Una fuerte explosión proveniente de la calle me despertó de golpe.
– ¿Qué fue eso? –, exclamé en medio de la oscuridad mientras buscaba el celular para saber la hora. Eran apenas las 4:00 de la madrugada. Todo parecía indicar que era el transformador eléctrico.
Con el pitido en los oídos producto del estruendo, recordé las historias de guerra que contaba mi abuelo paterno, Tulio; guerra que tuvo lugar en los alrededores de Tres Esquinas, sector montañoso donde él vivió.
Detallaba mi abuelo que en ese entonces la zona estaba dominaba por los Colorados, grupo armado ilegal que tenía como objetivo liberar a la población de la Policía Conservadora, quienes se aferraron al poder desde hacía una década.
– En ocasiones es mejor quedarse callado y no mirar a los ojos a esas personas –, comentaba mi 'Tata', como cariñosamente le decía.
En esa guerra, que dejó miles de muertos por culpa de la ambición y el poder, pagaron justos por pecadores. Como sucedió con Edgardo y Carlina, una pareja de esposos que mi abuelo vio crecer en la vereda.
Para los Colorados, disparar al azar no era problema. Era un muerto más y un sospechoso menos. Así fue como se hicieron temibles en la región, más que ganarse el respeto por su actitud libertaria.
La joven pareja tenía cultivos de yuca, plátano y café, así como unas cuantas gallinas para el sancocho del fin de semana. Por tal motivo, iban de forma constante al pueblo para ofrecer sus productos al mejor postor.
– Era gente muy trabajadora –, así los recordaba mi abuelo.
Un sábado, antes de regresar a su finca, ubicada a 15 minutos de Tres Equinas, Edgardo fue llevado a la Comisaría para ser interrogado por el Coronel Justo Villanueva, quien sospechaba que él era un informante de los Colorados por sus constantes idas al pueblo.
Como no le pudo sacar dato alguno, lo dejó en libertad.
Al salir de la Comisaría, fue tan mala su suerte que un informante de los subversivos lo vio. El Colorado lo reconoció al instante porque habían pasado el día anterior por su finca y creyó que los estaba delatando.
– Durante esos días hubo movimiento de guerrilleros en la vereda, mientras que la Policía se quedaba campante en el pueblo; sobre todo ese Coronel Villanueva, que lo único que hacía era echarle carnada a los delincuentes –, repetía una y otra vez mi abuelo cuando hablaba del tema.
A lo que se refería don Tulio era cuando las sospechabas del Coronel jugaban en contra de los campesinos, ya que cuando los veían salir de la Comisaría pensaban que estaban entregando información sobre el paradero de los guerrilleros.
Como sucedió con Camilo y Roxana, pareja de hermanos que sucumbieron en un cruce de disparos con los maleantes que los fueron a buscar hasta su finca, creyendo que estaban informando a la Policía de los movimientos que se registraban en la zona.
Con Edgardo y Carlina fue diferente.
Pasaron dos días después de su interrogatorio en la Comisaría cuando los Colorados fueron a buscar a Edgardo hasta la parcela, y no precisamente para preguntarle cómo le había ido en el pueblo.
Los ladridos de los perros anunciaron el arribo de hombres armados. Carlina salió de la casa en tono conciliador, pero el líder del grupo descargó su arma sobre el pecho de la indefensa mujer. Por su parte, Edgardo, quien estaba en la habitación, saltó por la ventana en dirección a los cafetales. Parecía inmune a las balas, por lo que no les quedó otro remedio que lanzar un par de granadas.
La explosión se escuchó por toda la cañada, lo que alertó a mi abuelo.
Minutos más tarde, vio pasar a los cinco hombres.
– Allá quedaron tirados –, le dijo uno de ellos, mientras que otro le hacía señas para que se quedara callado.
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Para Llevar
NouvellesPara Llevar es un libro de historias reales, y algunas no tanto, donde su protagonista evoca todos estos momentos, intentando lidiar con el encierro que vive a causa de una pandemia. Sus relatos lo harán navegar por un mar infinito de emociones.