Capítulo 2

5.4K 258 70
                                    

Terminé de ducharme y salí directo hacia la habitación, donde ella estaba recostada leyendo un libro. Si realmente estuviera tan cansada como decía, no estaría enfrascada en una novela, aunque eso solo implicara voltear páginas. Para ser honesto, Ivette nunca había sido una gran lectora.

¿Qué estaba pasando?

—Cariño... —musité, esperando captar su atención. Ella levantó la mirada, pero sus ojos estaban vacíos, como si no me viera realmente.

—¿Me pasas la secadora de cabello? —pregunté. Ella asintió con la cabeza, pero el gesto se sentía mecánico.

Se levantó y caminó hasta el armario. Lo abrió y comenzó a rebuscar entre los cajones. No pude evitar mirar su cuerpo pequeño, buscando en todas partes, observando cómo se movía con esa gracia que siempre había encontrado cautivadora. Minutos después, sacó la secadora y me la pasó antes de volver a acostarse en la cama con su libro.

Sin importarme que ella me dijera algo, me quité la toalla y comencé a secarme el cuerpo. Ella ni siquiera me tomó en cuenta; seguía absorta en ese estúpido libro.

Me di cuenta de que le importaba más la historia en sus manos que su marido, y eso me molestaba más de lo que quería admitir.

¡Agh! ¡Soy su marido! No debería tener que competir con un libro por su atención.

Apagué la secadora y tomé unos bóxers para ponérmelos. No estaba acostumbrado a dormir con ropa, y no iba a empezar ahora.

—¿Estás molesta conmigo? —le pregunté, notando cómo su mirada se mantenía fija en las páginas.

¿Por qué no me miras, cariño?

—¿Por qué me preguntas eso? —preguntó, manteniendo el tono neutral. La frustración comenzaba a acumularse en mi pecho. Tomé su mentón entre mis manos, obligándola a levantar la mirada.

—Mírame, Ivette —susurré, acercándome a su rostro. Sus ojos se encontraron con los míos, pero ya no reflejaban la adoración que solían tener. —¿Qué te sucede? —esa pregunta se repetía en mi mente, pero no encontraba la respuesta.

—Te pregunto lo mismo —me dijo ella, y observé sus ojos por unos segundos, tratando de descifrar qué era lo que pasaba.

No lo entendía; no sabía qué estaba ocurriendo entre nosotros. Aun mirando sus ojos, no lograría adivinarlo, pero al menos quería que me fuera sincera.

—¿Por qué andas distante? —pregunté, la desesperación asomándose en mi voz.

—Christopher, no ando distante; por favor, no empieces —me dijo, soltando un suspiro que sonó a frustración. No entiendo nada de lo que está pasando entre nosotros, y odio sentirme de esta forma.

—Lo estás; estás demasiado distante. No entiendo qué está pasando y creo que necesitamos hablar —susurré, sintiendo que cada palabra me costaba un esfuerzo monumental.

—Claro que no—la interrumpí uniendo sus labios con los míos, comenzando a besarla con lentitud. Mis labios saboreaban su boca como si no la hubiera besado en años, aunque tan solo habían pasado semanas desde que lo hicimos por última vez. Acaricié su espalda con la yema de mis dedos, notando cómo ella se removía, como si quisiera apartarse pero no pudiera.

Me separé de sus labios, observando sus ojos café, buscando la chispa que una vez había estado siempre presente.

—Te amo... —le dije con una sonrisa, pero ella solo asintió con la cabeza, sin responder.

—Es hora de dormir, cielo —dijo, evitando lo que había intentado decirle. Entonces, me acosté rendido a su lado, sintiendo el peso de la decepción sobre mí.

No sé cómo lidiar con esto.

Por la mañana, estaba decidido a hacer que ella volviera a mí. Aún no sabía cómo, pero podría intentar reconquistarla a la antigua, con una cita romántica, una noche en la que solo fuéramos ella y yo. Necesitaba recuperar lo que habíamos perdido.

—¿No irás hoy a trabajar? —preguntó mi esposa, mirándome mientras bajaba las escaleras.

—No, quiero pasar tiempo contigo —le respondí sonriente, intentando que la alegría en mi voz no sonara forzada. Pero ella pareció tensarse al instante.

—Es que quedé con las chicas... No puedo fallarles, ¿podrías perdonarme? —dijo apenada, acomodando los almohadones del sofá como si eso pudiera cambiar lo que había dicho.

—¿Las chicas? ¿Ellas son más importantes que yo? —pregunté, intentando mantener la calma. Ella negó con la cabeza.

—No, pero no nos vemos desde hace varios meses. Desde que Demon se casó con Alice, hemos visto poco o nada. Así que justo hoy tendríamos una salida de chicas —murmuró, y mi corazón se hundió.

—Entonces... por mí está bien. Le preguntaré a Zabdiel si puede salir conmigo —dije, resignado. Ella asintió con la cabeza, pero su expresión me decía que no había alegría en esa decisión.

—Perdóname, si por mí fuera me quedaría para salir contigo —dijo con pesar, y sentí un nudo en el estómago.

—¿Y por qué no cancelan sus planes y los dejan para otro día? —pregunté, buscando desesperadamente una solución. Ella negó repetidamente con la cabeza.

—Tenemos muchas cosas de qué hablar; también debemos ponernos al día —respondió, y yo asentí, sintiéndome derrotado.

Prácticamente me peleé con mi padre para tomarme el día libre para estar con ella, cuando al parecer ella ya tenía otros planes.

—Claro, cariño, yo lo entiendo... Yo también voy a aprovechar la ocasión y me pondré al día con Zabdiel —dije, tratando de mostrar una sonrisa genuina. Ella se acercó a mí y dejó un suave beso en mi mejilla, como si eso pudiera curar lo que sentía en mi interior.

—Sabía que me entenderías —me dijo, pero su voz sonaba distante.

Moría por dentro. La Ivette que conocí en el pasado dejaba todo atrás para pasar tiempo conmigo; siempre me ponía a mí ante cualquier otra persona. Pero ahora le daba igual. Ya no le importaba como antes. Ya nada era como antes...

Recuperando a mi esposa |EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora