1. Punto de partida 🌻

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La oscuridad germina como mala hierba, verde y fuerte; pero es venenosa.

Durante años dejé crecer la horrible semilla de la opacidad en mí, me dejé consumir por la soledad, y la oscuridad creció muy lentamente, comenzó por mi interior y terminó por enfriarme la mirada. Antes de darme cuenta ya no sonría y el mundo dejó de tener color.

¿Alguna vez te has enfrentado a esa sensación? ¿A la de sentir que existes sin razón ni propósitos?

Pues yo sí, durante mucho tiempo me sentí sola, y aunque no fuese así ya que tengo una familia, mi propio subconsciente resentido con la injusticia de la vida, me provocó un serio síntoma de indiferencia a todo lo que me rodeaba, quise convencerme que nadie era importante, que nadie debía influir en mí, y así mismo, nada ni nadie debía ser lo suficiente penetrante como para traspasar las murallas que yo misma cree con tal de no volver a sentir amor.

Pensaba que la cercanía, el amor e incluso la amistad, estaban completamente fuera de mis expectativas. Vivía encerrada en las cuatro paredes de mi cuarto, estudiaba con profesores de manera particular, todo en mi hogar era hermético y protector, nada podía interrumpir mi mundo literario ni la insípida vida en que vivía.

Y esta era la vida que mi abuela me obligaba a creer mejor.

Antes de darme cuenta, mi corazón se volvió tan frío como un iceberg y así estuve cuatro años, prisionera de un mundo lúgubre y convencida de que mi corazón estaba destinado a vivir en soledad.

❀~❀~❀

Fue hace dos meses, cuando el primer haz de luz se filtró dentro de mi cabeza. Aburrida y en medio de uno de aquellos muchos tiempos muertos, hallé un antiguo anuario de mis días de colegio, estaba tan acostumbrada a ver aquellas fotografías que ya podía ver las caras de mi generación sin derramar lágrimas, sin embargo, esta vez vi en las imágenes algo nuevo. Por primera vez dentro de mucho tiempo no vi a Jack y me vi a mí, a la niña que era antes del incidente. Sonreía en cada foto y la sonrisa era tan real que incluso llegaba a brillar en mis ojos. Afligida me pregunté en qué momento desprecié tanto la vida que dejé morir aquella parte de mí.

Y entonces descubrí que aun no estaba muerta, solo marchitada y oculta por mi oscuridad. En el fondo de mi ser yo quería ser feliz, quizás no quería hacer mi felicidad dependiente de alguien, pero quería ser fuerte y salir de esta horrenda sensación de vacío. Así que luego de vivir enfrascada durante todos esos años, conseguí darme cuenta de que la forma solitaria en la que estaba viviendo me volvía apática e infeliz.

Quería ser independiente pero vivía a costa de mis abuelos, quería ser fuerte pero no tomaba la incitativa de enfrentarme al mundo.

¿Puede acaso ser fuerte una persona que no enfrenta sus miedos?

No.

¿Puede ser feliz alguien que ni siquiera lo intenta.

Por supuesto, esa respuesta también es no.

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