¿Y porqué no un Cuento de Terror?

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¿Y porqué no un Cuento de Terror?



Marcos decidió tomar unas cortas vacaciones con sus dos hijos, Mauricio, el mayor —de su primer matrimonio— y Pamela, doce años menor que su hermano, hija de su actual esposa, que no iría con ellos porque sus ocupaciones no se lo permitían. Marcos les propuso como lugar de destino un pueblito muy tranquilo de la costa atlántica: Mar de las Pampas. Ese era el lugar al que Marcos, cuando adolescente, junto a su novia —que después llegó a convertirse en su primera esposa y madre de Mauricio—, elegían para pasar los veranos en casa de una tía de aquella y que ya no vivía en el pueblo. Habían pasado treinta y tres años de aquella primera vez en que Marcos descubrió Mar de las Pampas. La población había crecido pero no tanto; es de esos pueblos de crecimiento lento que a pesar del tiempo siguen teniendo las características de antes. Unas cuantas edificaciones nuevas de gente que busca un refugio tranquilo, alejado de las grandes urbes que destruyen a cualquiera por su ritmo alocado, y que no constituyen parte de la población estable del lugar. Solo en verano puede verse a las personas caminando por las callecitas del pueblo; la principal (ahora pavimentada) y las secundarias que no son asfaltadas y que, la gran mayoría, figura solo en los planos de las dos inmobiliarias a fin de localizar algún terreno que se vende, o en la Delegación Municipal, al lado de la Sala de primeros Auxilios, pero que, por lo demás, hay que adivinarlas porque están tapizadas de gramilla por la falta de tránsito. Da la impresión, según Marcos, de estar en medio de un campo con varias edificaciones aisladas.

Marcos alquiló una de esas casitas veraniegas y se instaló junto a sus hijos.

Pamela tiene diez años, y se sintió muy alegre por encontrarse allí, debido al relato que le había hecho su padre, antes del viaje, —y que también Mauricio escuchó— de aquellos años en los que él se encontraba en aquel lugar cuando estaba en la media de las edades de sus hijos.

Lo que los fascinó a los chicos fue el viejo "Gran Hotel Boulevard Atlántico", que pudieron ver cuando llegaron, iluminado a medias por las luces de la calle, pero que se erigía como una mole gigantesca y oscura, como las mansiones de las películas de terror.

Llegaron de noche y no pudieron recorrer mucho. Al día siguiente llovía y fueron a proveerse de algunos comestibles, pasando por delante del Hotel. Pamela insistió en que bajaran para verlo de cerca; Mauricio estaba de acuerdo pues la lluvia se había transformado en una llovizna; entonces, Marcos, accedió al pedido. Estacionaron el auto y allí fueron. Mauricio comenzó a filmar, mientras Pamela, fascinada, se tomó de los barrotes del enorme portón de rejas que se encontraba cerrado por una cadena que sujetaba ambas hojas con un candado. Un extenso jardín —ya descuidado—, con palmeras centenarias precedía al hotel luego del portón en el que se encontraban. A unos quince metros se hallaba el edificio totalmente deteriorado, vetusto. Marcos dijo haberlo conocido ya en condiciones de deterioro, pero ahora estaba mucho más desmejorado.

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