Capítulo 3

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En esos momentos, me encontraba con mi mejor amigo en una cafetería, sentado en una mesa junto a la ventana, donde el sol entraba de lleno, pero ni siquiera su calidez podía mitigar el frío que sentía en mi pecho. No me gustaba cómo estaba yendo nada; mi esposa no me quería y no entendía el porqué. Una sensación de vacío se apoderaba de mí, y cada sorbo de café que tomaba sabía a amargo.

Claramente, algo estaba pasando en mi matrimonio. No sabía qué, pero había una distancia entre Ivette y yo que no podía ignorar. Era como si una niebla espesa se hubiera interpuesto entre nosotros, y cada intento por aclarar la situación solo la hacía más densa.

—Ya no sé qué hacer, Zabdiel —dije nuevamente, mi voz saliendo como un susurro derrotado mientras me pasaba la mano por el cabello. Él me examinó, la mano sobre su barbilla, su mirada seria.

A veces, Zabdiel tendía a ser muy infantil, y yo siempre lo regañaba por ello. Era como un niño atrapado en el cuerpo de un adulto. Sin embargo, cuando quería, era el que me daba el mejor consejo.

—Sinceramente, creo que ya no te ama —dijo, tomando un sorbo de su café, como si lo que acababa de decir no fuera una bomba.

Lo miré frunciendo los labios. Vaya, mi mejor amigo siendo tan positivo como siempre.

—¡Gracias por el apoyo, hermano! —exclamé con sarcasmo, sintiendo cómo la frustración crecía en mí.

—Christopher, ella es tu esposa. Se supone que tú deberías conocerla a la perfección —dijo Zabdiel, su tono grave.

—Sabes... Ella y yo nos decíamos "te amo" todos los días, nos besábamos todos los días, pero ahora apenas y hablamos —dije, mirando a algunas parejas felices caminar por el parque. Sus risas me cortaban como cuchillos. —La conozco a la perfección, pero no sé qué está pasando últimamente, Zabdiel. Te juro que no lo sé.

—Tal vez solo quiere que pases tiempo con ella —dijo Zabdiel, encogiéndose de hombros. —Ya sabes cómo son las mujeres, siempre apegadas a lo romántico y esas cosas.

—¿Crees que estoy contigo por gusto? —le dije, sintiendo que la ira comenzaba a subir por mi garganta. —Me tomé el día libre para estar con ella, pero parece que tiene cosas más importantes que su marido. Es obvio que no le falta lo romántico.

—Te juro que no sé si sentirme ofendido; de verdad, me estás humillando, hermano —me dijo, con una mano en el pecho como si le hubiera dado un golpe bajo.

—¡Esto no se trata de ti! —gruñí, mi paciencia al borde.

—No me grites, que no estoy sordo —dijo Zabdiel, tirándome el ketchup que, inexplicablemente, estaba en la mesa de una cafetería.

—¡Auch! —grité, limpiándome la cara con la servilleta, intentando ignorar la humillación. Entonces, miré hacia el parque.

Y la vi.

Vestida con un pantalón verde que acentuaba su figura, un top blanco que resaltaba su piel y una chaqueta azul que le quedaba perfecta. Caminaba con uno de mis socios, riéndose como si no hubiera un mañana, abrazándolo de manera que me dejó helado. Sentí que mi corazón latía con fuerza y parecía romperse en mil pedazos al mismo tiempo.

—¿Oye, qué miras? —dijo Zabdiel, curioso, mirando hacia la ventana.

Estaba a punto de caer en llanto, sin importarme que me vieran.

—Tal vez son amigos —dijo Zabdiel, aunque su voz carecía de convicción.

Seguí mirando, aunque sabía que eso era un masoquismo. Entonces ella lo besó y le sonrió con ternura. Mi cabeza estaba analizando todo, procesando lo que acababa de ver.

¿Qué mierda sucede aquí?

Antes era a mí a quien le sonreía de esa manera, antes yo era quien la hacía reír.

—Tal vez solo estamos mirando desde un mal ángulo —dijo Zabdiel, entonces lo miré, esperando alguna respuesta lógica. —Christopher, hermano...

—¿Voy y lo mato o me quedo como un imbécil al que le van a robar a su mujer? —pregunté, mi voz entrecortada por la rabia y la incredulidad.

—Christopher, no le digas nada... Solo empeorarán las cosas —dijo Zabdiel, y por primera vez en mucho tiempo, lo vi preocupado.

—Nunca creí que vería algo así —dije mientras enterraba mi rostro en mis manos. La traición y el dolor se arremolinaban en mi pecho, como una tormenta que no podía controlar.

—Christopher, aún hay oportunidad, puedes recuperarla... No es tarde —dijo Zabdiel, aunque sus palabras me sonaban vacías.

—¿No es tarde? Tal vez ya hicieron el Kamasutra completo mientras yo estaba como un idiota en el trabajo —dije, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de mí. —Quien sabe de dónde vienen; quizás estuvieron juntos todo el día, viendo películas románticas y haciendo lo que una pareja de verdad hace.

—Christopher, sé positivo...

—¡Por eso no me besaba, por eso ya no quería que la tocara! ¡Era por él! —grité, y la gente en la cafetería nos miró. Me importaba un comino. La mirada de Zabdiel me decía que tenía razón, pero no podía soportar la idea de ser un idiota que no veía lo que estaba justo frente a él.

—Christopher... —lo interrumpí otra vez.

—¿Acaso tan poca cosa soy para ella? —pregunté, sintiendo cómo mi voz se quebraba. Las lágrimas amenazaban con escapar, pero me negaba a dejar que lo hicieran.

—Christopher —volvió a decir Zabdiel, mirándome fijamente.

—¡Todos estos años tirados a la basura! ¡Todos estos años que estuve con ella fueron en vano! Dios, esto no puede estar pasando.

La rabia se acumulaba en mi sistema, y me costaba respirar con tranquilidad. Era un nudo en la garganta, una bola de desesperación.

—¡Christopher! —exclamó Zabdiel, y su voz resonó en mi mente como un eco lejano.

—¿¡Qué!?

—Te ayudaré a recuperar a tu esposa... Pero quiero que me escuches en todo, no vayas a hacer una mamada, ¿okey? —dijo, su mirada seria pero decidida. Yo asentí, aunque la duda aún pesaba en mi corazón.

Recuperar algo que aún no he perdido por completo, claro que sí.

—Quiero recuperarla, y quiero que me ayudes —dije, con una determinación renovada. La ira se transformaba lentamente en esperanza.

Zabdiel sonrió, una chispa de entusiasmo brillando en sus ojos.

—Primero que nada, hoy cómprale unas flores. Si encuentras las camelias color rosa, cómprale esas —mencionó, y yo lo miré con una ceja arqueada.

—¿Por qué esas? ¿No sería mejor comprarle unas rosas rojas?

—Christopher, las camelias rosas significan que necesitas más atención de la persona a la que se las darás —dijo Zabdiel, y yo asentí, aunque no podía evitar preguntarme cómo mi mejor amigo sabía eso. Era un experto en estas cosas.

Pero el problema estaba en que, después de ver a Ivette con otro hombre, esto ya no sería lo mismo. La duda y la inseguridad me atormentaban. ¿Podría realmente recuperar lo que una vez tuvimos?

Recuperando a mi esposa |EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora