Capítulo 4

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Cecilia se plantó ante el espejo grande y estudio su reflejo.

El vestido negro llegaba casi al suelo. Era sencillo pero elegante, con unas tiras finas que atravesaban la espalda.

Tenía el pelo recogido, revelando el cuello largo. No llevaba joyas. El efecto era asombrosamente sofisticado.

Se puso un poco de perfume en las muñecas y el cuello y se dijo que no tenía por qué estar nerviosa. No importaba lo que Paco León pensara sobre su aspecto ¡Solo era por diversión!

El timbre hizo que su valor flaqueara. Debía ser él. Miró el reloj y descubrió que casi era la hora. Al ir a abrir intentó serenarse. Se repitió una y otra vez que Paco no la atraía.

Abrió con sonrisa segura.

Él lucía un traje azul marino con una camisa blanca y una corbata roja. Estaba maravilloso. Sintió una oleada de adrenalina.

—Hola —fue lo único que se le ocurrió decir.

—Hola.—Paco la observo.

—Estoy lista. Recogeré el bolso —retrocedió un paso para dejarlo pasar. Paco la siguió hasta la puerta del salón sin apartar la vista de ella en ningún momento.

—¿Cómo se encuentra Manuela esta noche?

A él le costaba concentrarse. No era capaz de dejar de mirarla. Sabía que era hermosa, pero no había caído en cuenta de lo sensacional que era.

—Bien... se ha dormido con bastante facilidad.

Al caminar, el vestido se movía sedosamente contra su figura, recalcando las curvas esbeltas y la grácil elegancia de su cuerpo. Recogió el bolso de fiesta y se volvió para mirarlo.

Consciente de que le clavaba los ojos, Paco intentó fingir interés en su hogar.

—Es bonita tu casa —le gustaba la decoración, una mezcla de clásico country con diseño moderno.

—Me gusta, pero la elegí por el jardín —titubeó un momento.— ¿Tienes tiempo para echarle un vistazo?

—De sobra. ¿Tu madre vive contigo?

—No, vive con su hermana en Tampico.

Quería que se trasladara aquí hasta que se operara, pero se negó en redondo. Es muy independiente.

La siguió hasta el ventanal en el extremo del salón. Esperó mientras ella apartaba las cortinas y encendía una luz. El patio exterior quedó bañado por una iluminación suave situada entre la exuberancia de color tropical.

Era un jardín pequeño, pero cada parte estaba aprovechada al máximo para crear un refugio privado. En el centro, una fuente borboteaba con sonido tranquilo sobre unos guijarros lustrosos. Unas margaritas blancas oscilaban a su alrededor y aun lado una mecedora invitaba a sentarse.

—Estoy impresionado —señaló con sinceridad— ¿Lo has diseñado y hecho tú?

—Sí. No había nada cuando vine. Ahora es mi refugio —sonrió—. Al final de un día largo y caluroso cuando vengo a casa me doy una ducha, lleno una copa con vino y me siento aquí, lejos de la televisión y el teléfono.

—¿Y en qué piensas?

—A veces dibujo un poco, planifico los jardines en los que trabajo. Otras, pienso en lo mucho que me gustan mis margaritas. Son preciosas, ¿verdad? Son unas flores amigables y nada pretenciosas.

—No sabía que las flores tuvieran carácter.

—¿No? Creía que todo el mundo lo sabía —alargó la mano para apagar las luces—. Será mejor que nos vayamos.

¿Conveniencia o Amor? (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora