El poder de un cepillado

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"―¡Hurra! ¡Me dejaron salir en el carro de Migueeel! ―exclamó la rubia

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"¡Hurra! ¡Me dejaron salir en el carro de Migueeel!exclamó la rubia.

A hacer la cola de la gasolina es lo que esrespondió el dueño del Palio.

¿Eh?Arianna abrió los ojos exageradamente y yo empecé a reír."

Ahora, ¿Cómo hemos llegado a este punto?

Empiezo desde el principio para colocarlos al corriente: a finales de dos mil dieciocho le dieron el primer automóvil a Miguel y, como efecto, él se aparecía en nuestros hogares sin avisar, ya fuera para sacarnos a dar "colitas" o a sentarnos a vernos las caras mientras no había electricidad, el punto estaba en pasar el tiempo juntos y gastar la gasolina.

Como tomó la costumbre de no avisar si vendría, sino que según él yo debía estar lista, una tarde me dijo:"te doy diez minutos para que estés lista" y yo, bien obediente (porque quería salir de mis cuatro paredes) fui a alistarme, así que avisé a mis padres y, sin tener un destino muy claro, nos montamos en el Palio.

―¿Y si vamos a la casa de la Arianna? ―preguntó.
―Como tú quieras― hice saber.

Así fue cómo terminamos sacando a la rubita de su casa, llegamos, tocamos el timbre y él dijo "Vinimos a buscarte para ir a comer cepillao' (raspao's en otros países, granizado con colorante), ¿Puedes salir?" ella nos miró desconcertada, como si aún no cayera en cuenta de que estábamos ahí frente a ella.

―Arianna, muévete. Pregúntale a tu mamá― la apuré.

Así que ella se espabiló y fue a preguntar, además que aseguró que se tenía que bañar porque a según "estaba horrorosa".

Quince o veinte minutos más tardes apareció por la puerta para por fin irnos, recuerdo que estábamos mirándonos las cara y aguantando calor mientras ella se "procesaba" así que cuando por fin salió fue un alivio, real.

Ella pidió ir en el puesto del copiloto, así que después de colocarse cinturones de seguridad, salimos en búsqueda de los famosos helados.

Aquí hay una tienda que es acogedora y los cepillao's son divinos y más a nuestro favor, nos queda cerca de casa, así que nos dirigimos a dicho lugar. Al estacionar y mirar hacia la tienda nos dimos cuenta de que posiblemente estuviese cerrado, ya que no había afluencia de clientes. Sin embargo, tomando cada una la mano del gordito (yo siempre tomo la mano de alguien cuando cruzo la carretera), cruzamos hasta llegar. Recuerdo que Miguel chisteó al respecto, ya que al llevarnos de la mano las personas por ahí nos miraban raro y se reía.

Nosotros solo nos reímos y por supuesto, la dichosa tienda estaba cerrada.

―¡Qué molleja de suerte! Hoy brindas tú y no hay luz―recalqué.

―Uhm, yo quería gastar en ustedes. Pero si está cerrado...―dijo Miguel.―Bien podríamos ir al otro, el de bellavista- propuso.

―¿Será que vamos?― volvió a preguntar, mientras encendía el auto y nosotras nos montábamos.

El arte de reír juntos | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora