Aprendiz de cazador

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Hyungwon surcaba los cielos de un espeso bosque montañoso de nuevo convertido en águila. Esa era una de sus formas favoritas, no solo se sentía increíblemente bien cuando volaba tan rápido que atravesaba las nubes, sino que también tenía aquellos magníficos ojos que le permitían detectar peligros a kilómetros. Un animal tan divertido como práctico.


A lo lejos, ya en las planicies, alcanzó a divisar un estanque de agua clara y brillante que llamó su atención, se veía como un lugar excelente para descansar un rato así que se dirigió ahí sin prisa alguna, planeando con sus grandes alas.


Cambió su forma a la de un cisne, para no desentonar tanto con el entorno y se metió al estanque. El agua estaba fresca, perfecta para el calor de ese día, y no había rastro alguno de peligro.


Hyungwon se relajó luego de un rato dentro del fresco líquido, se relajó a tal punto que se quedó dormido en el estanque y no se percató de los cazadores que lo observaban desde los arbustos.


– Miren ese cisne. –exclamó uno de los cazadores con emoción al resto de sus compañeros, en total era unos diez hombres.


– Por los dioses, es hermoso. –agregó otro de los nombres asombrados – Nunca había visto uno igual.


En medio de ese grupo de hombres se encontraba Hoseok, un aprendiz que más que cazar se encargaba de cargar con las armas de sus mayores. Aquel joven de ojos pequeños y cabellos castaño quedó igual o incluso más fascinado por aquel animal que el resto de sus compañeros.


– Ey, chico. –lo llamó uno de sus mayores. – Dame mi arco y las flechas.


– ¿Ah?, Sí, claro.


El castaño le dio lo que había pedido al cazador, quién lo apartó de su lado de un empujón en cuanto tuvo el arco en sus manos.


– Fíjense cómo se hace. –dijo presuntuoso, preparándose para disparar.


Estiró la cuerda del arco y cerró uno de sus ojos para afinar la puntería, suspiró pesadamente y reafirmó su mano para asegurarse de no temblar y fallar el tiro. Y sin más, lanzó la flecha.


La flecha salió disparada con un sonido de silbido casi sordo, se llevó unas cuantas hojas de encuentro, salpicó el agua del estanque y cuando estaba a escasos centímetros del cisne este se levantó y emprendió el vuelo, aterrizando en el pasto.


Los cazadores no dejaban de reírse de su compañero por fallar el tiro, algo que molestó enormemente a aquel hombre, que no dudó en tomar otra flecha y apuntar de nuevo al cisne, volviendo a fallar.


– ¡Ahhh, tonto animal! –masculló colérico el cazador, yendo por su tercer tiro. Y fallando.


– Ay hombre, es obvio que no sabes usar ese arco. –le dijo uno de sus compañeros entre risas de superioridad – Deja que un verdadero cazador te enseñe.


Y de nuevo, y para sorpresa de nadie en realidad, el otro cazador falló también.


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