AMOR INCONDICIONAL.

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Desde la ventana Madeleine estaba viendo la multitud de personas que se apelotonaban en la entrada de su casa, llevaban allí más de una semana.

–Le apetecía mucho ver a Jason, y no podía  salir, en esos momentos –pensó.

Todos los días recibía montones de cartas de sus fans, eso era lo único que le animaba a seguir y pronto volvió a los escenarios. Empezó a frecuentar fiestas, after, todo tipo de celebraciones, donde cada vez bebía más y tomaba drogas. Se olvidó de Jason por completo y en su lugar se veía con diferentes hombres cada noche.
Una tarde Emma arreglaba facturas, y Madeleine fue a verla.

–En el funeral de mi padre, alguien sugirió que mi madre se había gastado parte de la fortuna, ¿es cierto eso? –preguntó la joven con voz de tristeza.
–Me temo que si, hace tiempo le aconsejé que contratara los servicios de un asesor financiero, pero ya sabes como es, yo he hecho lo que he podido –contestó afligida.
–Te comprendo, no tienes que sentirte culpable, se cuanto la amas, y que te has dejado la vida por nosotras –dijo acariciando su hombro.

Emma no pudo más y rompió en llanto, abrazando a Madeleine con todas sus fuerzas, había creído que sus sentimientos hacia Susan, habían estado ocultos, y al ver que no, se sintió destrozada. Nunca le había contado a nadie el amor incondicional que sentía por su amiga. A Madeleine la quería como si fuese su hija.
Por su cabeza pasaron en un momento todos los celos, malos modos, desprecios, que Susan le había hecho pasar, mas se dio cuenta que aún así la seguía amando.
En los periódicos se podía leer que el afamado ejecutivo Richard Silverman había llegado a la ciudad y tenía la intención de dar una fiesta y conocer personalmente a las grandes cantantes del país. Susan y Madeleine contactaron con una famosa diseñadora italiana, para que realizara sus vestidos, la señora enseñó varios diseños exclusivos a la adolescente, pero esta no se veía con ninguno, Susan sostuvo que ninguno de esos trajes estaba a su altura, quería para su hija uno que tuviese cristales preciosos, de un color azul cielo, para que Richard solo tuviera luceros para ella.
La diseñadora tenía uno ya terminado de esas características, para una actriz, Susan objetó que pagaría lo que fuere pertinente, la mujer al ver el cheque asedio con los ojos abiertos como platos y decidió que aún le sobraba tiempo para confeccionar otro análogo, haciendo unos ajustes.
Al salir del estudio ambas lucían contentas con los trajes en las manos, los cuales entregaron al chofer, nada más verle. Se montaron en el ranger, direccion a su casa.
Esta vez la mansión del magnate no les causó ninguna impresión, habían estado incluso en mejores. Todos los asistentes al evento tenían acorralado a Silverman en todo momento, no veían el momento de acercarse. El caballero fatigado de tanta adulación, salió al jardín trasero a tomar el aire, Susan que no le quitaba la vista de encima, se lo indicó a su hija y la empujó literalmente a sus brazos.

–Madeleine Evans –dijo Richard.
–Cuántas ganas tenía de conocerte en persona, he de decirte que tienes una voz esplendorosa, y acompañada de tu belleza, hacéis un cocktail tentador, para un cazatalentos como yo.
–Su madre nos observa desde hace raro, lo he deducido por vuestro parecido –dijo el hombre cortésmente.
–En efecto, siempre quiere controlarlo todo –expresó Madeleine y se bebió el whisky de una sentada.
–¡Uaaaau!, al parecer tienes talento, garra, hermosura me gustas –dijo haciendo lo mismo con su bebida.
–Vamos a mi habitación de trofeos, así no podrá vernos, y podremos conversar de manera sosegada –la cogió del brazo, hizo un gesto a uno de los camareros de que les sirviese otros dos de lo mismo y la condujo al sitio en cuestión.

La habitación iluminaba cada marco, con los premios que había cosechado, cuando fue actor, ya hacía tiempo que se hizo inversor, pero aún lo recordaba con nostalgia. Mostró y fue contando a Madeleine, cada una de las historias que acompañaban a los premios. Ella se sintió muy a gusto con Richard y le agradó aprender cosas de un profesional.
Continuaron bebiendo y se olvidaron de la fiesta por completo, el cabello canoso de Richard, su sonrisa y sabiduría lo hicieron muy atractivo para Madeleine.
De camino a casa, su madre la bombardeó de preguntas, Madeleine estaba tan ebria, que no tenía ganas de hablar. Y le pidió que la dejase en paz.
Bryan con la ayuda de Susan la metieron en la cama.

–No ha soltado prenda, que mujer más reservada, ni a su madre le cuenta nada, antes me lo contaba todo –se quejó Susan a su novio una vez metidos en la cama.
–Has visto en qué estado se encontraba, es difícil hablar así, sólo se dicen estupideces –dijo achuchando a su novia.

BAJO LA INFLUENCIA DEL ÉXITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora