EL ENGAÑO.

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Pasaron unos días y no se volvió a sacar el tema de la fiesta, todos estaban ocupados con las giras, los eventos y las entregas de premios.
Madeleine consiguió otro disco de platino, con su single AMAR POR SIEMPRE. Al finalizar la entrega, le dijo a su madre que necesita volver al hotel, que se encontraba indispuesta. Una vez allí, comenzó a vomitar en varias ocasiones.

–Voy a llamar a recepción para que traigan al médico –declaró su madre.
–Cuelga el Maldito teléfono, mamá. –Estoy exhausta y no tengo ganas de ver a nadie, al dormirme se me pasará –dijo la joven con voz agotada.
–Está bien, no te enfades conmigo.

A los tres días de haber recogido el premio, volvió con nauseas, pero esta vez no lograba vomitar.

–¿Has estado con alguien últimamente? –preguntó la madre cómo si sospechara algo o de alguien en concreto.
–Me acosté con Richard Sullivan, ya lo sabes, ¿estarás contenta? –contestó  harta de las insinuaciones de su madre.

Emma también estaba presente oyéndolo todo.

–Ahora mismo compraré una prueba –dijo Emma cogiendo las llaves del Maserati.

Susan esperó a que Emma saliera de casa para continuar hablando;

–¿Cómo ha podido pasar?, sólo tenías que acostarte con él –dijo histérica.
–Estaba muy borracha, no me fije si se puso protección, ¿recuerdas?, zorra perfecta –contestó en tono de burla.
–No vuelvas a hablarme así –le dijo asestándole un guantazo en la mejilla.

Las lágrimas resbalaban  por los cachetes de Made*. Salió corriendo de la habitación y se encerró en el baño. Por mucho que su madre suplicó que le abriese, no le hizo caso.

–Perdóname te lo ruego, lo siento, no quería hacerlo –dijo Susan pegada a la puerta.

Por fin llegó Emma con la prueba y se encontró con el "pastel", Susan la puso al tanto de lo ocurrido;

–Menos más que has llegado, no quiere abrirme, haz algo –lloró Susan.
–Déjala un poco, cuando decida salir, podré conversar con ella, no te preocupes –contestó esta, intentando calmarla.
–Gracias amiga mia, no se que haria sin ti, esta chica cada vez está más rebelde –dijo limpiándose las lágrimas y sonándose la nariz.

Pasada una hora, Made, paso del baño a su dormitorio, dónde la esperaba Emma. Sin hablar se tumbó en la cama bocabajo.

–Made, comprendo que estés muy triste y enfadada, pero tienes que saber si estás embarazada. ¿Si lo estás?, tenemos que hacer algo. Tu reputación es lo más importante. Nadie tiene que saber lo que ha pasado, excepto nosotras –dijo acariciándole el cabello de modo maternal.
–Coge la cita, si la prueba da positivo, haré lo que tenga que hacer –contestó sin levantar la cabeza de la cama.
–Te dejo tranquila, siento de veras que tengas que pasar por esto –dijo y le dio un beso en la cabeza, luego cerró la puerta tras de sí.

A Madeleine le sudaban las manos, el frío acero de la cama le traspasaba la bata, las piernas se movían a su antojo, mientras la doctora prepara todo el instrumental.

–Sólo será un momento y todo habrá acabado, relájate, es lo mejor –comentó  la doctora al sentir el nerviosismo de la joven.

A la salida de la clínica sólo Emma, la estaba esperando, ya que Madeleine le prohibió a su madre que las acompañara.

–Me voy a quedar un tiempo en la casa de la playa, necesito tomarme un descanso, encárgate de comunicárselo a todos.
–Tomate el tiempo que quieras, si me necesitas sólo tienes que descolgar el teléfono –dijo Emma agarrándole ambas manos.
–Gracias por todo, te quiero más que a mi madre –dijo derramando algunas lágrimas.
–No digas eso, solo estás confundida, diviértete en la playa estos días, mandaré a la casa a los de seguridad para que nadie te moleste, en un par de semanas estarás como nueva, y pensarás diferente.

La chica se dirigió a la limusina, con la cabeza agachada, queriendo creer todo lo que le había dicho Emma. Miguel, el chofer, la esperaba con la puerta abierta, ambos se montaron y el vehículo se difumino entre el tráfico.
En la casa de la playa Madeleine organizó fiestas e invitó a diferentes amigos, se pasó tomando el sol la mayoría del tiempo, revisando las canciones que varios compositores le mandaban.
Las discográficas la presionaban con un nuevo lanzamiento y después de varias semanas, Made se vio obligada a ponerse al trabajo.

–Ya es hora de que grabe un nuevo disco –pensó sintiéndose feliz y recuperada.

Cuando se incorporó del retiro, fue a visitar a su madre, al llegar percibió algunos cambios; había cambiado de novio, remodelado la casa y lo que más le afectó es que había despedido a Emma.

–¿Por qué has tenido que hacerlo? –preguntó indignada y entrando en cólera.
–Descubrí que nos faltaba dinero, me ocultaba información y un largo etc. Menos mal que mi novio es economista –dijo suspirando.
–No te soporto más, he venido a coger mis cosas –dijo cogiendo bolsos y echando todas las pertenencias que se encontraba a su paso, con tanta furia que no le importaba partirlas.
–No te vayas, ¿es por lo de Emma? –preguntó persiguiéndola por todas las habitaciones.
–Es por todo Mama, pero eso ha sido lo peor.
–He tenido que hacerlo ya te .... –la interrumpió.
–No se te ocurra volver a blasfemar sobre la santa de Emma –se volvió hacia ella con ganas de pegarle, pero se abstuvo.
–Has cambiado mucho, Made, ¿que te ha pasado? –repuso la madre.
–He abierto los ojos, eso es lo único que ha pasado, ya no volverás a engañarme más, con tus artimañas.
–Eso me lo regalaste el año pasado, no te lo lleves –imploró la madre guardando varios objetos a su paso.
–¡Todo te lo he regalado yo! –dijo con sonrisa irónica y cogió el cuadro al que se refería la madre en cuestión, el cuál había costado quinientos mil dólares y lo estrelló contra la chimenea con tal fuerza, que los premarcos se separaron de la pintura. Cómo no quedó contenta con el resultado, empezó a pisotearlo.
La madre se quedó paralizada, hincada de rodillas en el suelo, rodeada de montones de artículos de valor y llorando.

–¿A dónde te irás? –preguntó Susan.

La muchacha seguía con su tarea ensimismada llena de furia y apenas le contestó. Con un fuerte grito llamó a la sirvienta.

–Por favor, ayúdame a llevar las cosas al coche.
–Por supuesto –dijo la mujer asustada al entrar y ver aquel desorden.
–Ya te mandaré a alguien para que recoja el resto –le dijo a su madre.
–Está bien, lo que tú quieras cariño –su tono se volvió cariñoso al verse acorralada.
–¿Podré ir a verte a los escenarios?.
–Ni se te ocurra, no quiero volver a verte jamás –contestó Made.
–¿Por qué me haces esto? –preguntó suplicante y temerosa. –Todo lo que eres me lo debes a mi, te quiero Madeleine –prosiguió hasta que su hija no la dejó hablar más.
–Gracias por arruinarme la vida –dijo y cerró la puerta principal, dejando a su madre destrozada.




*Made: diminutivo que le puso Emma a modo cariñoso y sus fans continuaron diciéndoselo.

BAJO LA INFLUENCIA DEL ÉXITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora