La última batalla.

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/La última batalla./

   El deber de un hombre es honrar a su familia, el deber de un hombre es proteger a su país, así fue como criaron a los niños de aquella tierra por cientos de años. Naturalmente, es una cualidad humana temer a la muerte, pero cuando se ponen en riesgo los dos conceptos a proteger, el valor de los individuos es medido.

La frontera norte era cruel. Un infierno helado y un mar de hierba yerma. La guerra volvía a tocar las puertas del imperio y una nueva carnicería seria observada por el sol frío.

Yu Li fue ascendido, pero no hubo tiempo para celebraciones de vino y risas masculinas. Hace un mes las tropas comenzaron a retroceder, perdiendo el terreno ganado en su última campaña. Era algo que incluso el más ignorante de los campesinos podría vaticinar hace medio año cuando el emperador quiso alzarse como un dragón sobre los pueblos bárbaros. Codiciar sus tierras los llevarían la ruina.

—¡No den ni un solo paso atrás! —fue un grito roto, capaz de hacer temblar a dioses y demonios por igual.

El último capitán que permaneció en el campo de batalla lanzó una orden funesta. Ya no quedaban cobardes en aquella empresa mortal.

El cuerpo alto de Yu Li sobresalió entre las olas humanas, la pesada armadura y el sable curvo lo hacían ver más como un miembro del ejército invasor que un aliado.

Las llamas que salían del puesto de avanzada en forma de un incendio feroz. El último remanente de esperanza que le quedaba al ejército imperial ardió hasta que sus cenizas fueron dispersadas por la tierra.

Si Yu Li hubiera escogido otro camino de vida, escribiría un poema extenso sobre la belleza de la frontera rota y las estepas asoladas por el viento. Pero no era un hombre culto, hizo oídos sordos a las bondades de la erudición hace más de diez años.

Los últimos rayos del sol de otoño caían sobre los hombres de la frontera.

El enemigo de siempre lo encaraba. Aun debajo de un gran casco de hierro podía reconstruir la expresión que tomaba sus rasgos. El sable en sus manos tembló antes de arremeter otro golpe. El viejo general enemigo cargaba tantas batallas a sus espaldas que Yu Li no podía dejar de admíralo, pero seguía siendo un hombre joven.

Cómo soldado no le quedó de otra que hundir su espada en el cuello de su enemigo. Atravesado por decenas de flechas y cubierto de cortes, un Asura encarnado, así lo creyeron los demás. Sonrió al líder mongol con la cara ensangrentada, el moribundo le devolvió la sonrisa mientas lo arrastraban a un lugar seguro y su oponente fue olvidado.

No acabar con el enemigo era una forma de misericordia burlona. Sabía que moriría ponto y las aves y bestias se darían un festín con sus huesos antes de que los exhaustos soldados imperiales pudieran darle sepultura digna.

La columna sin cabeza se movió como un hormiguero atacado. Transcurrió un mes completo después de que el verdadero conflicto empezó, aquel fue su primer revés importante en mucho tiempo. No fue una victoria de ningún lado, tarde o temprano vendría la revancha.

Contempló por última vez el cielo de Mongolia. Sin fuerzas yació en la hierba marchita por el paso de cientos de cascos. Olía a sangre y humo.

Fue su golpe final. El gran ejército de China se había reducido a una bestia moribunda que lanza un último zarpazo antes de caer a las manos del cazador.

Ley de Bestias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora