Capítulo 5

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Christopher Vélez

Caminé a la oficina de mi padre a pasos rápidos, con la mente en un torbellino de emociones. Entonces lo vi: Erick Colón, el hombre que parecía tener la vida perfecta, sonriendo de oreja a oreja mientras paseaba despreocupado por los pasillos del edificio.

Hijo de puta.

Era imposible ignorar cómo su presencia se había infiltrado en mi vida, robando poco a poco a mi esposa. Pero el verdadero imbécil aquí era yo, por dejar que su existencia me afectara tanto. Era como un veneno que se filtraba en mis pensamientos.

Decidí ignorarlo por completo y seguí caminando, oprimí el botón del ascensor y este se abrió. Algunas personas salieron, y yo, con el corazón pesado, entré.

Apreté el botón que daba a la oficina de mi padre y, mientras el ascensor descendía, miré mi celular. Tenía un mensaje.

"Olvidaste llevar tu almuerzo".

Era un mensaje de Ivette.

"Me cansé de comer en el trabajo, hoy comeré en casa".

La frustración me invadió. En realidad, lo que quería decir era: me cansé de que me veas la cara de imbécil, por eso comeré todos los días en casa a partir de ahora.

Le respondí rápidamente y justo al llegar a mi destino, salí del ascensor. Caminé con paso firme hacia la oficina de mi padre, con la esperanza de que hablar con él me distrajera de mis pensamientos oscuros.

Abrí la puerta de su oficina y lo vi sentado, mirando unos papeles, sumergido en los asuntos del negocio.

—Papá, ya estoy aquí. ¿Qué necesitas? —pregunté, forzando una sonrisa.

—Hijo, siéntate, por favor —dijo, colocó los papeles sobre la mesa y me miró con una expresión que transmitía preocupación.

Me senté frente a él, intentando mantener la compostura.

—¿Qué pasa? —pregunté, tratando de ocultar la tormenta que había en mi interior.

—Como ya sabes, la empresa está a punto de cumplir veinte años... —comenzó a decir. —La fiesta es la próxima semana y quiero que estés aquí con tu esposa. Quiero que le muestres a todo el mundo la bella esposa que tienes.

Una sonrisa pícara se coló en los labios de mi padre.

—Y espero que nos vengan con una sorpresa —me guiñó el ojo.

—Padre, ella y yo no estamos preparados para tener un hijo —dije, frunciendo el ceño. Su mirada seria me hizo dudar.

—Hijo, ya tienen casi treinta años y aún no han traído un niño al mundo —dijo mi padre, y el suspiro que seguió parecía estar cargado de frustración.

—Papá...

—Quiero que tú y tu esposa vengan a cenar a la casa. ¿Está bien? Tu madre quiere verlos —dijo, y yo asentí sin muchas ganas.

—Bien, veré si ella quiere ir... —susurré. —No tenemos muy buena comunicación por ahora.

—Hijo, solo te voy a decir que si esa muchacha se te va de los brazos, es porque eres un idiota. Tu madre la ama, al igual que yo. Así que espero que no se terminen divorciando —dijo, con un tono que me hizo sentir aún más presión.

—No nos vamos a divorciar, papá. Tranquilo —dije, cansado de esta conversación.

—Eso espero, hijo —replicó, y el peso de su preocupación se sintió en el aire.

—Bien, iré a mi oficina —le dije, y él asintió, dejando que el silencio se asentara entre nosotros mientras salía.

Caminé hacia mi oficina a pasos lentos, sumido en pensamientos sobre ella. Imaginé su rostro, sus labios, su cuerpo, y cómo todo lo que había construido con ella podría desmoronarse en un instante. El recuerdo de su sonrisa me llenó de calidez, pero esa calidez se desvaneció al recordar la tensión que había entre nosotros.

Sin darme cuenta, llegué a mi oficina y ahí estaba él, Erick, con sus deslumbrantes ojos verdes mirándome.

—Necesito hablar con usted, Señor Vélez —dijo Erick, y sentí que las ganas de golpearlo me invadían.

Quería golpearlo, pero él no tenía la culpa de nada. Aún así, cada vez que lo veía, la rabia crecía en mi interior.

—El señor Vélez es mi padre, yo solo soy un empleado más —dije, tratando de mantener la calma mientras me sentaba en mi escritorio.

—Christopher, no voy a hablar de la empresa —me dijo con una sonrisa que me hizo querer romperle la cara.

Entonces, ¿de qué iba a hablar? ¿De cómo había hecho el Kamasutra completo con mi esposa? No me interesaba.

—¿Entonces, de qué quieres hablar, Colón? —pregunté, tratando de ocultar mi irritación.

—Como sabes, la compañía que mi padre me dejó está por cumplir diez años, por lo cual haremos una fiesta de aniversario y me preguntaba si tú y tu esposa quieren ir.

Era un comentario tan hipócrita, tan cara dura, tan despreciable.

—No lo sé, tenemos muchos planes... —me puse pensativo, y la idea de que Ivette se sintiera presionada por asistir me molestaba. —Además, ella prefiere estar conmigo en las noches que en cualquier otro lado —dije con una sonrisa, aunque mi mente estaba llena de dudas. Él solo me miró con una ceja arqueada, como si supiera que eso no era del todo cierto.

—¿Acaso estás insinuando algo? —preguntó, y negué con la cabeza, sintiendo que mi paciencia se desvanecía.

—¿Qué podría insinuar? Digo, no conoces a mi esposa —respondí, intentando mantener la calma mientras la ira burbujeaba en mi interior.

Erick se levantó de la silla, sin perder esa sonrisa que me irritaba tanto.

—Christopher, espero que lo pienses —dijo, saliendo de la oficina, y cuando la puerta se cerró tras él, la locura me invadió.

Comencé a tirar todo lo que había sobre la mesa. La silla voló contra la pared, y grité con frustración, el eco de mi voz resonando en la habitación vacía.

Mi celular comenzó a sonar, y sin mirar quién era, contesté.

—¿Quién mierda es ahora?

—¿Chris? ¿Vas a venir a comer? —preguntó Ivette, y suspiré, sintiendo la presión aumentar en mi pecho.

—Sí, eso fue lo que te dije —gruñí, incapaz de ocultar mi mal humor.

—No te noto contento. ¿Qué pasó? —preguntó, y su voz llena de preocupación me desgarró un poco más.

Oh, nada, cariño. Simplemente tuve una animada charla con tu amante, cosa de todos los días, mi amor.

—Nada, cariño. Hablamos en la casa —dije, colgando antes de que pudiera preguntar más.

Estaba molesto, bastante, a decir verdad... Pero, ¿qué le diría?

Hey, Ivette, me preguntaba... ¿Aún me amas? Es que el otro día te vi con un socio de mi padre, ambos se besaban. ¿Están juntos?

Obviamente pensé en hacerle esa pregunta, pero claro que no podría hacerla.

La rabia y la tristeza se entrelazaban dentro de mí, y me di cuenta de que no podía seguir así. Tenía que enfrentar lo que estaba sucediendo, y aunque el miedo a perderla me llenaba de terror, sabía que, en algún momento llegaría la hora de confrontar la verdad.

Recuperando a mi esposa |EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora