Capítulo 4

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Christopher Vélez.

Llegué a la casa sin hacer ruido, con un ramo de Camelias rosas en mis manos. No podía creer que estaba escuchando a Zabdiel al considerar darle un regalo a mi esposa. Me sentía tan perdido, como si estuviera siguiendo un mapa que no sabía leer.

Al subir las escaleras, escuché unos quejidos provenientes del cuarto, y una punzada de ansiedad me atravesó. No quería subir, tenía miedo de lo que pudiera encontrar. La idea de que ella estuviera con otro hombre me llenaba de rabia y dolor. Si llegara a ver algo así, no podría prometer que mantendría la calma.

—¿Cariño, estás en casa? —pregunté en el pasillo, tratando de sonar despreocupado, aunque mi corazón latía con fuerza.

—Sí, Chris, estoy en el cuarto —respondió su voz, y sentí un alivio momentáneo, aunque el nudo en mi estómago no se deshizo.

Suspiré y caminé hacia el cuarto a pasos lentos. Cuando entré, la vi intentando abrocharse el vestido que usaba como pijama. Tan hermosa y vulnerable, con sus brazos estirados hacia atrás y la frustración en su rostro. Esa imagen me recordó por qué me había enamorado de ella.

—Espera, cariño, te ayudo —dije, dejando las flores sobre la cama y acercándome rápidamente a su lado.

Mis manos se dirigieron a su espalda para subir el cierre de su vestido con suavidad, sintiendo la calidez de su piel bajo mis dedos. Colocando mi rostro en su cuello, aspiré su fragancia, el dulce aroma a Chanel que siempre me había hecho sentir en casa. Su cuerpo se erizó, y supe que había un vínculo entre nosotros, pero también sabía que había algo más que nos separaba.

—No tienes idea de cuánto te amo —dije, cerrando los ojos, tratando de aferrarme a esos momentos felices, aunque el recuerdo de lo que había visto esa tarde seguía acechando en mi mente.

—¿Tú me amas? —preguntó, su voz temblorosa. La incertidumbre en su tono me golpeó como una ola.

—Solo tienes que decir sí o no —susurré en su oreja, sintiendo cómo la tensión aumentaba entre nosotros. Entre las dudas y el dolor, yo solo quería una respuesta clara.

Agarre su mano entrelazándola con la mía, observando cómo nuestras manos se complementaban. Era un gesto simple, pero en ese momento, significaba todo.

—¿Ves lo lindas que se ven nuestras manos juntas? —pregunté, forzando una sonrisa mientras la miraba a los ojos. Pero su mirada estaba distante, y el nudo en mi pecho se apretó aún más.

—Responde la pregunta anterior, Ivette —insistí, sintiendo la presión de sus dudas pesando sobre mí. La respuesta que deseaba escuchar podría ser la salvación o el fin de todo.

—Sí —respondió en un susurro tan bajo que casi no la escuché. En ese instante, mi corazón se detuvo y una sombra de duda se cernió sobre mí.

Está mintiendo, Christopher...

—Son para ti —le dije, pasándole las flores, su sonrisa momentánea iluminó su rostro. Era un destello de la mujer que conocía, y al mismo tiempo, una máscara que no podía soportar.

—Gracias, en serio —dijo mientras tomaba las flores, pero no podía disfrutar de ese momento. Había una distancia que se sentía cada vez más insalvable.

Camino hacia la puerta, el deseo de alejarme y pensar en lo que había sucedido me invadió. Pero su voz me detuvo.

—¿Dónde vas? —preguntó, y su tono me hizo girar, una mezcla de confusión y tristeza pintaba su rostro.

—Iré a la cocina, tengo hambre —respondí, intentando mantener la calma, aunque mi mente estaba en caos.

—Oh... Okey —fue lo único que dijo, y su respuesta me dejó un vacío en el pecho.

Recuperando a mi esposa |EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora