detrás, el aludido se sobresaltó.
—Deja de hacer eso, Gabriel —respondió seguido de un respingo.
—Oye, tranquilo. Has estado callado hoy, ¿ocurrió algo?
Imposible negarse ante su mejor amigo: Gabriel Ramos, un Beta con muchas ocurrencias, divertido en todos los sentidos, excesivamente desgraciado; igual era alguien en quien confiaba mucho. Cabello pelirrojo rizado con mechas largas, ojos verdes claros, tez blanca y pecosa en los pómulos, vestía una camisa azul, pantalones de vestir caqui arremangados de la botamanga, tenis colorinches.
Un recuerdo cruzó por su mente, uno que quería olvidar durante la reunión, el de haberse despertado del día anterior, en el cual su celo de Alfa vino de repente. Satisfecho de que su calor interno se apaciguó, como era frecuente, despertó saltando de la cama; pero al sonar el teléfono y atender la llamada, forjó que quedara con la boca cerrada junto a una prudencia espectral.
—Antes de venir a clases... Mis padres llamaron —dijo con pesar.
—Oh no, amigo, oh no —negaba poniéndose la mano en la frente—. ¿Por qué te llamaron, Alex?
—Ya sabes, lo de siempre. Me dicen que renuncie a la carrera, que pierdo el tiempo estudiando algo que no me beneficiará, que no me distraiga con estupideces...
—Son unos imbéciles. Deja que digan lo que quieran, pero no les permitas quebrantar tus esperanzas.
—Je, gracias... —por cuarta vez, curvó los labios en una sonrisa.
El murmullo de los demás estudiantes pasó a ser gritos de emoción y aplausos audibles. ¿Qué carajos pasa?, cuestionó el castaño.
—¡Alex, Alex, son ellos! ¡Ya están aquí! —sacudió Gabriel, el otro como si fuese resorte, giró en la dirección al grupo que iba directo al podio.
Todo, absolutamente todo se detuvo para él. Cinco personas iban directo hacia el podio dándose a conocer con aquel pasar que eran las estrellas del evento; entre la masa, el aroma de hace horas invadió sus fosas nasales nuevamente. Los autores tomaron sus asientos correspondientes, acomodando y leyendo las hojas antes de empezar a saludar, Alex sintió que su corazón dejó de latir, en el último puesto de la derecha, se ubicaba su autor preferido, Tomás García, él está aquí, ¡él está aquí!
—Él está aquí... —susurró Alex, impresionado por la vista del individuo, uno bastante atractivo.
Tomás García tenía el cabello moreno, ojos café oscuro y algo opacos, una barba apenas notoria, rostro ovalado, era tosco y a la vez delicado. Traía consigo una remera negra debajo una camisa a rayas de color azul, rojo y blanco, jeans azules oscuros y unas zapatillas deportivas negras. Sencillo y atrayente, comentó el Alfa en sus adentros sin importarle asumir una boba sonrisa en los labios.
Las preguntas y respuestas fluían, la emoción y la calma iban de la mano y el ambiente era extrañamente ameno. Cada escritor tenía una experiencia y manera de trabajar distinta, contaron inclusive el propósito de sus obras y la razón de escribirlas; lo que a Ríos le parecía grosero era que a García lo tuvieran poco en cuenta, hasta casi se le abalanzó encima a una chica que le hizo una pregunta estúpida al autor, no obstante se mantuvo quietecito en su lugar. ¿Cómo era eso siquiera posible?, dentro de la fila centro de atención del público, el moreno se observaba a kilómetros mucho más interesante que sus compañeros, del cual recibía el mismo trato. Estaba nervioso por la idea de hablarle, ¿qué más haría para obtener su atención sin parecer un perfecto acosador? Inhaló y exhaló un par de veces antes de levantarse, alzar la mano y subir la voz.
—Quisiera hacerle una pregunta, señor García, ¿en qué se basó para escribir OMIM 181500?
Con las emociones a flor de piel, de ningún modo creyó derretirse al ver que sus ojos conectaron con el aludido. Ambas miradas, fijas y sin distracciones, enlazaron. El otro sonrió con nostalgia, bajando la vista pero no la cabeza acercándose al micrófono.
—El protagonista se basa en un amigo que, lamentablemente, ya no está con nosotros. Experimentaba lo mismo que yo había escrito, recuerdo que en aquellos días me partía el corazón verlo tan mal a causa de lo que sufrió... Las sombras, producidas por las alucinaciones y responsables de los trastornos emocionales, se asemejan más a la falta de energía que me engullía parcamente ser testigo.
—Y una cosa más —también le partía ver esa sonrisa amarga en el contrario—, ¿NEVERMIND, representa a la fantasía de lo que pasa cuando el tulpa del personaje en cuestión se vuelve realidad o una visión propia?
—Es mi visión de cómo los seres que imaginas en tu mente llegan a ser reales y posiblemente se vuelven dañinos, por decirlo de alguna forma. Hay cosas, aunque a una determinada edad no las sepas, no son un juego, mucho menos una diversión —enfocó su mirada otra vez con la del universitario—. Pones en riesgo tu estabilidad y, sobre todo, tu percepción de la realidad.
Inclinó la cabeza antes de volver a ocupar su asiento, cosa que el autor no tardó en responder con una suave sonrisa, tal vez por cualquier cosa, al fin al cabo una sonrisa le provocó. Ay, creo ser el hombre más feliz del miserable planeta.
El lenguaje tan simple con el que respondió Tomás le sorprendió en sobremanera, los temas tan complicados que aparecen en sus libros, parecían ser terroríficos pero a la vez un buen material para inspirarse y soltarse artísticamente. Quería tener la esperanza de que sólo lo comentara tan breve por hacer entendible aquellas cuestiones a los demás, claro, no concordarían, pero tendrían una percepción propia.
Cuando la junta se dio por finalizada, de a uno se retiraron. Los autores se quedaron un rato más en la gran mesa, pero Tomás disipó antes, no le apetecía mantenerse sentado. Al abrir las puertas, se encontró con ese misterioso muchacho que anteriormente le preguntó acerca de sus libros.
—¿Ocurre algo? La reunión ya terminó, a menos que quieras hablar conmigo en privado...
—No te equivocas. Estuviste grandioso.
—Ah... —un leve sonrojo asaltó su mejilla izquierda—. G-Gracias, no suelen ser tan directo conmigo diciéndome esa clase de cumplidos —una risilla nerviosa.
—Yo lo seré, me intriga el que hayas respondido tan fácilmente mis preguntas. Los temas con los que tratas los libros son complicados, ¿sabes?
—Si piensas que la hice fácil para los otros, tampoco estás equivocado —¿cómo rayos supo lo que pensaba?, se preguntó el castaño.
—Igual, sigues siendo un gran escritor, admiro mucho tu trabajo y me pareces un individuo increíble —dijo apartando su vista del contrario, mirando hacia arriba sonriente.
Sinceramente, el mayor no esperó tal carga de halagos en pocas palabras, iba a quedar rojo, hace mucho que no me halagan así. Otra risa nerviosa.
—Te agradezco.
—No es necesario que agradezcas, sólo digo la verdad.
—Oye...
Un leve silencio quedó entre ellos, uno no incómodo. García se asombró por ello, nunca un joven se le habría acercado por mostrar parte de su mundo; por otra parte, Ríos se sentía explotar por el cúmulo de sentimientos que afloraban a causa de la cercanía ajena.
—Soy Alexander Ríos, un gusto —ofreció su mano para estrechársela.
—Un gusto Alexander —la tomó, correspondiendo al saludo.
—Ehmmm... Puedes llamarme Alex, si quieres, claro.
—De acuerdo, Alex.
—¿Está bien que te llame Tomás? —preguntó, no quería incomodarlo llamándole por su nombre o por su apellido.
—Seguro, o si prefieres darme un apodo, no hay problema —sonrió.
—Tal vez sólo te llame Tomás, por ahora... ¿No te molesta que sea informal contigo?
—Si acepté llamarte Alex, ¿por qué no permitir que hagas lo mismo?
—Buen punto, Tomás —quedó pensativo, cayendo en cuenta de algo que persistía ahí: un aroma dulzón.
¿Aroma dulzón? A centímetros de distancia, cuando los autores llegaron en una fila de cinco, la fragancia indescriptible invadió de nuevo sus fosas nasales, pero en menor medida, y en ese santiamén pasaba lo mismo.
—Ehm...
—Disculpa Alex, pero debo irme ahora.
—¿Ahora? —recalcó el menor, suspirando internamente—. Bueno, fue un gusto conocerte, Tomás.
—Igualmente, luego nos hablamos.
—Claro, luego... —velozmente, sacó una birome y una libreta, de la cual arrancó la hoja, ofreciéndola al mayor—. Es mi número telefónico, si quieres verme, llama a este.
—Qué amable —dijo, tomando el papel, leyéndola con cuidado. La guardó en su bolsillo seguido de una sonrisa—. Te lo agradezco, llamaré cuando pueda, ¿sí?
—Seguro, espero tu llamada.
—Nos vemos, señor halagador —al girarse, saludaba con la mano para ocultar su sonrojo.
—Hasta pronto, señor autor —siguiéndole la corriente, se despidió aún embelesado por la apariencia del otro.
Antes de conocerlo, las obras de García le bastaban para sentirse completo. La voz grave con la que hablaba, el porte masculino y sencillo que ostentaba, los cabellos morenos ondulados, los ojos con rasgos seductores, todo; ay, las feromonas. Saliendo de la facultad, tomó un autobús, sin librar su coco de lo acontecido. De vez en vez miraba a la ventanilla, jugueteaba con la correa de su bolso, observaba a la gente.
Al llegar a su apartamento, notó la presencia de la sirvienta que sus padres le contrataron, a regañadientes aceptó dejarle limpiar. Una señora de cabello moreno recogido, piel nívea con una pecas, ojos risueños claros, complexión delgada y presencia presumiblemente materna. Podía hacerlo solo en tiempos libres, no entendía la maña de consentirlo tanto. Forzaba la sonrisa para saludarle, aunque sólo deseaba meterse en su cuarto a reflexionar.
—Buenas noches, Alexander —caminó hasta la cocina, encontrándose con ella sirviendo la cena.
—Buenas noches, Maya. Ya te dije que no era necesario que preparases la cena por mí —colgó el bolso en la silla del comedor, tomando asiento.
—Debo hacerlo, fue lo que "ellos" me pidieron... Hoy cenaremos estofado con papas al horno.
—Por favor, no me los menciones ahora —contestó serio.
—¿Es por la llamada de esta mañana, verdad? —arqueó una ceja terminando con su labor.
—Sí, me sorprende que lo recuerdes.
—Saliste de aquí tan rápido que ni terminaste tu desayuno.
—Ya Maya, no tengo ganas de hablarlo.
—¿Cuándo, entonces?
—Algún día —déjame en paz, sólo quiero comer, ¿entendido?, pensó mientras probaba bocado de la papa.
Cuando sus padres eran el foco del diálogo, se ponía irremediablemente incómodo. En la calle le decían "niño mimado" y otras cosas que aludieran a que recibía "cariño" de sus padres, aunque desde su propio punto de vista esa imagen era muy distante, le llenaban de actividades y le inspiraban constante presión, entendía de sobra que se explicaba por el estatus, pero los conservadores de sus tutores no le daban siquiera el tiempo para reflexionarlo... No los soportaba, mucho menos en las mañanas. Durante la cena, la contraria se dio cuenta del semblante severo del menor, tomando el valor para preguntarle.
—Alexander...
—Ya han pasado dos años desde que mis padres me incitan a dejar mi carrera, Maya. Deberían al menos conformarse que estudie algo, encima estando en el último año, ¿por qué no se dejan de joder y ya? —comenta el Alfa, sosteniendo el tenedor con fuerza entre sus dedos.
—Tienen muy altas expectativas, sé que te molesta, pero no los puedes hacer cambiar de opinión ahora.
—Me están agotando la poca paciencia que tengo, ¿crees que no sé eso? Me han hecho hacer tantas actividades que he acumulado demasiada presión, lo único bueno que eso ha sacado en mi es que ya tengo la conciencia suficiente para hacer la mía y no hacer caso a todo lo que me dicen.
—Pero te consienten, tal vez sea amor de padres o...
—¿Que meterle puro estrés a su hijo es "amor"? Mínimo no se quejen cuando no puedo ir a un taller o a una actividad extracurricular por andar enfermo o con gripe...
—Oye... Eso no lo sabía...
—Eso te hace entender que sólo te quieren para dar una buena imagen a los demás y no se preocupan por tu bienestar, ni tu opinión propia —a lo último lo mencionó con un tono melancólico, demostrando lo herido que eso lo dejaba.
—Ya Alex, mejor cálmate y deja de pensar en eso, ¿sí...? Estarás cansado por haber ido al gimnasio hoy —sí, claro, al gimnasio, dijo mentalmente el menor.
—¿Verdad? Necesitaré descansar —terminó con su ración levantándose de su asiento—. Gracias por hacer la cena, Maya.
—Es un placer, Alex —asintió con una leve sonrisa, en lo que observa el reloj de la sala y también—. Debo irme a casa, cuando necesites hablar conmigo fuera del trabajo, sabes a qué número llamar —dijo quitándose el delantal y yendo por su bolso, el cual habrá dejado en el armario, al lado del dormitorio del joven.
—¿Ya debes irte?
—Mis hijos me esperan en casa —le menciona mientras se coloca el bolso, acomodándose la correa.
—Criarlos sola debe ser difícil...
—Tú no te preocupes por ellos, mi hermana los cuida muy bien mientras no estoy, es más fácil que dejárselos a un desconocido —se encogió de hombros mientras abre la puerta.
—Hasta luego, Maya —se acercó a la entrada a despedirla.
—Hasta luego, descansa bien, buenas noches —saludó con la mano mientras su caminar daba inicio, alejándose del apartamento.
—Igualmente —sacó su cabeza y la adentró cerrando luego la puerta, suspirando al encontrarse solo.
Algo que ambos acordaron era que el universitario para no sentirse un "inútil", fue encargarse de los trastos, cosa que cumplió. Mientras lavaba los platos, recordaba el rostro tan tranquilo y enigmáticamente serio de García, tarareando una canción sin letra, solo interpretando en voz baja la melodía; al terminar de fregar, su celular dentro del bolso sonó. Imaginaba que le escribió uno de sus compañeros o sus conocidos del gimnasio, por lo que sin prestar demasiadas ganas, abrió la bandeja de mensajes. Le extrañaba que el número fuese desconocido, pero jamás en su vida habría pasado por su mente la sorpresa con la que abarcó en la pantalla.

«Hola, señor halagador.
Espero que hayas tenido una buena noche, junto a una deliciosa cena. ¿Sabes?, hoy no he tenido precisamente un excelente día, por unos asuntos meramente personales, no obstante cuando me hiciste aquellas preguntas acerca de mis obras y tuvimos esa charla, me has hecho más ameno lo que quedaba de la tarde...
No sé si esté haciendo bien en ser tan breve, ya que había pensado una y mil maneras de agradecerte lo que hiciste por mí, aunque no signifique gran cosa... Seguro piensas que estoy siendo jodidamente humilde, pero es la verdad.
Bien, debo irme, nos hablamos luego, mi estimado Alex.
De: Tomás García.
»

A partir de la primera línea, los ojos iban a salirse, sin creerse lo que veía; leyó unas diez veces más el contenido del mensaje, aceptando al fin la realidad: su autor favorito le envió un mensaje. A ÉL. Un mensaje. Un bendito mensaje. Oh por Dios, creo que voy a explotar de la emoción... Dejando el móvil arriba de la mesa, respiró hondo y, con toda su energía, lanzó un grito a los cuatro vientos. Luego de una sesión de gritos encarnados y unos movimientos de baile raramente improvisados a causa de las emociones, alcanzó la calma. ¡Me escribió un mensaje, me escribió un mensaje A MÍ, ¿qué onda?! Demasiado para él. La sonrisa amplia osaba con permanecer grabada eternamente en sus labios, los ojos quedaron brillosos y el cuerpo le temblaba entero. El mejor día de todos los tiempos, gritó internamente mientras rondaba alrededor de la mesa organizando su contestación.

Un poquito de esto, un poquito de aquelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora