Sus Secretos

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SHIKURO: UN CUENTO DE HADAS EN EL CARIBE

Por Inuma Asahi De

Traducido por Inuhanya

Disclaimer: La escritora no posee ninguno de los personajes creados por Rumiko Takahashi pero todos los demás desearían que sí. Todos los personajes originales o conceptos son de la autora Inuma Asahi De (a excepción de las figuras históricas).

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Capítulo Treinta y Cinco:

Sus Secretos

Naraku bajó lentamente la humeante arma, sus ojos abiertos mientras la habitación guardaba silencio, sombras entraban lentamente en el salón mientras el polvo se suspendía sobre New Orleans. Los largos brazos de esas sombras, esos negros vacíos de luz se escabullían, cruzando la habitación, sus delirantes garras se estiraban hacia Kaede alcanzándola, dirigiéndose hacia ella, queriendo ayudarla—sin darse cuenta de que no necesitaba nada de ayuda.

La anciana no se había movido de su posición, aún permanecía con su espalda extrañamente recta, su ojo bueno aun enfocado en Naraku, desafiándolo aunque ya hubiese disparado el arma. Sonrió, su mano subió para tocar su pecho, el lugar donde una bala debería haberla atravesado, debería haberla matado. Miró tras ella, su ojo enfocado en la pared que descansaba a sus espaldas, un agujero de bala resaltaba de la vieja y astillada pintura, un punto negro en una superficie color crema. Rió, el sonido llenó la vacía habitación, vibrando en ella, un devastador y burlón tarareo.

"Cómo?" Susurró el Sr. Dresmont en el silencio, su voz como uñas sobre un pizarrón sumó a los nervios lentamente desgastados de Naraku.

"Tú," gruñó Naraku, su voz apretada, sus ojos brillaban con rabia. "Ni te inmutaste." Siseó entre sus apretados dientes, la mano aun sosteniendo el arma la apretó más hasta que el mecanismo comenzó a gruñir bajo sus dedos. "Cómo! Cómo supiste, cómo?"

"Busqué en tus sentimientos," le dijo Kaede con una triste sonrisa, la risa se detuvo en su garganta mientras su expresión se tornaba seria, sabia y culta. "Sabía que no apuntarías tu bala para matarme." Su voz era sensible y fuerte mientras hablaba, sin titubear pero segura. Le hablaba volúmenes a los otros en el salón: Kaede no tenía miedo de Naraku, no le temía a nada de lo que pudiera hacer, y estaba más que dispuesta a dejárselo ver de primera mano.

El arma cayó de la mano de Naraku aceptando sus palabras, su boca se abrió con cierto nivel de shock. Incluso su propio padre lo había encontrado aterrador, sus propios hermanos lo habían llamado fenómeno, llamándolo despiadado, un terror, había instigado temor en el más endurecido de los hombres, había hecho a Hiten (un pirata temido) inclinarse ante su voluntad y aun esta mujer, esta vieja decrépita estaba mirándolo a los ojos. Estaba calmada, su expresión sardónica, era fácil de ver que no le temía, no lo veía como algo más que un pequeño niño indefenso. Por primera vez en su vida, Naraku sintió dominarlo una sensación de temor, era una sensación extraña que comenzaba en la boca de su estómago, subía por su cuello, alojándose en su garganta. Trató de tomar un profundo respiro pero el nudo de temor detuvo el oxígeno de entrar en sus pulmones, en cambio, subió por su garganta haciéndolo ahogarse con el indeseado aire.

"Qué es esto?" Preguntó él, una cierta sensación de pánico lo inundó. "Esta sensación," sus ojos la miraban, amplios, sus pupilas dilatadas, apretó sus dientes. "Esto es miedo?"

Kaede dio un paso adelante, sus ojos determinados, amplios y condenadores. "No eres más que un niño confundido, verdad Naraku." Le dijo dando otro pequeño paso adelante, su voz suave y aplacada como si estuviera hablándole a un niño asustado. "Has sido lastimado, has sido abusado—tienes dolor."

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