Capítulo 2

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Radiante / Zamboni

La alarma de su despertador le interrumpió el sueño de tajo. Ben deslizó el dedo en la pantalla del celular para cortar aquel ruido molesto y bufó. Se pasó la mano por la cara desperezándose y se puso de pie enseguida para prepararse para otro día más en el trabajo. Se metió a la ducha en donde el baño lo terminó por despertar y después, al salir se vistió con la muda que había dispuesto un día antes en la noche, en el armario: una camisa gris formal, pantalones de mezclilla negros y una corbata negra con sus acostumbrados zapatos del mismo color. Al chico le gustaba tener las cosas listas y no perder tiempo innecesario.

Se detuvo frente al espejo de su cuarto, se pasó las manos por el cabello y se lo acomodó. Echó un vistazo a su bigote y su barba y decidió que podía seguir llevándolo así unos cuantos días más y después se afeitaría. Su estómago rugió como de costumbre, pero como no quería perder el metro por hacerse el desayuno él mismo, se prometió pasar a comprar algo cerca del trabajo.

Ben tomó su bolsa bandolera del sillón de la sala y se la cruzó sobre el pecho para después ponerse su abrigo gris encima. El alto chico comprobó que llevaba las llaves de su casa y su locker en su bolsillo y entonces salió.

El colorido recorrido de flores y árboles que rodeaban las casas de sus vecinos y la suya lo recibió como todos los días mientras caminaba hacia la estación del metro.

Estaba por entrar cuando se paró en seco observando una escena: El flujo de personas que bajaban las escaleras y subían por ella llamó su atención y en su mente una imagen comenzó a armarse. Sin quitar los ojos de encima, buscó el cierre de su bandolera y sacó su canon. Se agachó un poco y contuvo la respiración como acostumbraba cada que tomaba una fotografía, para no afectar la composición. Disparó un par de veces y después se irguió y comprobó la pantalla de la cámara. Lo que había captado le fascinó y sabía que cuando la pasara a la computadora debía volverla al blanco y negro para que esa pieza tomara más fuerza de lo que ya tenía. Sin perder más tiempo, volvió a guardar la cámara y bajó al metro.

El transporte no tardó en llegar. Las puertas del vagón se abrieron siendo él y las demás personas que estaban ahí, los primeros en tomar el transporte ya que la estación Veruna era la primera de la línea Rosa. El chico sonrió al darse cuenta que nadie le había quitado su acostumbrado asiento que le daba una vista privilegiada y se desplomó en él. Desde hacía una semana había notado una presencia nueva en ese vagón. Una chica castaña con cabello ondulado hasta los hombros, mirada vibrante y con un sentido de la moda bastante elegante. El fotógrafo podía apostar a que era nueva, sino en la ciudad, quizás en el barrio porque él llevaba años trasladándose en esa línea y jamás la había visto y no era como que alguien como ella pasara inadvertida ante sus ojos.

La negrura de la estación los engulló momentáneamente hasta que el conductor encendió las luces para molestia de algunos pasajeros medio desvelados. Él seguía estoico en su lugar con la mirada perdida hacia sus pies. Cuando habían pasado quince minutos en ese asiento sus sentidos lo alertaron. Las puertas se abrieron de nuevo.

Ben esperó pacientemente. Ya conocía la estación donde ella se subía. La gente comenzó a entrar y ahí estaba ella con su radiante mirada. Si tan solo supiera que últimamente ocupaba sus pensamientos y madrugaba para podérsela encontrar... Si tan solo se atreviera a hablarle...

La jovencita se sentó al frente y a él casi se le van los ojos. Supuso que quizás tenía una junta o asistía a un evento especial porque llevaba el cabello relamido hacia atrás en un chongo bajo, los labios rojos al igual que su abrigo, un mono negro de escote en V y unos stilettos y se veía guapísima. Hubiera seguido admirándola, pero la mirada de ella lo alcanzó y se sintió descubierto así que volvió a clavar la vista en el suelo sucio del vagón. En aquellos breves viajes que compartían, los ojos de ambos se habían encontrado más veces de lo que le gustaría admitir. Si él se consideraba una persona observadora ella se lo llevaba de calle. La había visto mirarle las manos, la ropa, los zapatos, la bandolera, el cabello, la barba... aunque no le incomodaba. A decir verdad, se permitía fantasear con que aquellas miradas le daban pauta para acercarse a hablarle. Quizás era tonto, pero, que los ojos de ambos se posaran en el otro tan seguido debía significar algo ¿no? Eso creía él. La mayoría de los habitantes de Naboo vivían tan de prisa que ni siquiera tenían tiempo para dedicarle una mirada a nadie que no fuera su reloj o su celular. Y ellos, a una semana de empezarse a encontrar habían establecido una rutina de escrutinio del otro en silencio, desde la seguridad de sus asientos alejados. A lo más que había llegado Ben era a sonreírle de medio lado y cuando lo había hecho, había sucedido por inercia así que se paniqueó casi enseguida pensando en que estaba tomándose demasiadas libertades.

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