Capítulo 1

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Christopher Vélez.

Llegué a casa bastante cansado. Me dolía la cabeza, los ojos, en realidad, me dolía todo el cuerpo. Había pasado un día interminable en la oficina, lidiando con plazos, reuniones y un jefe que no sabía cuándo detenerse. No había nada que pudiera relajarme, pero lo único que deseaba en esos momentos era verla a ella, recibiéndome con una sonrisa y un beso.

Amaba a mi esposa.

Abrí la puerta principal y ahí estaba, sentada en el sofá, sonriéndole a su celular. Su expresión era una mezcla de alegría y concentración, como si estuviera sumergida en un mundo que no incluía mi regreso. No era nada nuevo; ya estaba acostumbrado a ello.

Había notado muchos cambios en ella en los últimos seis meses, cambios que se habían ido acumulando y que, sinceramente, me tenían frustrado. La forma en que la mirada de Ivette había dejado de buscarme, su risa ahora era más frecuente cuando no estaba yo cerca. Eso me lastimaba profundamente.

¿Qué demonios nos pasó para estar así?

Sí, digamos que en todo nuestro matrimonio no fui un marido ejemplar. Las largas horas de trabajo y mis propias inseguridades me habían alejado de ella. Pero, a pesar de mis errores, estaba dispuesto a hacer las cosas bien, aunque fuera en este lapso de tiempo.

El pasado ya fue, y este es nuestro presente. Ella es mi presente... Y aunque de verdad he hecho cosas de las que me arrepiento, estaba decidido a no volver a hacerlo.

—Cariño, he llegado —mencioné, tratando de que mi voz sonara alegre. Ella no apartó la vista de su celular.

—En la cocina está la cena. No pude esperarte porque sabía que llegarías tarde. Yo ya he cenado; solo faltas tú, claro, si no has comido antes de llegar —dijo con un tono que parecía estar más interesado en su pantalla que en mí.

—¿Cómo te fue el día de hoy, cariño? —pregunté mientras me desabrochaba la corbata, esperando que un intercambio de palabras pudiera acercarnos un poco.

—Bien, nada interesante —respondió con simpleza, lanzando una mirada fugaz hacia mí antes de volver a su celular. Me acerqué a ella y le di un casto beso en los labios. Cuando iba a decirle algo, ella se apresuró a hablar.

—Ve a cenar —ordenó, al mismo tiempo que me dedicaba una sonrisa, aunque era una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Caminé a pasos lentos hacia la cocina, sintiendo el peso de la soledad. De nuevo cenaría solo; todas las noches eran lo mismo. Llegaba a casa haciendo el mayor esfuerzo por estar temprano, intentando pasar tiempo con ella, pero parecía que nunca importaba.

Nuestro matrimonio definitivamente iba de mal en peor; ya no nos besábamos, ya no nos acariciábamos, ya no teníamos intimidad. Ni siquiera se despedía de mí cuando iba al trabajo. ¿Qué sentido tiene estar con ella si ninguno de los dos nos demostramos cariño?

Me casé con Ivette pensando que todo sería color de rosas, que podríamos construir una vida juntos llena de momentos felices. Pero luego de unos años, todo dio un giro drástico. Ambos fuimos cambiando con el tiempo, pero el impacto fue más fuerte para ella. Y eso no era normal.

Terminé de cenar, dejando el plato en el lavabo con un suspiro resignado. Subí las escaleras, y al llegar al cuarto, la vi poniéndose la pijama con delicadeza y lentitud. Mi mujer es hermosa, y se lo había dicho millones de veces. Pero ahora, esa belleza parecía inalcanzable, como si estuviera en un mundo al que no podía acceder.

Extrañaba sus labios, besando cada parte de mi cuerpo; mis manos acariciando su piel, demostrándole lo mucho que la amaba. Extrañaba la intimidad de aquellos días en los que no había barreras entre nosotros, cuando el deseo y el amor fluían libremente. Pero ahora eso solo podía hacerlo en mis sueños.

Recuperando a mi esposa |EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora