La lucha a la que se enfrenta Christine se debate entre la lealtad de su mentor "El ángel de la música" o mejor dicho el fantasma de la Opera y el amor por su amigo de la infancia el Vizconde de Chagny. Lo que no saben es que ella oculta un secreto...
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—¿Por qué tardas tanto? —susurró impaciente detrás del espejo.— la señorita Christine no tardará mucho en regresar — dijo revisando su reloj.
—¡dame un minuto! — exclamó el enmascarado revolviendo los cajones del tocador.
—Esto es inaudito—dijo el persa detrás con los brazos cruzados — Sigo esperando que me expliques por qué entramos en el cuarto de la señorita Christine sin su permiso. Y lo más importante ¿Qué demonios estás buscando?
—Solo busco un libro...
—¿un libro?— repitió sin entender bien.
—S-si... Claro...— dijo sacando papeles del último cajón.
—Por qué no sólo se lo pides y ya, si es tan importante para ti.
Erik se detuvo en seco para mirar a Nadir con clara obviedad e hizo un ademán para expresar su molestia.
—!So idiota! ... ¿no has comido o por qué me preguntas cosas tan estúpidas? — decía mientras volvía a revisar el mueble de noche.
—a ver dejame pensar... — dijo con sarcásmo— por qué alguien me sacó de mi casa justo cuando almorzaba para venir al teatro sin explicarme el motivo y... ¡oh! aunque quiera salirme y fingir que no ha pasado nada sigo siendo cómplice de esto, lo que más me molesta es que núnca me dices nada y termino siempre lleno de lodo hasta el cuello por tu culpa.
Se volteó con la misma expresión y aunque no podía verlo sabía que no estaba cómodo con la situación.
— ese es el chiste, si te lo digo no lo harás...— admitió riéndose —aveces eres muy irritante... Como sea, ¿me vas a ayudar o te vas a quedar ahí mirando?
Nadir suspiró y salió a través del espejo a regañadientes.
—Es la última vez que te ayudo.... — y se fue a un rincón buscando entre montones de partituras viejas y libretas— no sé ni por qué estoy contribuyendo con el vandalismo en persona... Esto es casi como robar.
—Solo lo estoy tomando prestado — agregó cuando tomó debajo de la almohada un cuaderno carmesí de pasta dura a la vez que pasaba las páginas leyendo el contenido.
—¡Robar! — corrigió el persa— no disfraces las cosas Erik.
— si, si... como digas. !Lo tengo! Ya nos podemos ir de aquí señor del bien.
Apenas levanto la vista el persa y el susodicho guardó el cuaderno en la capa, ambos intentaron ordenar el cuarto lo mejor posible y entraron al espejo. A escasos segundos la puerta se abrió.
—¡Justo a tiempo!— susurró Erik viendo entrar a Christine con alegria notoria.
Comenzaron a caminar por el túnel oscuro y casi a medio camino Erik detuvo sus pasos al escuchar las palabras de alegría de la joven