Capítulo 8

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N/A: En multimedia Carla

¡No estoy disponible para tu chingaderas! Adiós.

Lucía estaba tan ensimismada que pegó un pequeño brinco cuando Carla entró en la oficina azotando la puerta. —¿Qué haces? —preguntó confundida.

—Vine a despegarte de esa silla, ¿ya viste la hora? —la mirada de Lu viajó hasta su reloj de pulsera.

Las manecillas marcaban casi las 6:30 de la tarde, Lucía se había enfrascado tanto en el trabajo que ni siquiera notó que la mayoría de la oficina ya se había quedado vacía, abrió los ojos de par en par.

—Es tardísimo y yo no he terminado esto. —Carla se llevó la mano a la frente, no era esa la respuesta que esperaba.

—Mujer, te estoy diciendo que ya es hora de irnos. —Lu le ignoró por completo y siguió tecleando.

Lucía no lo reconocería, pero no quería dejar la oficina, porque sabía que en cuanto se quitara su chip de trabajo, tendría que volver a enfrentarse con su situación personal, la cual le buscara por donde le buscara no le podía encontrar lado bueno, llegaría a casa de su amiga en donde estaba siendo un parasito que se comía el helado, acaparaba el sofá, la televisión y se acaba los pañuelos, Carla no había dicho nada, pero sabía que por las noches Lu lloraba.

Lucía seguía en un duelo silencioso, y los últimos días después de todo el problema con Rogelio, todo lo ella que parecía comprender era la palabra trabajo, Carla empezaba a preocuparse por la salud de su amiga, cada vez lucía más pálida y agotada.

—Tú adelántate, tengo trabajo. —Contestó.

—Lu, vamos, quiero ir a comprar algo para mañana. — Insistió de inmediato.

—¿Mañana? —Preguntó confundida aun sin despegar la vista de la computadora.

Carla rodó los ojos a la nada: —¿Hola? ¿Llamando Lucía a tierra? La Santa, ¿recuerdas?

Fue entonces que Lucía se dignó a mirar a su amiga, que esperaba con una mano a la cintura; Lucía había pasado los últimos tres días ideando como cancelar esa salida, quería inventarse algo irrefutable, como que tenía que hacer el cambio de departamento, hacer compras para amueblarlo, por ejemplo una cama, porque el sofá de Carla le estaba sacando nudos en el cuello, pero aquello resultaba casi imposible dado que Carla lo único que había hecho durante toda la semana era ser buena amiga y no tenía la suficiente fuerza para negarse después de todo el apoyo que le había dado.

—Yo paso, tengo que terminar esto. —aseguró la chica, volviendo a desviar la mirada a la pantalla.

Carla no se iba a dar por vencida, por lo que en un arranque, apagó el interruptor que mantenía encendida la computadora, Lucía casi pegó el grito en el cielo. —Suficiente, tú y yo, saldremos de compras, por que mañana es noche de peda. —Lucía intentó refutar de inmediato, pero su amiga se lo impidió. —Ni una palabra más, te espero abajo.

Y con eso salió de la oficina, Lucía soltó un sonoro suspiro, ¿qué remedio? Comenzó a guardar sus cosas, tomó su chaqueta, su bolsa y salió de su oficina, esperó a que el elevador volviera a subir, parecía que habían arrastrado al diablo, de no ser porque a al fondo de todo Lu divisó la oficina de Franco que aún tenía la luz encendida. El hombre permanecía enfocado en el papeleo, se había aflojado el nudo de la corbata y desabrochado algunos botones de la camisa.

—Tal vez Carla sí que tiene razón... —dijo en un susurro, antes de entrar al elevador.

Cuando salió de la caja metálica visualizó a Carla esperando fuera del edificio, pero algo extraño pasó por que en ese momento entró de nuevo corriendo por el lobby, casi cayéndose por los tacones de aguja que llevaba y que hacían eco en el lugar, llegó hasta ella y con una mano apoyándose sobre el hombro de Lu tomó una profunda bocanada de aire.

¿Cómo mandar a la chingada y no morir en el intento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora