She. ;; K.N

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El tintineo de una pequeña campana no dejaba de dar vueltas por mi cabeza; miraba a todas partes tratando de saber de dónde provenía tal sonar, pero solo me veía rodeado por un interminable campo.
Mis ojos trataban de buscar algo más allá de lo que tengo a la vista esperando a que algo, o alguien, me hiciera saber que no estaba perdiendo la cordura en lo que parecía la nada.

Y entonces, apareció ella.
Con un vestido rojo que se veía tan suave desde kilómetros de distancia, su cabello era castaño claro y su piel era un poco canela; en cuanto ví su borrosa silueta, quise llegar a ella de inmediato.
Pero, poco iba a ser eso posible, pues la campana seguía sonando. Cada vez más fuerte y más cerca de mí.

Claro, era la alarma.

La apagué de golpe y con la mano aún sobre el reloj de la mesa de noche, entreabrí los ojos. 7:04 de la mañana, marcaba el reloj.
Todos los días me levanto a esa hora, pero hoy me sentía como si jamás lo hubiera hecho; mis ojos solo podían estar abiertos segundos, mi cuerpo se sentía como si hubiese caído de un sexto piso y mi cabeza tenía una terrible migraña.

—Ugh... —me quejé amargamente mientras me sentaba en el colchón y guardaba los pies en las pantuflas. Tenía la cabeza tan baja tanto que, mi barbilla me tocaba el pecho. Con más pereza que la de unos segundos, giré su rostro para volver a ver el reloj.

7:15 de la mañana.
¿En qué momento pasó tanto tiempo?

Mis lentos pasos llegaron hasta el baño y después de abrir la llave, dejé que un gran golpe de agua fría tocara mi rostro. La vida regresó a mi cuerpo después de eso.
Una de mis manos después alcanzó la pequeña toalla que uso para secarme y después de pasar la suave tela por mi rostro miré mi reflejo varios segundos en el espejo.

Me sentía tan diferente.

—Niños... —comencé a decir con leve voz en cuanto salí al pasillo. —Niños, despierten. —volví a decir. Esta vez, abriendo las puertas de las habitaciones de los que busco despertar.

En lo que la pereza sale del cuerpo de sus cuerpos, fuí a la cocina con el propósito de preparar el desayuno. Metí dos piezas de pan en el tostador y un poco de arroz en la arrocera, después abrí el refrigerador y saqué el jugo de naranja que había comprado el día anterior.

—Buenos días, papá. —saludó un voz tierna.

Giré y sonreí al ver el rostro de la dueña de la goz: —Buenos días, Jageun. ¿Y tu hermano?

Jageun con el cabellos despeinados y pijama amarilla, alzó los hombros: —Aún dormido, supongo.

Una mueca de desaprobación invadió mis labios en cuanto escuché eso, hoy no podía ceder ante su deseo de no ir a estudiar.

Pude ir directamente a la habitación de ese niño para despertarle, pero primero debía servir las dos piezas de pan que la tostadora sacó; entonces, tomé un plato y con la punta de los dedos saqué cada una y de golpe las dejé caer en la cara de una de las tantas caricaturas que Jageun disfruta ver después de la escuela.
El arroz cayó después en el plato y en uno aparte serví un poco de sopa.

—¿Quieres jugo? —le pregunté a la de ojos distraídos en la televisión y esta asintió con una sonrisa. Serví el jugo en un vaso y dejé que Jageun comenzara a desayunar en lo que iba en busca de mi primogénito. —Soobin. —hablé al prender la luz de su habitación. —Levántate ya, sino se te hará más tarde.

—No quiero ir al colegio. —se quejó desde su cama.

—Y yo no quiero ir al trabajo, pero no tengo opción. Así que levántate ahora.
Además, hoy verán a su madre, ¿Tampoco quieres ir a verla? —Soobin se quedó en silencio mirando sus pantuflas. Al tener ese silencio como respuesta, no pude evitar suspirar un poco.
La actitud de Soobin no había sido la mejor durante los últimos meses, tal vez era por el hecho de que su madre después de dos años de divorcio comenzaba a salir con alguien más.

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