Capítulo 41: Maurizio

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Estoy despierto.

Lo primero que noto es lo pesado que siento mi cuerpo, como si tuviera algo encima que me impidiera moverme. Poco a poco voy sintiendo menos esa pesadez, logrando hacerme consciente de donde estoy. Abro los ojos con lentitud, y lo compruebo. Estoy en un hospital, la pared de mi habitación a mi lado derecho es blanca y veo varias máquinas que hacen sonidos y pitidos. Muevo mi cuello con dificultad y giro mi cabeza para mirar a mi izquierda.

Ahí está ella.

Su pelo rubio brilla con la luz que entra por la ventana, y está leyendo un libro. Lo que no sabe es que la escuché hablar, y entendí muy bien lo que me dijo hace tan solo unos segundos.

Mi primer instinto es intentar sentarme, pero no lo logro, pues sigo sintiendo el cuerpo un poco pesado y no tengo fuerzas en mis brazos para impulsarme. Sophie me mira con clara sorpresa al darse cuenta que estoy consciente pero no se mueve ni un centímetro de su asiento. Yo frunzo el ceño cuando me percato de los moretones y cortes en su rostro. Pienso que deben ser de varios días, pues el color verdoso que tienen claramente representa que ya están casi sanados por completo.

¿Qué pasó? ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Comienzo a sentirme un poco impotente al no entender qué ha ocurrido, por lo que muevo con mucha torpeza mi mano y quito el respirador que tenía puesto en mi nariz y boca. Gracias a dios no estaba intubado, eso si hubiera sido desagradable.

Sophie se acerca a mi, y le sonrío lo mejor que puedo, intentando que no entre en pánico. Con muchísima dificultad, casi tomando todo de mi, hablo:

—A... amo... amore m-mio —articulo con tono bajo.

Sophie pega un grito ahogado, y sus ojos se amplían más aún con asombro. No puedo hablar más, pues tengo la garganta muy seca. Pero quiero hacerlo, así que le hago señas con mi mano para que entienda que necesito agua.

—¿Agua? ¿Quieres agua? —pregunta nerviosa.

Asiento levemente, pues la cabeza me duele un montón. Sophie me alcanza un vaso junto a una bombilla y la acerca a mi boca. Lentamente bebo un poco de agua, y se siente de maravilla al tragarla. Me siento como si hubiera estado en un desierto por días sin poder beber nada.

—So-Soph —murmuro bajito.

—No hables —casi ordena con voz temblorosa—. Ay dios. ¿Qué debo hacer? ¡El enfermero! Necesito llamar al enfermero porque...

Como noto que está entrando en pánico, muevo mi mano para tomar la suya que está apoyada en la cama. Doy un leve apretón, haciendo que me mire directo a los ojos.

Trago saliva, y finalmente digo lo que quería, haciéndole saber que la escuché.

Io... sono di-dipendente da sempre... per te* —susurro.

Sophie lleva ambas manos a su boca con sorpresa. Supongo que no se esperaba que la hubiera escuchado, pero lo hice.

—Oh dios mío —exclama mientras la veo llorar—. Oh dios, lo escuchaste. Lo escuchaste...

Me da muchos besos en el dorso de mi mano, y yo sonrío. Se sienten bien sus labios en mi piel, aunque sean solo por algunos segundos.

—Tu mano está caliente —dice con felicidad—. ¡Está caliente! Y estás despierto. Ay, amor.

La miro un rato mientras se desahoga porque no creo ser capaz de hablar más, me duele todo el cuerpo. Me siento como si hubiera corrido una puta maratón. No, una no. Miles de maratones.

—Espera. ¡Tu madre! Tengo que avisarle a tu madre porque... ¡Estás despierto! ¡Ahhhhh!

Se seca las lágrimas y se aleja para apretar un botón de un mando cerca de mi cama. Segundos después aparece un hombre vestido con ropa de enfermero, supongo que es él de quien hablaba antes.

Contigo, para siempre. [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora