Desolador

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Es hora de abastecerse. El hambre no da espera, tanto para mí como para Teo, a quien le serví su última lata de atún.

Parecía más un fugitivo que una persona que se alistaba para salir a comprar al mercado. Chaqueta, gorro, guantes, pantalón y un tapabocas que solo dejaban al descubierto mis ojos. Y en la espalda, una mochila.

– Tanto tiempo sin verlo pasar por aquí don Martín –, expresó Francisco, el conserje a quien siempre le recomiendo a Teo cuando salgo de viaje.

– Hola Pancho. Sí, me dirijo al mercado. ¿Necesita algo? –.

– No, gracias don Martín. –.

Abrí la puerta. El panorama era desolador. Las calles frías y solitarias. Lo único que estaba abierto cerca era la tienda de la esquina, pero sus escaparates estaban vacíos. Lo demás, cerrado.

Iba a mitad de camino escuchando música con los auriculares, cuando una fila de personas llamó mi atención. Bajé el ritmo de la caminata y desde la otra vereda observé que todos llevaban recipientes vacíos. Eran más de veinte almas esperando su turno.

– ¿Tienes hambre? Ven, es una olla comunitaria... – gritó la doña que estaba sirviendo la comida, mientras que en la parte inferior de la olla colgaba un letrero que decía 'hoy por ti, mañana por mí'.

– ¡Gracias! –, le respondí mientras aceleraba el paso; nunca había visto algo así. Sentí un abismo en el estómago.

A partir de esa esquina y faltando otras cuatro para llegar a mi destino, me pude dar cuenta que era un afortunado en medio de la pandemia.

En esos cuatrocientos metros contabilicé cerca de diez improvisadas carpas hechas con plástico, que tenían en su interior un maltrecho colchón y varias personas alimentándose con el plato de comida de la olla comunitaria.

Estando en el mercado, no podía separar de mi mente esas imágenes desgarradoras, pero no eran tan fuertes como lo que iba a encontrar en la parte posterior, lugar donde botan las sobras del día anterior.

Se trataba de una pareja de esposos con sus cuatro hijos escudriñando en medio de la basura lo que sería el plato del día.

– Mira mamá, esto para una sopa... –, le grita uno de los pequeños levantando una bolsa que contenía en su interior una papilla de tomates podridos.

No lo podía creer. Fue como una puñalada al corazón.

Descolocado, ingresé de nuevo al mercado con la imagen intacta del niño levantando la bolsa de tomates podridos como un tesoro.

Mientras caminaba, no pude evitar hacer una compra para mí y otra para ellos; no era mucho lo que podía aportar, pero no quería pasar por alto esta situación.

– Espero que les ayude en algo –, dije mientras les entregaba el paquete y los dirigía hacia la olla comunitaria.

Podemos dar tantas vueltas en la vida que no sabemos dónde estaremos mañana. Así que si puedes ayudar a alguien y brindar un poco de luz en medio de la oscuridad, solo hazlo.

Para LlevarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora