Capítulo 2

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Marcissus tembló de frio y acelero el paso intentando no pensar en el hombre asesinado. 
Quizá esta noche tuviera algunas ideas para una nueva canción.  Era así como las ideas cobraban forma en su cabeza: caminando por las calles de la ciudad.
Las tinieblas de Londres envolvían y Narcissus escuchaba los ecos que afloraban de los cimientos de edificios antiguos, de los ríos enterrados con sus secretos, de las galerías del metro construidas por los ingenieros victorianos. Si escuchaba con atención, la ciudad le susurruba sus misterios, sus historias seculares. Londres le sugería las canciones, él solo tenia que afinar su oído. 

Viola se estremeció. Narcissus vivía en una Londres oscura y misteriosa, siempre sumergida en la niebla: uma ciudad donde el invierno era eterno y los cielos tenebrosos.  No se parecía en nada a la ciudad que ella conocía. Cornelia había mezclado las cartas, cambiando muchos nombres, había inventado, destruido, vuelto a construir monumentos, jardines, plazas, calles como si se divirtiera al jugar con la ciudad. 
Narcissus se dirigió rápidamente hacia el puente de Agincourt. El Támesis corrió oscuro y amenazante bajo los arcos de piedra.  Miro hacia abajo: la corriente impetuosa que llegaba del mar parecía obstinada con arrastrar todo a su paso. Del agua se levantaba una niebla espesa que a la luz de los faroles tenia un color verdoso.
Narcissus aceleró el paso. A su derecha, se entreveian las luces lejanas y evanescentes del muelle Seagull Wharf. La cupula de St. Paul, recién remodelada, emergía láctea y espectral delante de él. A su izquiera, el Big Ben toco doce tañidos.
Ese es el puente de los suicidios, pensó Narcissu. El mejor panorama de Londres. Cruzó rapidamente el Strand y se dirigió hacia la plaza Nelson Square. Una señora con un abrigo de piel que llevaba un perrito tembloroso amarrado con una correa, paso a su lado, guardando la distancia lo más que pudo y dirigiéndole miradas sospechosas. 
Narcissus sonrió: efectivamente su apariencia no era naza alentadora. Su padre tenia razón en quejarse. Pero conocia tan poco a su hijo.

Viola volvió a pensar en todo lo que sabia de Narcissus. Antes que nada, su nombre completo era Narcissus Bysse Peregrine Norland. Narcissus Spark era el nombre artístico que utilizaba cuando tocaba con los Spark in the Dark, el grupo de Rock que había formado con sus mejores amigos: el bajista Ian y el baterista Douglas.
Narcissus vivía en un verdadero palacio, donde un viejo y fiel mayordomo se encargaba de todo. Cornelia nunca escribió sobre la madre de Narcissus o sobre su pasado.
Muchos eran los misterios asociados al personaje de Narcissus. Sólo sabia que su padre, Lord William Norland, uno de los mas importantes funcionarios de Scotland Yard, desaprobaba casi todo lo relacionado con su hijo : sus amigos, su música, su cabello demasiado largo, sus pantalones de mezclilla rasgados.
Era verdaderamente el colmo, pensaba Lord Norland, que el hijo del jefe de la policía más apreciada y conocida del mundo parecería un delincuente. 

Narcissus pasó delante de la impotente Grand Gallery y Cruzó Nelson Square, deteniéndose un instante a observar la silueta iluminada del Big Ben, uno de los monumentos más famosos de la ciudad, que emergía de la niebla en la lejanía. 
Camino toda Regency Street hasta llegar a las luces deslumbrantes de Piccadilly square. Aunque fuera ya tarde, una pareja de turistas le tomaban fotos a la célebre estatua del dios del amor, representado como un ángel.
Narcissus dobló a la izquierda y, de repente, se detuvo. Había algo sospechoso. 

El reloj de la entrada tocó las ocho. Viola se sobresalto. Se le había hecho tarde, ¡muy tarde! Recogió de prisa las hojas del manuscrito, se agachó para levantar la mochila y vio su cara preocupada en el espejo a lado de la cama.
El rostro reflejado le hizo una sonrisa un poco chueca, como para disculparse por decepcionarla, por aun no tener los rasgos perfectos, los pómulos altos y las cejas arqueadas que aparecerían mágicamente, una vez que dejara de crecer. Esa mañana, su cara, con las mejillas regordetas y los aburridos ojos grises, se veía mas abatida que de costumbre; antes de bajar a desayunar, de hecho, Viola había tenido la brillante idea de cortarse el cabello ella sola.
Su largo cabello rojo intenso. 
Ahora estaba esparcido en el suelo delante del espejo y ni siquiera parecía ser suyo.
Viola rozó con las manos los cortos mechones que, desde su cabeza, salían disparados en todas las direcciones. 
Las tías como era de imaginarse, no hicieron comentarios. Se conformaron con representar el papel de todos los días: "no-paso-nada-todo-es-normal-y-si-viola-se-porta-de-forma-rara-es-porque-está-creciendo".
Así es.
Y Cornelia no desapareció: necesita estar sola para escribir sin que nadie la moleste.
Claro ¡como no!
-Queridas tías, ¡sigan viviendo en su burbuja feliz! - suspiró Viola, intentando alisar con las manos un mechón particularmente rebelde.
Cornelia también tenia el cabello rojo. Pero el suyo era rojo Tiziano. De pequeña, Viola creía que Tiziano era un peluquero famoso y tenia la firme intención de ir con él cuando creciera para que le pintará el pelo de un rojo identico al de Cornelia. Luego la tía Belinda le explico que Tiziano era un gran pintor del renacimiento, muerto siglos atrás, y no un peluquero qie jugaba con los colores.
Viola le saco la lengua a la imagen del espejo, se puso un abrigo sobre el uniforme escolar y recogió la mochila. Después de un momento de duda, colocó el manuscrito de Narcissus en la mochila: llevarlo consigo la haría sentir menos sola.
Corrió escaleras abajo como una flecha: la larga bufanda que tenia en la mano revoloteo en su estela. Cuando llegó a la entrada se detuvo en frente de la puerta del estudio de Cornelia, donde unas horas antes habia entrado a escondidas y tomado el manuscrito. 
Cornelia se había marchado dejando treinta páginas de un libro incompleto dedicado a las últimas aventuras de Narcissus y una hoja todavía metida en la vieja Remington que se empeñaba en utilizar, a pesar de tener una computadora. 
Aquella hoja tenia solo una frase.
Viola empujó delicadamente la puerta con una mano y echó un vistazo al interior, como lo hacía en ocasiones durante alguna pausa en el repiqueteo de la maquina de escribir, para cerciorarse de que Cornelia no hubiera sido devorada por una de sus historias.
Quizá las tías tenían razón. Talvez la Cornelia realmente salio en busqueda de inspiración y pronto estaría de regreso.
Pero la silla aun seguía vacía. 
"Felicidades Viola ¡tu también crees en los cuentos, como las tías!" se dijo, luchando en contra de un sentimiento de miedo que la invadía.
Respiro el agradable olor a piel de los libros en las repisas: el olor de Cornelia.
El reloj de la entrada toco las ocho y cuarto.  ¡era hora de irse!

Corazón NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora